A Hallervorden-Spatz, por favor

Hermosas y verdaderas, rubia y morena. Alemanas, jóvenes, sonrientes. En diagonal a mi diestra vista. Hay otras tres parejas de chicas sentadas en este local. Parece que los hombres no tuvieran ni para pagarse unas cañitas, aunque, hoy hay fúbol en abierto. Las seis son morenas-morenas tirando a poco-nada guapas. Son lesbianas, fijo que son lesbianas. Las anteriores dos no me han mirado ni una vez, ni siquiera cuando advirtieron la pegatina de dictador egipcio adherida a la contrapantalla de mi ordenador. La morena, la más guapa, resplandece cuando escucha a la otra que no deja de ser menos guapa que la otra no-rubia. Puedo decir que hay pocas mujeres en mi vida pero no puedo decir que raptaría a estas ninfas sabinas para fundar con ellas una nueva estirpe, un nuevo linaje bárbaro proario, o probético, ya que no hay finalidad imprevista por el tiempo, et caetera. El último disco de Arcade Fire ha entrado en bucle. Es la cuarta vez que comienza Ready to start. Ha entrado una conocida en el bar, con su novio y otro maromo. Vaya ojazos. Actriz ocasional que está tremenda. Nos hemos besado en un par de ocasiones platónicas y tal. Otro amor imposible por improbable. Mañana madrugo de nuevo. Es guay trabajar. Mola escribir. No mola describir. Del escribir no tengo nada que decir. Me sacan aún más ventaja, las teutonas, con la tercera ronda de cerveza española que se piden, por no hablar de las patatas chips que engullen. He tomado un té verde y agua mineral, del tiempo. Eso sí, yo, como mínimo, les saco quince años. Que nadie se preocupe, que este breve lapso de tiempo que han empleado aquí valdrá la pena por este verso, o sentencia, epigrama o verdad final, que sigue, y seguramente proclamado por muchos anteriores o incluso contemporáneos a mí y que mejor haría en no pronunciar aquí.
Les dejo con otros plastas: