Hay que rasurarse



Pelos.

De tu barba y cabeza, 
de tus pobladas cejas, 
nariz y orejas, 
nucaespaldaculo
y el del resto
de tu cuerpo.


No me dirás 
que te molesta 
que lleve lo mío,
un poquito,
a la francesa. 













El origen del mundo, Gustave Courbet, 1866

Copos de maíz, marca blanca


Hay una chica tumbada en el sofá comiendo a palo seco, a puñados, copos de maíz. La puedo oír escarbar en el plástico y la oiga crujir esa materia en su boca. Es un ruido ensordecedor. No es que esté del todo bien, yo, aquí, en el suelo, en una esquina, apoyado en la pared, ladeada la cabeza, el hilillo de baba a punto de unirse al suelo con los ojos cerrados y sintiendo a eso venir para quedarse. Le he estado haciendo hueco desde hace mucho tiempo. Venía, se daba un garbeo y volvía a irse ¿por dónde había venido? El caso es que se iba y me dejaba solo otra vez. Yo me decía que entonces nada, si no le gusto no la invito más y ya. Pero es tan seductora. Es capaz de presentarse de cualquier forma y yo, ignorante de quién es, no la percibo hasta que me la encuentro de cara. Ahí, mirándome a los ojos, hablándome al oído, subiéndome las entrañas. En la tele, en el trinar de los pajarillos, en la mueca de un niño, en los garabatos que escribo sobre un papel, en las canciones. Ya digo, de repente, sin avisar, ahí está. Hoy ha venido disfrazada de chica de pelo ceniza, suelto. Guapa, a veces es tan guapa. Ahora está disimulando si no, ¿cómo es que no dice nada acerca de lo que hago tirado en el suelo babeando? Es muy lista, sabe que no puede revelarse demasiado, porque entonces algo falla. Sí. Llaman al teléfono, suena el timbre, se estrella algún coche ahí abajo u otra cosa cualquiera que sirva para interrumpir. Lo tengo todo visto; controlo esos momentos. Ocurre entonces que se aleja un poco y mira de esa forma en que está claro que lo sabe todo pero haciéndome ver que no ha pasado nada. Es un poco difícil, qué digo difícil, es imposible, hablar de ello. Siempre se me da pie pero los latidos de mi corazón se vuelven tan fuertes que dejo de oír otra cosa y el sentimiento espiralado se apodera de mí. Quiero entrar y salir pero no puedo. La turbulencia del sentido de la vida. Arriba y abajo, dando vueltas. Y el frío. Frío, escalofríos, temblor, descontrol. En el fondo sé que puedo, pero me aterro tanto que, si estoy solo en casa, engullo todo lo que pille y me meto en la cama con mil mantas. Puede ser que esto ya se haya escrito. Da igual. Digo que si no estoy solo es más complicado escaparse, pero tengo suficiente experiencia para zafarme del destino. Hasta que el cuerpo aguante seguiré. Ya lo dejo.

Sin funicular


Baja de la montaña, descálzate antes.
Pisa la ladera, rápido, un descenso vertiginoso te aguarda.
De lodo hasta las rodillas, corre a abrazar la sombra que te abandonó al elevarte.
Tírate de cabeza a por ella, sin titubear, la caída no será más dura que aquélla 
que te esperaba allá arriba al siguiente paso en falso. 
Ibas a darlo. 
No lo dudes. 
No hay sitio para todos.
Proyecta por una vez a la vez que para siempre lo que merece la pena. 
Se lo debes a muchos, incluso a ti.
Que en la meseta no termine tu caída, tampoco ese es tu terreno. Más abajo te has de rebajar.
Al mismísimo pie donde todo comenzó, ahí te hemos de ver desencajado y exhausto, descoyuntado por dentro. Como una vez fuiste.
Entonces, por favor, piénsate muy bien lo de volver a subir, porque querrás ascender de nuevo de tan renovado, puro y santificado que te sentirás. Si merece el esfuerzo dejar todo atrás, abajo, porque a alguien oíste decir en cierta ocasión lo bien que se debe estar en una cima como esa.


Curiosamente entre semana se levanta a la misma hora que entonces


La niña cree aún recordar un tiempo en el cual los que se fueron no venían a visitarla.
Una comba se balanceaba sobre trazos de tiza. No había patucos más bonitos que los de su hermano.
A hombros de aquel gigante, en brazos de madre. Un auténtico jardín. Sol, nieve, dulces, flores y agua clara. 

Y muchos, muchos árboles verdes, amarillos y marrones. Todo estaba vivo de aquella. Las tortugas, los muñecos y los abuelitos. La leche en su cristal. Tantos amigos con los que jugar.
Una vez se paró el reloj del comedor, y como por arte de magia lo echó a andar de nuevo el hijo de los vecinos. "Qué guapo es, Juan." Un cuco. Cantaba a todas horas, silbaban ellos. Y petirrojos, ruiseñores y muchos gorriones los acompañaban. Y aquel periquito azul y blanco como el mejor cielo. Hasta la aspiradora sobre la moqueta le parecía música los fines de semana. Dios mío, cuántas galletas comía untadas en crema de avellana y las hundía en el cacao que cosquilleaba, picaba hasta estornudar. Qué risas. Ni sabía escribir. Escribir, por ejemplo, pena.  



Holocausto caníbal



En mitad del deshielo



“Buenos días, Ernesto.” 
Ahí se quedó de pie. Sin decir más. Calzaba botas marrones de piel. Se habían humedecido probablemente al pisar un charco ya que afuera llovía como de costumbre por esta época. También los dobladillos de los bajos del pantalón estaban húmedos y más oscuros que el resto de esa prenda. Estoy seguro que había pisado un charco. Algo inevitable, por otro lado, debido al irregular estado del pavimento del barrio viejo. De nuestro barrio viejo. Algunos adoquines de la calle del mismo estaban separados entre sí por la longitud de dos y hasta tres palmos. En mi opinión, y en la de muchos convecinos, era denunciable esta dejadez en la que nos tenían las autoridades. Las obras de recanalización, pagadas por la comunidad de vecinos, que se llevaban a cabo desde el portal de enfrente hacia este portal, el portal 1, también podía ser la causa de que se salpicaran sus botas y pantalones, ya que los operarios habían convertido ese patio exterior en toda una zona de obra mayor y las baldosas estaban sueltas cuando no directamente rotas por la presión ejercida por la maquinaria de los obreros estos días atrás. Habíamos hecho bien en asegurarnos mediante una claúsula adicional, a la hora en que contratamos a la empresa, que cualquier desperfecto ajeno a las propias labores de readecuación de las tuberías y vaciado iba a tener que ser reparado por la propia empresa. Yo, como presidente de la comunidad desde hace tres meses, había insistido ante los demás propietarios que más valía prevenir que curar en estos casos, y que era preferible aumentar el coste total en únicamente cinco puntos porcentuales por puerta que echarse las manos a la cabeza después. Y créanme, de cuentas, gastos e ingresos y números en general sé un poco, que no son pocos los años que llevo sin fallo los balances en mi empresa. Cuando a los de la contrata les hice la primera visita había visto el tipo de maquinaria que iban a emplear en el trabajo y de ahí que forzara un nuevo pleno vecinal para reevaluar todo el asunto. Y ayer, durante la última reunión mensual, me felicitaron incluso los, llamados con cariño, que conste, tozudos del portal 3, 1º C y del portal 2, Bajo A, el “viudito”, como lo llamaba mi mujer, y las hermanas Garbí Meléndez, respectivamente, que se empeñaban en rotundo a subir su aportación más allá de lo convenido en la segunda reunión que mantuvimos acerca de este asunto. No era de extrañar viendo las condiciones en que vivían, sobre todo las hermanas. Opino así aunque las hermanas nunca me han invitado a entrar pero me he formado mi opinión debido a que lo he observado con mis propios ojos. No lo hice con ánimo de cotillear ni nada por ese estilo, sino que me es inevitable ver al menos el pasillo en su totalidad, parte del salón y toda una pared de la cocina cuando me abren la puerta, ya saben. Se podrán imaginar que en ocasiones el presidente va a casa de sus vecinos a llevar copias de las actas de las reuniones, a notificar algún asunto o simplemente a interesarse por su estado y entonces es cuando, qué remedio, observo el estado de sus casas que es, al igual que la cara, un espejo más del alma, o así lo decidimos mi mujer y yo en una ocasión, no sin ciertas risas, en que nos bebimos las dos botellas de vino tinto que recibe cada puerta de su vecino invisible en el día de Navidad. Este juego, ya casi tradición, lo instauré durante mi primer mandato hace ya veinte años, veintiuno, para ser exactos. Los vecinos que viven, o vivían en alquiler, que en todo este tiempo que llevamos mi mujer, mi hija y yo aquí en realidad nunca han superado el número de tres, se han mantenido al margen del juego, cosa lógica por otra parte, ya que su vino lo siguen recibiendo los propietarios propiamente dichos a través de la presidencia. Incluso los hijos de los Iglesias Iglesias-González Simón, que fallecieron tristemente hace seis años en aquel avión que los iba a llevar a un merecido, bien lo sabe Dios, retiro temporal a Santo Domingo, quisieron mantenerse en nuestra pequeña tradición. Los que se fueron abandonaron no sin tristeza nuestra pequeña comunidad cuando por circunstancias afortunadas de la vida tanto al matrimonio Iglesias Iglesias-González Simón como a los simpáticos, aunque algo atolondrados, Madrid Caño-Yañez Álvarez, les sonrió la suerte en forma de lotería y herencia, respectivamente. Hecho muy comprensible y de entender. El caso de los Ortego Flores-Martínez Sabino fue distinto. Ha sido nuestra mayor desdicha en todo este tiempo de armonioso convivir, digamos, comunal, pues desde que ocurrió aquel malentendido con aquella derrama del demonio ellos son los únicos propietarios que se han desvinculado tanto del juego como de la propia comunidad. Mis tres visitas, una vez los Ortego Flores-Martínez Sabino se fueron de nuestra vecindad, junto a la presidencia de turno que en aquel año recayó en el señor Hinojós Llorente, del portal 2, 1º B, no dieron los frutos deseados. En realidad opiné enseguida, y mi mujer opinó igual, que los problemas se dieron entre ellos dos, y que el problemilla con la derrama fue un pretexto para irse de aquí y finalmente separarse, como comprobaríamos todos poco después (un simple descuadre, engrandecido, sí, por no haber sido comprobado dos veces por el administrador de la finca antes de ser enviada a Hacienda, pero subsanado a tiempo, al fin y al cabo; además, en descargo del presidente de entonces el señor  Borbalán Íñiguez del matrimonio Borbalán Íñiguez-Novoa Senén, del portal 3, 1º B, a quien yo le presté todo mi apoyo durante el affaire he de decir y constatar que él no hubiera sucumbido a la tentación de cambiar de administrador a mitad de su presidencia si no hubiera sido por la intromisión, sin duda sin mala intención, de la señora del señor Madrid Caño, la señora Yañez Álvarez, a instancias de éste, que mirando por el bien de los gastos y como forma de preparación para el siguiente turno de la presidencia el cual le correspondía a él, que finalmente no llegó a hacerse efectiva por el golpe de la diosa Fortuna en nuestra comunidad que he comentado antes, quiso simplemente ayudar a reducir los gastos de nuestra comunidad, y la intención, y eso fue lo que le dije al señor Ortego Flores nada más iniciar nuestra primera visita al bloque de apartamentos en el cual, ahí lo tienen, vivía solo tras abandonar él y su señora, la señora Martínez Sabino, nuestra comunidad aparentemente aún como matrimonio bien avenido). Nos enteramos a través de un amigo del “viudito”, que trabaja en Sanidad, en altos puestos burocráticos, que el padre de la chica era un eminente cirujano en la capital, el Doctor Martínez Villamil, y que se había enterado por parte de otro amigo en común que también había sido amigo del “viudito” en su día, que la hija del Doctor Martínez Villamil, del famoso Doctor Martínez Villamil, se había separado y andaba en compañía de un entrenador de fútbol de un equipo recién ascendido a primera división, allá por la capital. Una verdadera pena todo el asunto aquel, sólo doy gracias a Dios de que ya pasó todo. Quizá cuando solucionen sus diferencias que estimo serán de índole económica, al fin podamos dar la bienvenida a unos nuevos inquilinos, y a poder ser, ya que pedir es gratis, que sean propietarios y también inquilinos, ya que la integración con arrendatarios nunca será igual de estrecha. De la que empezamos con el juego del vecino invisible todos los vecinos éramos propietarios y los cuatro nuevos propietarios de la última fase, la del portal 1, único por motivos de lindes con una sola planta, que se finalizaron, y ocuparon, claro, con dos años de retraso, también se sumaron con naturalidad a nuestro juego. Obviamente sabemos casi siempre quienes son nuestros vecinos invisibles pero no cuesta nada disimular y mantener ese inocente espíritu, más que infantil, diría yo, humano. Hay una regla transmitida, inocentemente transmitida si quieren, pero regla al fin y al cabo, de presidencia en presidencia de que cuando el número de vecinos es impar, y esto desde el incidente con los Ortego-Flores-Martínez Sabino ha sido así, es el presidente, o presidenta, en su caso, aunque ninguna fémina haya ejercido tal cargo debido a la renuncia en su día de las hermanas Garbí Meléndez, quien ha de hacerse cargo de regalar dos veces el vino. 
“Buenos días”, repitió. Hablaba distinto. Había envejecido. Y quién no en este tiempo, pregunto. 






A M. no


Ella estaba, a la vista de anteriores y posteriores acontecimientos, mal.
Él no estaba mejor ni peor. Pero juntos eran dos maestros. En fuga.
Iban y venían. Expertos cazadores de momentos en lo alto, con sus volteretas,
y su caer.

Iba bien la cosa, el asunto este de estar siempre, dos años, casi, en lo mejor.
Hasta cierto día, que comenzó al levantarse.
Sólo otro más parecía. Se hizo de noche, o ya lo era.
Fría la temperatura, entre sí, se tornó y se vislumbró un claro mental:
"no me gusta esto".

Quién lo pronunciara da igual, aunque se intuya y le siga un:
"no somos para el otro".
Peor, peor, no se puede decir pero aMar fue amada, de la manera en que se puede amar
bajo algunas, cualquiera, circunstancias.

Lástima que aquí el deus ex machina aún se crea que le hace un favor recordándola.






Un poco de La comedia humana de Saroyan


-Más-dijo-. Y más por ahí. Y más. Libros por todas partes, Ulysses.-
Se paró un momento a pensar.
-Me pregunto qué dicen todos estos libros.-
Señaló una zona enorme llena de libros, cinco estantes llenos.
-Y más-dijo-. Me pregunto qué dicen.-
Por fin descubrió un libro que era del mismo color verde de los brotes de hierba.
-Y mira, éste es bonito, Ulysses.-
Un poco asustado por lo que estaba haciendo, Lionel sacó el libro del estante, lo sostuvo un momento en las manos y lo abrió.
-¡Mira, Ulysses! ¡Un libro! Aquí lo tienes. ¿Ves? Aquí dice algo.-
Señaló algo en medio del texto del libro.
-Esto es una "A". Esta de aquí. Y ésta es otra letra. No sé cuál. Todas las letras son distintas y todas las palabras son distintas.-
Suspiró y miró todos los libros que tenían alrededor.
-Creo que no voy a aprender a leer nunca, pero sí que me gustaría saber qué dicen. Esto es un ilustración. Aquí hay la foto de una chica. ¿La ves?-
Pasó muchas páginas del libro y dijo: -Más letras y más palabras, hasta el final del libro. Esto es la vidrioteca pública, Ulysses. Está todo lleno de libros.-
Miró el texto del libro con una especie de reverencia, murmurando para sus adentros como si estuviera intentando leer. Luego negó con la cabeza.
-No se puede saber qué dice un libro a menos que uno sepa leer, y yo no sé leer.-
     Cerró el libro lentamente, lo devolvió a su sitio y los dos amigos salieron juntos de puntillas de la biblioteca. Fuera, Ulysses hizo chocar los talones porque le parecía que había aprendido algo nuevo.


William Saroyan, La comedia humana, Acantilado, 4ª ed., 2010, Barcelona. Trad. de Javier Calvo.

Autorretrato #83

-Míralo ahí sentado. En su cama. El eterno adolescente. La comedia humana de Saroyan a su izquierda, enfrente el espejo de 115 por 80 que devuelve su imagen colocado en tal ángulo que cada polvo que ha echado allí en los últimos cinco meses le ha hecho formar parte, protagonista, de cada escena de su propia película porno, aunque no tan gonzo como le hubiera gustado, todo sea dicho.
...32 años, escribir, náuseas. 34, vómitos. 36, esputos [ -¿Cómo estás de tu catarro? -Mejor, aunque no paro de esputar. -No es my bonito decirle eso a una chica (rubia, ojos azules; extensiones, lentillas de colores)]. ¿Qué vendrá a los 38? La muerte. Ja...
-¿Qué va a cumplir 5 años su blog ya? -Eso parece.
-Tanto daría que hubiera sido ayer. -Y tanto.
-¿Cuántos autorretratos lleva ya? -Siempre es el mismo. -También.
 -Cambiando de tema, supongo que verías el último cepillo de dientes que se ha comprado. ¿No te parece el mejor que ha tenido nunca?- Puede ser. Piensa que nunca antes habían recibido sus encías tales masajes y también que fue económico para ser de marca. ¿Y qué me dices de esas protuberancias, de esos bultitos de caucho que higienizan la lengua? Son una pasada. -Desde luego. Está muy contento con su higiene bucal.
-Seguro que le hubiera gustado buscar un sinónimo para esta higiene.
-Mejor hubiera hecho en cambiar el higienizan porque chirría que mete miedo pa' la cabeza.
-Déjalo, que se joda. Si es mongol perdido. -Ya te digo.
-


Bucles sagrados por eternos



Vine aquí a decir
que no vine a decir
algo que no se haya dicho ya.

Estoy, por así decir,
de paso, como otros, como todos.

Vivo una vida mejor
y peor que otras vidas.

Hay algo, sin duda,
diferente en mí, al igual que en ti,
pero no incumbe a nadie más que a mí.

Verdad es todo lo que se crea.
Y tus caricias
aunque sólo destruyan,
como mis mentiras, son verdad,
como la poesía.


Back to the beats


Bien, bien, bien, estamos aquí Leo, su propio amor, yo y el otro. Desde el infinito roto y nuevo, a ritmo del diapasón que mando sentir, mezclando a tres platos con una mano. Yep, yep, bip, bip. Bien, de nuevo comenzamos, distorsionados como otros pero distintos al igual que todos. Sí, no hay manera de, no hay manera de, no. Toses, carraspeos, ¿quién iba a decir que hoy volvería Leo? Bum, bum, tu corazón. Bum puede ser un trasero, tú meneo yo bien gustar (de gustar). Y abajo habrá perros más andaluces que otros seguro diría él, el salvador de esta alma magna cua-cua-cuasi sincopada. Ven, deslízate por lo que suelta el aura de arcángel, ese maná de las flores iridisc... Hmmm, me lo pienso mejor y sigo aquí, se nota, las notas, el timbre, las notas y lo que traen esos hombres en su saco, toca, boca. Pitch arriba ya, venga que esto no decaiga-rá, que venga Julián Ríos ya a mortificacarear. Estamos en una nube de comer, de las que no se pueden ver. Sosténganlo arriba, amigos, prosíguelo tú que a mí no me da el gusto para tanto gato que habrá en el. Y hablando de lo que hay arriba, cómo mantendrá un corazón a tantas mentes es una pregunta igualmente encantado.


Hermosilla en Ficciones

Gustavo Gª-Gleeson sobre Invernadero, un film de Gonzalo Castro



Sinapsis invernaderas


Previo sinóptico

Vi El chico del brazo de oro de muy pequeño. De tan pequeño que no la recuerdo.
Muchos años después visioné Invernadero. Era mayor uno ya y era martes, día especial de por sí.
Fui al cine con un amigo quien ese mismo día cumplía años, treintayalgo. Le comenté hará unos días que
necesitaba de sus recuerdos de la película para escribir un artículo sobre la misma ya que mi propio
recuerdo, a pesar de ser mucho más grande que cuando vi en la filmoteca a la que solía llevarme mi
padre, muerto hace tantos años que no recuerdo nada de él, El chico del brazo de oro o El imperio
de los sentidos, se había perdido en algún pozo mental negro de tantos desechos.
Yo mismo no creo que pueda serte de ayuda ya que sobre la película en cuestión, aparte de ciertos
cuestionamientos muy personales que se me plantearon aquella tarde, no podría decirte cosa alguna
que te sirviera, pero repasemos aquel día, quizá así vuelva algún detalle válido para lo tuyo, me dijo el amigo, y comencé a relatarle lo que había hecho entonces.
Llovió bastante, entonces, y era oscuro, noviembre, cosas así recordaba. Las Coreas iban a entrar en guerra y casi había telefoneado a una íntima mía para que me acompañara al cine a ver la premiada película
de Gonzalo Castro Invernadero, sobre Mario Bellatin, un escritor al que le falta un brazo y parece
ser que también una tilde, y poco más recordaba, la verdad, le dije.
No es poca cosa, creo que de ahí puedes extraer lo que deseas para tu escrito, me dijo mi amigo Dario, quien últimamente prefiere ser llamado así antes que Darío, por un hit del músico Vitalic; y con esos mimbres esta cesta.



No más que una falsa sinopsis comercial de la película Invernadero, en el fondo

Mario Bellatin sucede como nunca en Invernadero gracias a la portentosa labor de Gonzalo Castro
[Buenos Aires, 1976. Obra previa: Resfriada (2008), Cocina (2009)].
Hacer entendible, asumible, a un escritor raro, de los pocos de verdad “raros” (léase su obra Lo raro
es ser un escritor raro), como Bellatin, no está al alcance de cualquier cineasta.
Quizá el hecho de provenir el propio Castro del proceloso mar de las letras haya sido una ventaja, puede ser, pero de lo que no cabe ninguna duda es de la personalísima concepción, cual el tardío Rohmer, pero sin su moral, del joven Castro.
Explicarse sobre Bellatin es inútil. Castro sabe esto y mucho más, y despeja en su film todo vestigio
de arte menor que agrieta la Historia del Cine para configurar una mirada sobre la extraordinaria
belleza de lo cotidiano en la poliédrica vida de un artista único como Mario Bellatin, quien no
deberá poco al, con esta obra consagradísimo, autor (Premio BAFICI 2010, Premio FICXIXÓN
2010).
Si Bellatin persigue la “escritura sin escritura”, Castro obtiene el “cine sin cine”, y eso es impagable,
señoras y señores.


Un síncope más tarde

Hay gente que no sabe a qué va al cine y está bien que así sea mas permítaseme una digresión.
Si en la proyección de Invernadero a la que asistí de un festival de cine in-de-pen-diente -no entraré
a valorar los matices de esa independencia- había cien espectadores al iniciarse la película, al acabar
habría una quinta parte menos (si fueron cincuenta personas las presentes, se fueron diez de ellas
antes de la conclusión, según mi hipótesis estadística, para el caso es lo mismo). Un veinte por
ciento de pérdida de público en unos ochenta minutos. Guau, así decía uno de los perros que salen
en Invernadero, pero yo digo, ¿a dónde vamos a ir a parar nosotros, los cinéfilos?
Con esta constante pérdida de asistentes las salas de cine “de verdad”, no las “de mentira”, como esta peli de Gonzalo Castro, por no hablar por el momento de la resta de clase y saber estar de los asistentes,
paguen o no paguen, y no vean, por otro lado, la de invitados por el morro que hay en este tipo de
festivales, inevitablemente, como viene ocurriendo desde hace muchos años, acabarán cerrando una
tras otra y sólo sobrevivirá algún multicine en cada gran núcleo urbano de nuestro querido país, y
esto no puede ser.
No puede ser, como las hijas de Bellatin, pero es. Hemos de actuar, como Bellatin en este largometraje, y rápidamente, y ser tan veloces como el propio Mario afeitándose en Invernadero para revertir esta decadencia multicinefílica.
Lanzo desde esta plataforma un desafío a nuestros gobernantes que tanto subvencionan a los creadores de cultura, como por ejemplo, Almodóvar, que no sale bien parado en Invernadero, y tanto se despreocupan de quienes tanto les dan. Aparte de auspiciar cineclubs como Dios manda, y desde luego no en centros sociales.
No sé, dennos entradas gratis para esas nuevas ágoras (ahí) a quien pueda demostrar haber visto cine de autor desde hace años sin descargarse nada de internet. O a quien certifique que se ha apuntado a la
escuela de idiomas (academias privadas no valdrían, amiguistas) para no tener que leer los pésimos
subtítulos de las versiones originales. Condiciones de este tipo.
Y si no quieren ver en las sesiones de festivales de cine pelis raras donde sale Margo Glantz, por favor, infórmense antes de entrar en la sala que molestan a los demás cuando se levantan para irse, que de eso trataba de hablar.


Narración de hechos fantásticos de índole sico-sinestésica durante la proyección de Invernadero

Fue comenzar la película y empezar a oír cosas. A oír más cosas de lo normal, y no me refiero al
sonido de la peli ni a la escarbación en lo más hondo de la bolsa de maíz frito de mi vecino de sillón,
sino que empecé a oír los pensamientos de ese mismo hombre junto a mí.
Debido al ruido que su mano producía por fricción en las paredes de plástico de su bolsa de quicos lo había mirado un tanto molesto y como consecuencia de posar mis ojos sobre él se transfirieron, porque sí, pero no me pregunten por qué, sus pensamientos, en mi propia y conocida voz interna, eso sí, a mi interior.
“Poca sal. ¿Y el agua? Parece que está buena. Sólo tiene un brazo el tío. Vaya putada. ¿Y es
escritor? Joder, sí que está buena. Me mola ese acentillo...”, pensaba el tío.
Obviamente no le presté ninguna atención a la película.
Esto hay que aprovecharlo, pensé ligeramente excitado y nada nervioso, sin decirme nada a mí
mismo y desvié mi atención visual hacia un objetivo menos previsible que el chaval que estaba dos
butacas a mi derecha.
Un par de filas más adelante, nadie ocupaba los asientos en la fila inmediata, había una pareja. Me fijé en el pelo raramente ondulado de la chica y la transmisión se inició:
“Naturalista, puedo decir después. Personal. Mucho plano fijo. Sonido muy Tati, sí. Fotografía
sencilla, efectiva, eso, como uno más en la puesta en escena. A las 10 tengo que ir a la otra, ¿de
quién era? Ya está rozándome. Está tremendo. Godard, tengo que decir Godard. Bonita chilaba.”
Desactivé a la mujer desviando la vista hacia el pelo corto de su acompañante que me pensaba:
“Me voy a ir como esos. Vaya mierda. No hacen nada. Se parece a Bruce Willis. Esta ni caso. Que
dure poco. Esa está como un tren, uf, me pone hasta su voz, como Silvina. A ver ahora. Sí, no,
ponme mala cara encima. Ya me valió decirle a la friki esta que me encantaba el cine. Tías con
gafas. Luego me dirá que si la estética entrópica del fiiiiiiiiiilm. Ya me vale. ¿Hoy hay Champions?”
Era divertido, divertidísmo, pero al rato me cansé de la parejita y en uno de los barridos en busca de
entretenimiento con lo ajeno mi mirada quedó clavada en el actor, en Mario Bellatin, y aquella
suerte de mimetismo cerebral con los demás empezó a no tener gracia alguna.
A ver, todo fue muy rápido y duró poco aunque no podría precisar cuánto, pero el caso es que
cuando sintonicé con Bellatin él comenzó a rezar, en la pantalla, emitiendo unos vocablos en creo
que algún tipo de árabe, pero por dentro él no estaba rezando.
Eso no es lo extraordinario, al fin y al cabo es lo usual, supongo, porque yo rezar he rezado poco en mi vida, y siempre sin método. Y tampoco, no se crean, proviene de ahí el dicho aquel de “eres más falso que un Bellatin”, no. En su cabeza había miles de voces.
A cada segundo, o a cada fracción de segundo, no sabría valorarlo con exactitud, se cristalizaba dentro de mí una voz distinta en un tono que no era el mío, como ocurriera con los presentes en el cine, sino el propio de cada voz.
A un niño que gritaba “Papá, Papá” le seguía la voz de una mujer que se lamentaba dolorosamente.
Después una voz de anciana clamaba por su gato o un hombre gozaba lo indecible, y a las tantas
voces distinguí la mía que, al igual que las anteriores, luchaba por salir.
Un miedo inexplicable a la vez que un sentimiento de piedad inenarrable se apoderaron de mí, y
agaché la cabeza, me levanté y salí del cine, como antes había hecho un montón de personas, lleno
de incomprensión.

 Gustavo García-Gleeson


Fuente: El coloquio de los perros. Monográfico 2011. Mario Bellatin: el experimento infinito   

I will never, por David Murders



I will never explain my poems.

I will never explain myself.

I will never even make them explicable.

I will never even publish them.



David Murders' blog

Sum Pater


1. Supe del dolor una noche. Era verano. Había estado corriendo en serio por primera vez con vistas a prepararme para la vida. La primera de las lecciones que tuve que aprender fueron los calambres.

2. Del mejor amigo la mayor pedrada.

3. Viendo lo que ocurría en devenires tales a los míos decidí encontrarme con el Absoluto y explicarle algunas cosas, más que preguntar.

4. Hola.

5. Mi soberbia fue correspondida con el don de la visión temporal.

6. La mejor de las lecciones sin pretenderla. Ahí una clave.

7. Por supuesto que había pegas.

8. Acabé por encontrarme en otro cielo de varias cavidades que debían obrar en mi propiedad, según yo. Que conociera el desenlace a mi pensamiento se le antojó inexplicable como es de suponer.

9. No hay forma de evitar la multiplicidad de los ciclos. Comprendilo cuando acudí de nuevo a Él y me dijo: Adiós.

10. Tiempo que pasa.

11. Me angustia pensar que el dolor se herede. Procedo de inmediato con la castración manual.

12. Mi hijo será más feliz que yo.

Who makes the nazis?

buuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuruupupubuuuuuuuuuuuuuu
y
o
y
e
s
l
a
m
ú
s
i
c
a. lo sé
uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuruupupubuuuuuuuuuuuuuu

El coloquio de los perros 28

Del autor que iba a escribir una crónica de un concierto de Nacho Vegas y le salió esta diatriba financiera por causas ajenas, o no tanto, a ciertos pagos a afrontar

Sueño con banqueros muertos.
Sueño con banqueros empalados por los espolones de sus yates.
Banqueros desollados inmersos en ácido chungo.
Banqueros perforados por mil clavos clavados a mano por mí mismo, por ejemplo.
Banqueros a punto de morir dolorosísimamente por siempre jamás.
Banqueros hombre, banqueros mujeres y niños, todos sufriendo lo inefable.
Un banquero bueno es un banquero a punto de morir atrapado en la hélice de un jet privado.
(Banquero, banquero, sufre hasta la extenuación, cabrón.)
Qué dulce sería tu cruenta muerte, banquero nazi, judío, americano y cántabro.
Banquero de mis banqueros, oye a la muerte adentrarse en ti para reventarte por dentro
con la guadaña de tus intereses, las explosiones de tus comisiones y la metástasis de tus recargos.
Ve como cada moneda tuya cobra su tributo en forma de mamadas de tu mujer a tipos en tu nómina.
Siente, huele el hedor a finanzas putrefactas que emana de bajo esas tetillas carcomidas de avaricia.
Banquero de mis banqueros creerás que el mundo es tuyo hasta el fin de los tiempos.
Pero no es así.
Ya van formándose los escuadrones de la muerte bancaria;
matones sin sueldo dispuestos a cobrarse lo suyo que todavía es tuyo.
Oh banquero, la que te espera.
Disfruta mientras puedas de las Masdivas y la Plaza Véndome,
de San Murezzan y del Waldofaldo-Astoria.
Y de tu filantropía porque...,
hay que joderse, sois benefactores de la humanidad con vuestras fundaciones socio-culturales,
(¡SOCIO-CULTURALES!), esas becas de estudio y el 0 con algo para países en vías de desarrollo;
en desarrollo como tú, pequeño ciudadano, que ya me dirás por qué tuviste que comprarte 
a crédito un piso y un coche de paquete, de un rojo tan bonito.
Ahora hay que pagarlo, claro. 
Y la otra no sé qué de qué que no le viene la regla.
Pero la culpa es de los banqueros, por supuesto. Yo opino igual.
Matar a un banquero es lo mejor que puedes hacer
después de darte un montón de cabezazos contra la pared.

Te quiero yo no, me quieres tú no

Uno de los míos

Perro, El

Respete y trátese humanamente al perro.

No se le dé nombres indignos tal que
Pérez Troika, Juanicola o Pepeperro.
El cánido es harto sensible a tales
epítetos que diría Belloc, Hilario.

Ningún animal que mueva el rabo
retornará mejor el cariño que un perro,
tu perro.

Y de paso miremos a ver si también a los pollos
se les puede mostrar un poquito más de cariño,
que pobres pollos...

24 de febrero, según J.L.C.

Me puntualiza Virginia que se asomó a ser achuchada y a charlar pero 
dio conmigo en el suelo con los vaqueros resbalados, como muerto, 
desencajado y lívido, empuñando mi pene con las manos y unas 
gotitas entre amarillentas y blancas sospechosas en la cúspide, con
lo cual ella ponderó que habría sucumbido a un orgasmo laborioso 
y fulminante. Nos reímos ahora porque podemos reírnos sin moles-
tar a nadie que si no… Ella, desnuda como lo suele estar en el relax 
que media entre cópula y cópula y barullos, los barullos de Virginia 
son ecuánimes, puso a la Casa putas arriba y recurrió con despar-
pajo a un Samur. Laura, campechana y feliz, no se lo creía. Charlotte 
únicamente exclamó ohlalá que estamos apañadas… Betty, deshecha en 
llanto, observaba con lágrimas sinceras el paisaje y tuvo el aplomo 
de jabonarme los devueltos y arreglarme el pantalón. Me daban por 
difunto todos, incluidos los clientes de mis casquivanas que cedieron 
en la rudeza del flirteo al avistar la batahola y los del gas ciudad. Más 
adelante, ya en esa casa de locos que tildan de Residencia Sanitaria 
Virgen Blanca, le notificaron los doctores que el fatal desenlace, tal 
como ella les aseguraba y ellos confrontaron, no se había producido. 
No se demorará, descuida. A grandes rasgos fue este el argumento 
de Virginia. 
 
Elogio del proxeneta, Luis Miguel Rabanal
Colección Trayectos, Ediciones Escalera, Madrid, 2009

A Hallervorden-Spatz, por favor

Hermosas y verdaderas, rubia y morena. Alemanas, jóvenes, sonrientes. En diagonal a mi diestra vista. Hay otras tres parejas de chicas sentadas en este local. Parece que los hombres no tuvieran ni para pagarse unas cañitas, aunque, hoy hay fúbol en abierto. Las seis son morenas-morenas tirando a poco-nada guapas. Son lesbianas, fijo que son lesbianas. Las anteriores dos no me han mirado ni una vez, ni siquiera cuando advirtieron la pegatina de dictador egipcio adherida a la contrapantalla de mi ordenador. La morena, la más guapa, resplandece cuando escucha a la otra que no deja de ser menos guapa que la otra no-rubia. Puedo decir que hay pocas mujeres en mi vida pero no puedo decir que raptaría a estas ninfas sabinas para fundar con ellas una nueva estirpe, un nuevo linaje bárbaro proario, o probético, ya que no hay finalidad imprevista por el tiempo, et caetera. El último disco de Arcade Fire ha entrado en bucle. Es la cuarta vez que comienza Ready to start. Ha entrado una conocida en el bar, con su novio y otro maromo. Vaya ojazos. Actriz ocasional que está tremenda. Nos hemos besado en un par de ocasiones platónicas y tal. Otro amor imposible por improbable. Mañana madrugo de nuevo. Es guay trabajar. Mola escribir. No mola describir. Del escribir no tengo nada que decir. Me sacan aún más ventaja, las teutonas, con la tercera ronda de cerveza española que se piden, por no hablar de las patatas chips que engullen. He tomado un té verde y agua mineral, del tiempo. Eso sí, yo, como mínimo, les saco quince años. Que nadie se preocupe, que este breve lapso de tiempo que han empleado aquí valdrá la pena por este verso, o sentencia, epigrama o verdad final, que sigue, y seguramente proclamado por muchos anteriores o incluso contemporáneos a mí y que mejor haría en no pronunciar aquí.
Les dejo con otros plastas:

Selbstbildnis

Estar parado. Quedarse quieto.
Quédate paralizado. No hagas nada.
Niégate, incluso tres veces.
Velo pasar. Solo, tú solo. Te tienes.

La reciedumbre de un delicado e histórico rigor posado. Parnassius apollo. 

Qué más. Nada más. No existes; no eres.
Alguna vez quisiste ser: lienzo.
Autorretrato (sin el paisaje de Durero).
Was sonst, amigo?

Procrastinación

Reeo de Janeiro

Un consejo de otro malvado


Me encanta hacerlo.
Salgo por las tardes a pasear por el parque.
Varío de escenario según las conquistas.
Suelto a mi bóxer por allí, hembra. No ladra.
No le cortamos las orejas y parece triste siempre.
Creo que está enamorada de mí.
Odia a los niños, pero más a las niñas. Lo sé, aunque nunca les gruña.
No hay nada como un perro para atraerlas, quizá un bebé.
Bueno, un recién nacido funciona mejor con las mayores, pero esas no cautivan a nadie ya.
Kali deja que la acaricien, por hacerme un favor. Es mi otra cómplice.
Si las niñas preguntan por el sexo del animal sé que están a punto.
Empiezo a liarme un porro como si fuera la cosa más natural del mundo.
Les ofrezco. Si aceptan pierdo el interés. Si no, no.
A los catorce, a lo sumo a los quince, están podridas.
Once, doce, trece. No más. Es mi recomendación.
Mi mujer es de la misma opinión.

Tres haikus con un par para un nuevo año

Asimetría.
Peludez infinita.
Toca. Verás.



Etos son dos.
Óvalos invencibles.
Y siempre sean.



Esto son bolas.
Lo que generan ellas
tú saboreas.

Un c(r)uento de Navidad


La cena de Nochebuena, como siempre, excelente, y como siempre, igual. Sopita de marisco, frutos del mar y cordero lechal. Todo ello preparado por mi eterna madre. Postre, panacota, para variar, pues es el único plato al que se le permite, por consenso, mutar de año en año. Un verdejo del Duero para los mariscos y el Muga de reserva habitual para la carne. Los primos de Castellón y mi hija, ahora de Madrid, con su inane marido, presentes. Absolutamente nada verdaderamente nuevo a la mesa. Se cantó por Cesária Évora, Los Calis, Manzanita y al final me arranqué con mi solo de Azzuro que hizo que, al igual que viene ocurriendo desde hace diez años por Nochebuena, a mi madre la arrebatase la melancolía por mi padre y se retirase, taxi mediante, a la residencia Palacio de Plata, lugar al que se fue a vivir por iniciativa propia sin titubear a los pocos meses de morir su, no tengo aún muy claro si amante, esposo durante 39 años. La nieve tradicional por Navidad, al igual que nuestras usuales pegas a su marcha, no impidió tampoco este año que se retirara antes de hora. Para que algo cambie las cosas tienen que permanecer inalteradas, y así sucedió.
Noté que lo que había deseado durante toda mi vida se iba haciendo realidad hacia el previsto final de la reunión, cuando el vino, los Mon Chéri y la tercera ronda de orujo con miel habían hecho mella en la mayoría de mis familiares, especialmente en mi señora, como de costumbre.
La primera sensación fue idéntica a la de un repentino e inexplicable calentón. Eché mano a mis partes bajo el resguardo que ofrecía el mantel de gala de tul rojo engarzado con flecos de similor en los bordes y enseguida noté que algo ahí abajo había cambiado. Me ausenté medio encorvado, simulando que los efectos del alcohol eran mayores a lo que en realidad eran (“Mira cómo va”, comentó, a lo Cachao, mi hermano), y me dirigí al aseo de invitados de la planta baja puesto que en el principal se encontraba mi hijo menor, probablemente preparándose alguna raya, de lo que sea que consuma la juventud hoy en día, antes de salir de fiesta. Sólo espero que no se meta ketamina, que he oído que eso es para caballos.
Como la de un caballo, no, pero casi. Así de grande la tenía. Y sin erección.
Bajo la blanquísima luz, como de hospital (hay que cambiar esas bombillas de 120 cuanto antes), aquellas venas y venillas, que seguían siendo las mías, y también la vieja cicatriz de cuando mi circuncisión, adornando ese cacho de carne coronado por un puño rosado causaban respeto, por no decir otra cosa. Mis injertos de teflón eran ahora unas insignificantes protuberancias, como un par de granitos en un muslo humano adulto sin pelos lastimado por ortigas. Tal que todo el dinero y tiempo invertido durante años en un nunca acontecido alargamiento, y engrosamiento, de pene hubiera surgido efecto de sopetón, así era. Una auténtica peripecia por Navidad, pensé.
Respiré aliviado cuando comprobé que mis testículos seguían siendo los mismos cojones de toro, pequeñitos y pegados al culo, de siempre. Se iba a enterar mi mujer. ¡Lo que me costó que empezáramos a hacerlo con mis implantes! “Eso son tonterías. Eres peor que un chiquillo. Si es normal.” Nunca quise una polla normal y ahora no la tenía. Al fin.
Volví henchido de hombría y seguridad en mí mismo y desprovisto del más mínimo síntoma de alcoholemia al comedor colonial donde mi señora era la que mejor desentonaba el Adeste Fidelis. Mi hijo se había ido sin más, todo puesto, seguro, junto a sus primos, de Castellón. Mi hermano, su esposa y la pequeña Alicia junto a mi mujer y yo, sin olvidar a nuestra viejo bóxer Camila, éramos ya los últimos que quedábamos pues al poco de mi vuelta también mi dulce ojito derecho se llevó a esa cosa calva y con gafas que tenía por marido, escritor dice que es, al antiguo dormitorio de mi niña. Mi adorable sobrina Alicia, como único ser allí totalmente sobrio, junto a Camila, y esta a lo mejor no tanto ya que, como de costumbre, el graciosete de mi hermano le había mezclado coñac en su particular cena de Nochebuena que consistió en paté de beef á champignon, reparó, no me cabe la menor duda, en mi aumentado atributo.
Me levanté varias veces de la mesa para ofrecerle a la niña todo tipo de turrones, de uno en uno, de las variadas bandejas de latón reforzado (de usar y tirar) que descansaban sobre el escritorio de nogal Luis XVI, de la que los otros tres adultos cantaban, ya sólo podía definirse aquello como 'intento de', villancicos rocieros.
“A lo mejor el de nata con nueces y piñones también te gusta”, y me levantaba de nuevo, se sentaba tres sillas a mi izquierda, entre sus padres, y volvía hacia ella con la bandeja en la mano ofreciéndosela a la altura de su cara, la misma altura a la que se encontraba mi zona media, y la pobre criatura con la boca abierta y la mirada ojiplática fijada, a través de sus rizos de canela, en mi paquete, al que yo en ese momento hacía palpitar con contracciones que partían de mis músculos perineales atravesando el paño fino de mis pantalones de pinza, agarraba e introducía el corte de dulce en su boquita garganta abajo sin pestañear una sola vez.
“Canta con nosotros, Juaqui.” Ana siempre me llama Juaqui, o Juaquirrini, depende, cuando está borracha. Sus dotes de anfitriona estaban bajo mínimos. Mi cuñada no iba mucho mejor y a Adolfo se le había puesto mirada de coche con las luces de posición encendidas. Camila yacía patas arriba junto a la chimenea con su baba uniéndose al mármol blanco (de Carrara) del suelo.
“Mejor os quedáis a dormir. La suite de invitados la dejó preparada Gwendoline antes de irse esta tarde.” Yo dije eso.
“No, Juacón”, Adolfo me llamaba así cuando estaba borracho, “mañana vamos a comer”, aquí le entró hipo,”con mis políticos, ya sabes”. Otro hipo, casi eructo. Silvia María con sus mechas rubias alborotadas no estaba para decir gran cosa. La que habló fue Alicia:
“Ay, papi, quiero quedarme con tito Jota y tía Anita.” Once años la cría. Como mi perra. Sabía poco.
“Sí, sí”, creo que dijo mi mujer.
Tras los efusivos abrazos de despedida de mi señora acompañé a los tres a la segunda planta. “Te espero en la cama, Juaquirrini. Y no me tardes.”
Ascendimos, yo con la mujercita en brazos, por la escalera imperial. Durante el trayecto, Alicia me susurró al oído que quería que le enseñara una cosa. La miré con reprobación, apartándome de las suaves cosquillas que provocaban sus larguísimos tirabuzones, pero dibujé una sonrisa, y lo de ahí abajo también tuvo un acceso de simpatía por esas palabras, aunque logré que no fuera a más, aún.
“Vosotros, podéis encontrar unos pijamas donde siempre, pero a Alicia, con todo lo que ha crecido este año, voy a tener que ir a buscarle al sótano algún camisón de cuando Blanca era pequeña”, les dije a los tres de la que nos adentrábamos en la salita de la suite de dos dormitorios, demasiado recargada para mi gusto. “Voy contigo”, dijo la pícara. “Vale, pero no os entretengáis”, contestó la madre. “Mejor acuéstala tú”, añadió mi hermano, “que con lo presumida que es os podéis tirar horas hasta dar con algo que le guste. Se parece a su madre”, y le dio un codazo juguetón a Silvia María de la que esta se deshacía de su original blazer. “Descuida, no tardaremos. Acuérdate que mañana tienes que llamar a los yemeníes, que esos tipos no celebran el nacimiento de nuestro Señor.”
Tomé a mi sobrinita nuevamente en brazos, con mi mano izquierda soportando sin esfuerzos sus descubiertos muslos blancos, y con su vestidito rosa de algodón egipcio y satén en volandas les dimos las buenas noches a sus papás cerrando tras nosotros la puerta que comunica el dormitorio principal de la estancia con el otro. Tras el cierre de la puerta sus limpísimos mechones volvieron a acariciar mi cara y oí cómo la más dulce de las voces me decía muy queda: “Quiero verlo.”
Bajamos las escaleras y a través del ascensor de servicio llegamos sin decirnos nada a la bodega.
“Primero tienes que escoger un camisón. En aquel armario (el empotrado) hay dos cofres con el nombre de Blanca. Rebusca en el mayor de ellos.” No más de diez segundos más tarde la niña estaba de vuelta con una prenda en la mano y decía con determinación: “Quiero verlo.”
En cierta manera me recordaba a Blanca, de pequeña, pero no más que cualquier otra niña guapa de incipiente desarrollo, rosácea piel, ojos grandes y boca de piñón, la verdad.
Cuando la hebilla argentina de mi cinturón de gamuza golpeó la tarima flotante lo que había bajo mi slip amenazaba con traspasar el algodón y la lycra del calzoncillo. Se podría decir que la cara de la nena era todo boca ya en ese instante. Siempre había habido bastante humedad en los bajos de la casa y aquella noche no era diferente. Mis dos pulgares se deslizaron bajo el elástico de los Cavalli y en una secuencia de movimientos pausados, con flexión de torso incluida, acabé dejando al aire mi pedazo de polla. Mi sobrina emitió un sonido ahogado por el asombro, que ni siquiera le permitió gritar. Aquello se me estaba empezando a poner duro y por tanto, más grande. Tres o cuatro segundos después, con los pequeños dedos de la chiquilla dirigiéndose hacia el descomunal miembro viril, aquello alcanzó su cénit sin más ayuda por mi parte que la del morbo de tener a la pequeña babeando (literalmente) enfrente de mi supernabo.
A sus manitas le faltaban dos palmos para poder juntarse sobre la piel de mi aparato, lo cual no resultaba impedimento para que la nenita, de pie, con todo su instinto, lograra darle un ritmo satisfactorio a la masturbación de su tío que estaba muy a gusto con los brazos en jarra y su mirada cenital. La chiqui también se inclinaba ligeramente y le daba besitos y algún lametón a la cima de mi pedazo de carne, muy intuitiva ella (imposible que intentara siquiera una felación canónica), o frotaba toda su cara, repito, toda su cara, a lo largo y ancho de mi, sigamos llamándolo así, pene. Se agarraba a mi rabo, lo rodeaba con sus brazos y en un momento dado hasta se colgó de él con todo su peso sin que aquella hercúlea erección se resintiera en lo más mínimo. Le dio algún bocado y todo. Ella entendía a un hombre perfectamente. Convertía su centro del universo en el centro del cosmos, así debía ser siempre (cosa que no era así siempre). Ella era la pureza y tras unos minutos recibió con deleite un chorrito de la esencia del génesis en la boquita abierta hasta sus orejas. Los incontrolables espasmos que me asaltaron en el momento culmen hicieron que los abundantes y potentes chorros posteriores, que por otro lado no eran nada nuevo para mí (cremas y otras cosas que me aplico con regularidad), se dispersaran por las paredes de gotelé, la madera de pino del suelo y hasta alcanzaron a las bastante alejadas barricas de sherry. El éxtasis estuvo a la altura del tamaño y apenas pude refrenar mis alaridos de placer. 
Al terminar tuve que echarme, todavía con los pantalones por los tobillos, en la chaise longue negra de Roche Bobois. Alicia no dejaba de maravillarse, tumbada en mi regazo con la melena desparramada, ante la bestia, ahora dormida. Le decía cosas apenas audibles para mí mientras la miraba embelesada y la acariciaba como ninguna mujer podría haberla acariciado. Al cabo de un rato, sin haber echado de menos el cigarrillo de después, le dije que subiera y se lavara los dientes antes de irse a la cama, que había dentífrico y cepillos sin estrenar en la alacena de su baño en suite. Fue curioso que sólo le diera un beso de buenas noches a mi falo, de hecho, creo que ni siquiera me percibió como persona al darse la vuelta en el quicio de la puerta ojival y clavar por última vez antes de irse sus ojos en mi órgano viril.
Luego subí. A mi dormitorio de la planta baja. Encendí la luz. Mi mujer, por supuesto, estaba profundamente dormida. Supuse que a pesar de la borrachera que la había arrastrado hasta la cama, no había olvidado ingerir su dosis nocturna de Valium 10. Estaba acalorada no sólo por las altas temperaturas del termostato general y, por tanto, estaba sin tapar con la funda nórdica de color borgoña. Su postura era supina en plan estrella de mar. Se cuidaba bastante, tampoco es que tenga ya gran cosa que hacer, y a pesar de sus 47 años mantenía una figura aún deseable. Su negligé de seda con amplias zonas de encaje negro, un tanto atrevido, se había desplazado por encima del comienzo de sus nalgas y dejaba al descubierto la braga roja de raso, casi brasileña, que se me antojaba mal combinada. Me desvestí por completo. La cosa me llegaba por la rodilla. A pesar de todo, de mis aventuras en los viajes de negocio por el mundo, de mis frecuentes visitas a los burdeles de ese mundo y de mis escarceos por internet, amo a mi mujer profundamente. Y esa noche iba a amarla más profundamente que nunca.
Sintonicé Radio Clásica en el Bang&Olufsen. Ponían algo que sonaba a composición rusa de principios de siglo pasado, a algún tipo de marcha militar. Fui al baño a por lubricante. Al ponerme de rodillas sobre la cama, para darle la vuelta a mi señora, accidentalmente, mi gigantesca verga sufrió un pisotón de mí mismo. Dolió cómo duelen estas cosas, pero nada más.
Una vez le había quitado la braga a mi esposa, pude admirar lo mucho que la rejuvenecía desde ese ángulo el blanqueamiento anal al que se sometía, a mi instancia, desde hace una temporada, y la enorme polla que se había desarrollado sin previo aviso aquella misma noche comenzó de nuevo a requerir de toda la sangre disponible en mi cuerpo. Aceleré este hecho con mis dos manos que apenas llegaban, por la parte más ancha, a rozar sus dedos de una mano con los de la otra. ¡Vaya pollón tenía!, pensé, y nadie hubiera dicho lo contrario, de haber estado alguien más allí, aparte de mi señora, que seguía dormida como un lirón por estas fechas.
Con las rodillas hincadas en el colchón de látex aquello me pareció de mayor tamaño todavía.
Volví a darle la vuelta a Ana. No quería, si por un casual fuera a despertarse, de la que la penetraba con mi megapepino, perderme su expresión facial.
Tras vaciar el bote de lubricante en la vagina de mi mujer, que ni se enteró, me dispuse a follármela. El tema estaba complicado. Al principio.
Conseguí dilatarla friccionando con una mano la parte donde se supone que está el clítoris mientras con la otra mano ensanchaba todo lo que podía su coño, que a estas alturas y gracias no sólo a los dos hijos de tres partos que tuvo en su día sino también a los grandes consoladores a la que la había ido acostumbrando, ya estaba bastante dado de sí, o así me las prometía.
Ya dije, el glande era como un puño, con mayor grosor que el resto, y me costó varios minutos de esfuerzo y paciencia introducírselo al completo. Ella gimió de modo ostensible, pero permaneció en sueños. Gracias a Dios, la presión de la perspectiva de realizar el mayor de mis sueños no le hacía pagar tributo al vigor de mi nuevo y extraordinario ariete.
Lentamente, con mucho cariño, aceleré mis movimientos. Iba centímetro a centímetro para adentro.
Me fui animando a la par que los quejidos de Ana iban en aumento. En la radio los ritmos militares seguían pero ella no acababa de despertarse. Le metí un poquito más. Y más. Y mejor, con arte.
Ana acrecentaba su inquietud. Igual que yo. Menudo sueño estábamos viviendo cada uno por nuestro lado. Su coño, no sé cómo, se tragaba ya más de la mitad a cada empellón.
Y sucedió, no me pude contener. Se la metí hasta el fondo. No se despertó. Pero comenzó a gritar para, tras un par de segundos, enmudecer nuevamente.
Saqué mi monstruosa polla de allí llena de sangre. La misma sangre que brotaba de las entrañas de mi malquerida esposa. Actué ràpido. Eso le salvó la vida.
Desde la ventanilla, dentro de la ambulancia, vi la consternación de mis familiares en medio de la nieve gris y marrón por las pisadas. Seguramente se preguntaban cómo era posible que mi mujer reventara por dentro de esa manera. Mi sobrina me lanzó un beso que atravesó los puros copos de nieve que caían mecidos por un frío viento del nordeste a través de la melódica sirena.
Después de todo este asunto, Alicia sigue viniendo siempre que puede y nos las apañamos bien para quedarnos a solas. Muchas veces trae también a amigas del cole.
A mi mujer, aunque ha perdida la forma, la dejaron bastante bien, como se puede comprobar en la fotografía de abajo, y yo, la verdad, es que, aunque no vaya a poder hacerle el amor a nadie nunca más, estoy contento de seguir teniendo esta inmensa virilidad que me fue concedida por vete tú a saber qué dicha navideña. 







FELICES FIESTAS








 

Leo de Cologne

Domingo, Goa en el recuerdo


Como tú


Sólo quiero
Sólo quiero
Sólo quiero
Sólo quiero ser como tú

Me da igual lo que la gente diga
Sólo quiero ser yo misma

Yo soy
lo que tú quieres que sea


Gui Boratto


Un juguete, una ilusión

8 sms por un chocho


1. La tercera cerveza tiene el regusto conocido de la derrota. Hora y media meciéndome en este rinconcito de un pueblo de pescadores. 2. Aguardando tus señales decidí de todas estar dispuesto a entregarme, costara lo que me costara. Nunca llevo las de ganar. 3. No mendigo cariño, aunque dé esa sensación. Busco mis razones pero sólo hallo limitaciones en mi ser. Cuarta cerveza: último acto. 4. Hace frío aquí fuera. Mi compañero en esta tarde, noche cerrada ya, de lunes, don Pablo Neruda, me acompañará a mi nidito de ausente amor 5. y juntos escribiremos un triste epílogo a esta historia, salvo que Dios, o tú, dionisíaca diosa, objetéis algo en contra. 6. De antemano te doy las gracias por existir, y por contestarme, si lo haces al fin y disculpa que mi ya alcoholizada persona 7. se tome estas libertades y te idealice, sé que eres de carne y hueso, aunque, y no por ello menos, te tenga en un pedestal. 8. Te envío un beso, el beso, en todos estos ese eme eses de mi anhelante noche.




Nota: Llevaba casi tres meses sin catarlo. Y desde luego que aquella noche mojar, mojé poco. O nada.

Entrada sin palabras (sólo risas)

La verdadera inmanencia según una obra de arte de andar por casa

En mi hogar se ve mucho la televisión. La ve uno, la ve otro. Yo siempre la veo. Estoy colgado frente al televisor. Diría que llevo así toda la vida. Pero no es verdad. La tele siempre está encendida, de día y de noche. De día la ve uno y de noche siempre la ve ella. Se duerme con ella y por la mañana sigue encendida, y entonces la mira él. Hasta que ella vuelve por la tarde a casa, hace sus cosas y se pone a mirarla, junto a él. Así hasta que se hace de noche y ella hace la cena y cenan juntos ante el televisor. Hablan, poco. Luego él se va al dormitorio, enciende la otra tele, la más pequeña y la ve hasta que se duerme. Muchas veces también esta se queda prendida toda la noche. La oigo desde aquí. Yo fui creado para hacer de algo así como televisor, de algo más que eso en realidad, pero hace mucho que nadie no solo no me mira sino que no me ve. Se darían cuenta que he perdido color, viveza. Que la bruma que estalla a las faldas del pueblecito pescador abandonado entre valles ha perdido vigor. Que mi cielo azul con vetas blancas y algún ingenuo tono rosado ha palidecido como jamás se hubiera imaginado mi creadora. Que la gaviota que vuela más alto casi se ha perdido en el horizonte turquesa casi ya no de ese color; un verde moho, es bastante preciso. Me resquebraja la humedad y el humo, porque fuman, sin parar, en esta habitación pocas veces ventilada, siempre oscura, con la persiana abajo. Nunca pretendí ser gran cosa, ni mi madre, sinceramente, me hizo con esa intención pero era capaz de dar alegría, de quedar bonito, de hacer sonreír y hasta, sí, soñar a quien me mirara sin prejuicios. Mi función era la de evocar, sin grandes aspiraciones. Podía haber cumplido con mi cometido pero aquí estoy: mustio, blando, embrutecido de tanta televisión. Alguno de los programas me gusta. Alguna película. Al principio, en la otra casa, en el otro país, esta sensación de abandono me era desconocida. Fue llegar aquí y encaminarme, en verdad, todos los habitantes de esta casa emprendieron ese camino, hacia la disolución, como decía mi hermana, aun de cuerpo presente en la pared contigua, cuando podía conversar con ella. Ella no pudo soportar más tiempo la situación y comenzó a rajarse, pasando incluso esto hasta hoy inadvertido a nuestros dueños. Era más delicada que yo, de un trazo suelto y cariñoso y desde luego mucho más sensible. Estaba predestinada, en realidad éramos hermanastros de la misma madre (no llegué a conocer a mi padre, creo que no lo tengo), a alcanzar mayores metas envuelta en su modernidad tan simple que era grandiosa sin salirse de ningún plano de la realidad. Sus metas fueron fijadas en 800 marcos hace muchos años. Siempre supe que fui de relleno en aquella transacción aunque mi hermana lo negara, queriendo con ello animarme y darme valor. Pero de quien se enamoraron fue de ella cuando fuimos ofrecidos por aquellos estudiantes de arte. Lo sé. También sé que ellos antes estaban enamorados. Pero algo pasó, fue mal, al poco de llegar a este sitio que por lo poco que pude ver y recuerdo de cuando se abrían las cortinas blancas, ahora amarillentas, es mucho más pobre que aquel del cual procedemos y donde fuimos creados. Aún recuerdo nacer. Mi base texturada, mi primer esbozo, los cambios con los juegos entre los colores, lo que fue mar calmo embraveciéndose, el jugoso detalle del portón entornado en la casita de piedra de arena en primer plano y muchas cosas más. Fue hermoso ver la luz al final y reposar un tiempo viendo a más hermanitos nacer, fui el primer hijo de mi madre, muchos de ellos teniendo que ser abortados nada más concebirse por su propio bien. Más tarde llegaría ella, a cuatro manos porque ella tuvo también padre. Me pareció extraña al principio, tan diferente a mí y a todo lo que había visto antes. Están discutiendo otra vez, que es un vago le dice ella, que bebe. Entiendo que mi delicada hermana no soportara esta vida. A veces yo también me encuentro exhausto de mostrarme y quiero desgarrarme pero mantengo la fe, Dios sabe cómo. Nuestras peripecias con ellos, una vez desenrollados, comenzaron con el enmarcado, tan indigno, sobre todo para con mi hermana, pero por entonces no le dimos mayor importancia pues parecían felices, sí, aunque ahora cueste creerlo. ¡Ah! Me han dado. ¿Qué es? Un cenicero, como la otra vez, y lleno de colillas. No sé de qué pasta estoy hecho pero tampoco ahora han conseguido dañarme. Me han ensuciado con ceniza nada más. ¡Vaya tela tengo!

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Cuando rompió el mosaico de dos colores llovía afuera.
De ahí que esa composición desapareciera.
Habría bosquejado algo hermoso, posiblemente.
Ya no se sabrá pues son esquirlas de fuego que siguen cayendo desde más allá del conocimiento asumible en un frío día como hoy que hace arder un alma que se creía ignífuga en su distanciamiento con todas las cosas que no son cosas en sí ni son nada, como esto.

Ahora viene una canción de uno de los discos del año:


Y recuerden:

Im Hintergrund, die Schriftstellung

El tabaco persa se combustiona en columna desde el ébano de la pipa de Ledigow hacia el techo alto del salón de la calle Rosarina 8, 2º piso. El aroma lo vicia simpáticamente la mezcla de manzana dulce contenida en lo que arde en su último regalo de cumpleaños. 44, su mujer. 48, ella.
De tan inmóviles sus miembros podría decirse que parece un tallo auténtico, un tanto difuminado, lo que se escapa de su mano hacia arriba y se expande a lo ancho y hacia abajo ya deshecho en el pintado, e intensificado así por las marcas de nicotina extendidas desde hace años, techo amarillo. Esa acción del humo conforma un árbol, que no sería un manzano. Un Platanus orientalis, enanísimo, quizá.
“Ahí sólo encontrarás poesía”.
La voz de Heinz, de acento marcado, ha sonado desde lejos, mitigada por las alzadas solapas marrón oscuro de su batín de raso por lo demás azul marino.
Su mujer trata de que mantenga sino el porte, al menos, y aunque sea para andar por casa, los vestigios del estilo prusiano un tanto rebelde, a la berlinesa moderna, con que la conquistó.
Su mujer no está en casa. Es a Marta a quien se ha dirigido. 21 años y pico más joven que su mujer y una alumna del centro de idiomas Hofmannsthal, además.
El matrimonio Heinz Gerhard Ledigow y Eva María Sánchez Rojo se yergue desde hace 17 años sobre un firmamento de inamovibles basas constituidas de confianza, rectitud y cariño, con sólo una grieta reciente compuesta de total falta de pasión achacada por Ledigow a la menopausia de su señora, no al paulatino e inexorable decaimiento de su propia libido para con su mujer.
Había conocido a su esposa cuando ella era una estudiante de posgrado, él estaba a punto de licenciarse en Estudios Hispánicos, en la Freie Universität de Berlín, cuya celebrada tesina en la Complutensis de Madrid, allá por el año '89, “Literatura reciente de compromiso en las islas británicas y sus consecuencias sobre el libre mercado audiovisual de allá” habían catapultado a Eva María hacia una beca completa, sin apoyos sospechosos, inaugurada ese año en ese centro alemán, y para la que había únicamente dos plazas para extranjeros. El posgrado en cuestión, impartido íntegramente en inglés, convertiría a Sánchez Rojo en doctora en Psicología Social, desviándose ligeramente, "cual hugonote" según ella, de su licenciatura original en Ciencias de la Comunicación.
Ya comprometidos, viajes, y un proyecto solidario, por la desmoronada Europa del Este y Sudamérica después, respectivamente, ella obtuvo plaza en una nueva cátedra creada prácticamente ex profeso para ella, tentáculos de la conservera Sánchez&Sánchez (papi, tito) mediante, en el Centro de Estudios Universitarios San Pedro, de Oviedo, por sí mismo con apenas tradición.
“Voy a cambiar el sistema desde dentro” era su mantra cuando al fin claudicó ante el redil familiar de rancio abolengo asturiano, por parte paterna, si bien con amplias ramificaciones sureñas. Su familia siempre supo que una vez casada, o al menos comprometida como estaba cuando surgió aquella oportunidad, la hija única, desde aquel trágico accidente de caza en que murió el primogénito de Pepe Sánchez Sánchez y María Dolores Rojo Matute, ella ahora también recientemente fallecida, Juan José, acabaría por dejar de lado su modus operandi tan poco práctico de trabajo de campo in situ, como la aventura en Ecuador, si bien en el consejo de adminstración de Sánchez&Sánchez se llegó a debatir, vista la productividad que causaban las subvenciones y donaciones particulares unido al proyecto sobre la imagen de marca, acerca de la posibilidad de no sólo mantener sino ampliar aquel proyecto de explicativo eslogan “Agua limpia. Adiós a muchas infecciones”.
La casa y manutención, eso sí, la mantendrían ella misma y su enseguida convertido en marido Heinz, este oportunamente colocado, previa baja voluntaria bien remunerada de su predecesora, como jefe del departamento de Biblioteca de su universidad privada. La directora saliente, por cierto, montó una pequeña librería de viejo en el centro de Gijón que se mantiene a duras penas a flote (Heinz va mucho por allí desde que se instalaron, al poco de estar casados, en esa ciudad costera, mucho más habitable que Oviedo).
“La literatura está al fondo.”
La falda roja de algodón y poliéster, hasta la rodilla, donde empiezan a descender unas calcetas verde y negras en horizontal, de innumerables pliegos, se eleva a la velocidad debida al gracioso giro que Marta da volviéndose hacia Heinz, Herr Professor.
El bamboleo de sus desnudos pechos que se asoman alternativamente a derecha e izquierda tras su espalda desnuda parece acompasar la popular melodía de un aria del Turandot que Marta silba perfectamente.
“Tienes mucho oído. Silbas bien. Sehr gut.”
Ni ahora Ledigow ha sido capaz de mover algo más que sus labios, amén de sus pestañas; sus pestañas que le recuerdan que no está en una ensoñación sino simplemente aletargado.
“Mi novio la está sampleando con drum&bass. Dice que va a hacer un disco y todo.”  
Che bambola, atravesó la mente de Heinz.
Dado que los compromisos, y cometidos, de su mujer siempre se extienden, y ascenso tras ascenso han ido ampliándose más y más, mucho más allá de los suyos en su centro de trabajo, Heinz acabó por buscarse un sitio en Gijón donde poder impartir alemán por las tardes de entre semana, tres días.
Por lo general, cuando su mujer no estaba de viaje, ya era directora adjunta hacía unos años, comían juntos siempre a las dos, a dos pasos de la universidad sita a principios de la Correduría en Oviedo. A las dos en punto siempre. Ella recalcaba, cómicamente, de vez en cuando, impersonando una imitación mitad acento bávaro mitad berlinés, puede incluso que haya algo de “hessisch”, aquello de: so preussich wia uns gibbet's ja net, wua Heini?
A poder ser comían platos típicos, casi siempre con prisas, por los compromisos de ella. A Heinz le encantaba la cocina asturiana, tan pesada y con tanto sabor que la hacía digna, a su paladar, de un “imperio”. No le extrañaba que esta tierra hubiera sido siempre tan difícil de conquistar y lo achacaba a la manera de comer de sus habitantes. Estaba convencido de ello y aunque lo dijera siempre en tono jocoso, en el fondo lo pensaba, al menos en lo que se refería a tiempos predecimonónicos, cuando, y lo podía argumentar cuando era requerida por alguien una explicación más exhaustiva, el desarrollo tecnológico desplazó casi por completo a los arrestos y arrojo como elementos decisivos en las guerras. “Sobre la obsolescencia de la infantería en los ejércitos contemporáneos de los estados modernos del primer mundo ” podría ser un tratado interesante de abordar, elucubraba en ocasiones, pero forzosamente a realizar bajo el andamiaje de un corpus teórico que no iba mucho con él. Se percataba de ello, tampoco es que fuera un ingenuo.
Tras la comida se despedía de su mujer, ella volvía al trabajo, y llegaba a Gijón en tren más allá de las tres y pico de los lunes a viernes lectivos, y con paso acelerado al bajar del tren caminaba hasta el principio de Cimadevilla, el barrio alto de Gijón donde habitaban, para llegar, casi siempre justo a tiempo, a ver Saber y Ganar, un concurso de preguntas y respuestas de Televisión Española “de nivel”, decía él, que nunca se perdía.
Se enfadaba muchísimo y hasta perdía la compostura, ahí, en el mismo sillón en que ahora se encontraba, en modo que no puede calificarse distinto a pétreo, sentado, cuando encendía el televisor, esto solía ocurrir en lunes, con las pantuflas rápidamente puestas nada más cruzar el umbral de casa, y, sorpresivamente para él ya que jamás leía la sección de deportes de los cuatro periódicos matutinos (uno de ellos alemán, el TZ berlinés, pero del día anterior hasta hace poco) que leía en su puesto de trabajo, iban perfilándose tanto las siluetas de unos ciclistas esforzados como las voces de unos locutores narrando empáticamente esos esfuerzos en el televisor.
No le gustaban nada los deportes y daba la razón a su esposa, inexplicablemente para él, una de las pocas personas que conocía de este país, fuera del ámbito universitario, aunque ella también formara parte de ese ámbito, que veía las cosas de la misma manera que él en ese aspecto. “Opio no, heroína en vena”, decía ella, y Heinz asentía cada vez que oía su propio lema en boca de la mujer con la que estaba casado.
“Soy el gato que está triste y azul con la mirada puesta en el hombro ausente del tiempo”, comenzó a leer Marta en su clara voz de cara a él con sus dos pechos redondeados y a la vez puntiagudos al aire mirándole fijamente.
”Pero, ¿no es poesía esto?”, inquirió ella.
“La prrossa poética la guardo con la naggatifa. Ya sabes, cuestiones formales.”
A veces, le parecía ocurrente, forzaba lo teutón de su voz. Seguía sin moverse. El humo continuaba ascendiendo.
Barruntaba que Marta no podría seguir sus razonamientos implícitos pero un profesor siempre ha de aparentar serlo y puede que, no lo tenía del todo claro aún, Marta formara parte de las personas que se impresionan ante personas cultivadas, y eso no le venía nada mal a Ledigow de cara a equilibrar las pasiones, ya que él estaba de un modo profundo impresionado por las formas de Marta desde el mismo instante que comenzó a formar parte de su reducido grupo de alumnos en la planta baja de la calle San Romualdo 87, bastante cerca de casa. A lo tonto eran siete cursos, siete años, ya. Más o menos el tiempo que tarda un iceberg en deshacerse flotando a la deriva, dependiendo de la temperatura del mar, claro.

Última actividad cultural del Encuentro Interestelar Blogger con Leo

Esta vez espero no tener que llegar a las mil palabras, que me salen muy caras.
Me encantó la actuación de Juan Mal-herido en el Encuentro Interestelar Blogger del que vengo hablando estos días y que se celebró el fin de semana pasado en Gijón (una ciudad, costera).
Es uno de mis bloggers preferidos. O el más, para qué mentir.
Conjuga óptimamente lo que Alvy Singer definió el día anterior como los dos pesos pesados temáticos circulantes en la blogosfera: el yo literario y la crítica (literaria, cultural, social, sexual, estomacal, etc.).
Y como tal heavyweight, claro, no tiene rival.
Él es como...no sé... pero imagínense a dos Mike Tyson en uno, pre-tiempos de Don King, imbatible aquél de por sí por entonces, y llegarán a mi misma conclusión, la de que no es inimbatible sino sencillamente imbatible dos veces, o algo así, supongo, si es que esto de ser blogger tiene que ver con pegar duro, que no se sabe.
Nunca le agradeceré lo suficiente a mi hermano carnal que me consiguiera una entrada gratis por la puerta lateral de la discoteca donde se celebró el concierto.
Lo que ocurrió allí fue genial. Habría unas doscientas o 250 personas allí.
Tampoco el poder de convocatoria de Mal-herido es superable por otro blogger.
Apareció disfrazado de Tote King con una sonrisa de oreja a oreja en medio del escenario y comenzó con esto: Luego siguió una oda justificada al consumismo:

Y tras hora y media tuvo que volver a casa,


a casa (2),
a casa (3),
a casa (4),
a casa (5),
a casa (6),
y
a casa (7).
Dispérsense, aquí no hay nada que ver que no se sepa, y no es que estén molestando:

La act. cult. def. del Encuentro Interestelar Blogger con Leo (2ª parte)


Antes de que la cena propiamente dicha se sirviera se dio cuenta en el espacio más o menos blanco habilitado como comedor de unos aperitivos que no eran gran cosa, la verdad (tiras de zanahoria, patatas fritas de bolsa, o chips, y poco más). Había, por suerte, gracias a LAB, cerveza en botellines, gratis por supuesto, de la que al principio, en la primera tanda, al menos a mí me dio un poco de corte servirme.
Luego ya se me quitó la tontería.
Entre primer y segundo plato de plástico, con la utilización de sus correspondientes cubiertos de plástico (por favor LAB, que somos bloggers, no animales) reaparecieron en escena Fdez&Fdez.
A mi izquierda sentado en una silla de plástico plegable desplegada, como casi todos los demás, no podía ser de otra manera, estaba otro infiltrado mindundi como yo pero que también tenía blog según me confesó, o sea que no sería tan poca cosa como yo puesto que yo no tengo un blog sino una venganza.
A mi derecha el poeta David González (lo conocen, ¿no?) y enfrente, entre otras chicas, Laura Rosal, que nos hizo esta foto
 y también esta otra, sólo que con la cámara de David (la que se tapa la cara, posiblemente avergonzada por, o de, nosotros, es Luna Miguel).
Al de mi derecha viendo que habían vuelto Fdez&Fdez, o Fdez&Fdez, le comenté que iba a ver si me podía firmar Afterpop (ese libro) Eloy Fdez Porta a lo que me contestó David G. que a mí qué me cuentas y se metió un chute de insulina.
Fui hasta donde estaban los eletrodomésticos, y Fdez&Fdez, junto a la puerta de entrada del comedor, que mantenían a temperatura ideal las viandas a servir por la señora Abitita (atención, publicidad: Abitita. Cocina tradicional para TELEHIJOS. ¿Echas de menos la comida de tu madre? Teléfono: 610 38 39 39. abititatelemadre@gmail.com).
Me dirigí a Eloy, que llevaba una camisa Rykiel de corte y caqui militar mu' chula.
“Perdona, Eloy, ¿me firmas Afterpop, por favor?!
“Claro. ¿Cómo te llamas?”
“Hmm, Leo. Pero es un seudónimo. Dedícaselo a Leo.” Estaba un poco nervioso, o un poco borracho, no sé.
“Me gustó mucho Nocilla Lab”, esta afirmación fue para el otro Fernández de la que Eloy se afanaba en la dedicatoria para Leo a realizar con mi Parker (el amarillo).
“Muchas gracias.” Es mogollón de agradable Agustín, no sé si lo saben. Desde luego que mucho más agradable que yo porque no se me ocurrió otra cosa que proseguir el diálogo con él más que espetándole lo siguiente:
“Los dos anteriores, Dream y Experience, no tanto.”
“Son escrituras muy diferentes.” Él, supermajo, en serio.
“Pero Lab sí me gustó, y mucho, y me pareció muy bueno”, traté de arreglarlo para de nuevo cagarla:
“Una cosa que sí que querría saber.”
“Dime.” Creo que no estoy siendo muy hábil en esto de transmitir mis impresiones, lo sé, pero de verdad que juro que es un tipo de lo más agradable, no como yo, ya dije, y dije:
“¿De verdad que escribiste los tres del tirón?”
“Sí.”
El otro Fdez mientras tanto había terminado con lo mío (“Gracias.” “De nada, hombre.”). Otro tío grande. Me dibujó unos corazoncitos e hizo una grasia andalusa y todo:
No recuerdo si nos dijimos algo más pero sí que Agus (casi lo considero mi colega ya) me preguntó, con sumo interés:
“Tú eras Teo, ¿verdad?” Más majo.
“Leo”, pausa, “Leo.”
Y así terminó mi segundo contacto con ellos pero me quedé por ahí porque tenía ganas ya de hincarle el diente a la carne con setas a la jardinera, lo cual se demoró aún un poco porque por lo que se veía había algún problema con esa especie de fogones de Abitita. Problemas que acabó por solucionar un chico con camiseta roja y barba negra que me sonaba de algo.
De vuelta a la gran mesa rectangular modular, haciendo una paradita para ver el partido de fútbol 1X1 que estaban echando al fondo del salón-cocina los a su vez muy majos Fruela Fernández y Camilo de Ory, u otros blogueros, le dije a David refiriéndome a los Fdez:
“Son muy majos los dos.”
“Sí.” Más majo él también.
Y acabó la cena, tras unos cigarrillos, que yo por mi parte había finiquitado con el arroz con leche caliente que me gustó muy poco como ya saben pero del que no dejé ni un granito.
Antes de abandonar la mensa me quedaba un asunto pendiente. 
El asunto iba con Luna, Luna Miguel, quien unos minutos antes se las había visto a mis espaldas, justo a mis espaldas en las que yo tengo antenas, con la chica de LAB, Lucía, que la interrogó acerca de ciertos intrusos en todo este asunto blogueril, capeando Luna, por lo que se vio, el temporal Lucy (esto va por Becky, chavalines/-nas).
Pero mi cuestión con Luna era otra. Así que antes de irme de allí para presenciar junto a los demás invitados el espectáculo Fdez&Fdez que estaba a punto de comenzar me dirigí decidido a decirle lo que tenía, necesitaba, y era mi deber para con mi bienestar mental, que decirle a Luna.
Ella estaba de espaldas, charlando con más gente, su novio andaba por ahí, y ni corto ni perezoso osé interrumpirla.
Toqué su hombro, o algún otro punto neutral de su deseable anatomía, y de la que se giró y me clavó sus intensos ojos verdes, o no tan verdes, eso da igual, le dije, sin cortarme un pelo:
“Soy Leo del Mar. Gracias por la cena.” Ahí quedó eso. Con dos besos.
Cualquier día de estos envío a Gaviero un par o tres libros de poemas que como sean tan majos como Luna seguro que me publican.
El show de F&F me agradó, como ellos mismos, bastante, a pesar de las indeseadas y (e) imprevistas interferencias informáticas. Sin duda LAB, o algún chill-out similar, es un buen marco para el espectáculo que ofrecen aunque seguro que no es para todos los gustos, especialmente gustos poéticos. Tuve que felicitarles por el show y advertirles de que oirían hablar de mí. Creo que dije esto porque bullía un poso envidioso en mi fondo.
De Mal-herido, a priori mi mayor aliciente bloguero allí, ni rastro. Alberto Olmos vio a Fdez&Fdez sentado a mi lado, un poco atrasado a la derecha, eso sí.
Me comenta mi procesador de textos que he vuelto a pasar de las mil palabras o sea que ya mañana, o pasado, cuento el segundo día del Encuentro Interestelar Blogger de Gijón en el que me las podría ver, al fin, con Juan Mal-herido.
I am, intrinsically, gilipollas. Lo sé.
(Bass) How low can you go?: