7. La última noche en el parque

Cuando volvió a alzar la vista, a Juan le pareció que habían pasado horas, quizá, un par de días, pero nada. No había recibido ningún aviso en su móvil, y seguía de pie preguntándose qué carajo había pasado.
Una vez más su necesidad dirige la mirada al teléfono. Una suerte de presentimiento estremece su ser cuando oye el politono de Kill Bill en su móvil. ¡Cómo le gustó aquella película!
Las dos, y eso que Tarantino le parecía un aprovechado listillo de la peor calaña, que había triunfado irremisiblemente por la apatía de los grandes directores durante los noventa, no por talento propio. Pero Kill Bill era de lo mejorcito que había visto en los últimos años.
Permitió al silbido que llegara hasta las notas más agudas, ésas que perturbaban a cualquiera que las oyera, no podía remediarlo, a pesar de los avatares de esta noche, era superior a él. Y de repente cesó de sonar.
Se maldijo a si mismo antes de destapar el teléfono.
El teléfono reflejaba un número desconocido, aunque pudiera ser que lo conociera, puesto que recientemente le habían robado el móvil, y aún no había recuperado toda su agenda de contactos, aparte de que su memoria era la de un ajolote desde hacía años ya, cuando la memoria de los teléfonos sustituyó a la de las personas, al menos en lo que a números de teléfono se refería.
Era el número de un fijo que le sonaba de todas maneras, pero no logró saber cuál hasta el instante en que leyó el sms proviniente de Elena, unos treinta segundos después de apagarse la inconfundible sintonía.
El número que le había llamado antes era el de su suegra, estaba claro ahora, y es que su novia le decía lo siguiente en el mensaje: "m ido de casa ya n soy feliz contigo y m mresco ser feliz".