La verdadera inmanencia según una obra de arte de andar por casa

En mi hogar se ve mucho la televisión. La ve uno, la ve otro. Yo siempre la veo. Estoy colgado frente al televisor. Diría que llevo así toda la vida. Pero no es verdad. La tele siempre está encendida, de día y de noche. De día la ve uno y de noche siempre la ve ella. Se duerme con ella y por la mañana sigue encendida, y entonces la mira él. Hasta que ella vuelve por la tarde a casa, hace sus cosas y se pone a mirarla, junto a él. Así hasta que se hace de noche y ella hace la cena y cenan juntos ante el televisor. Hablan, poco. Luego él se va al dormitorio, enciende la otra tele, la más pequeña y la ve hasta que se duerme. Muchas veces también esta se queda prendida toda la noche. La oigo desde aquí. Yo fui creado para hacer de algo así como televisor, de algo más que eso en realidad, pero hace mucho que nadie no solo no me mira sino que no me ve. Se darían cuenta que he perdido color, viveza. Que la bruma que estalla a las faldas del pueblecito pescador abandonado entre valles ha perdido vigor. Que mi cielo azul con vetas blancas y algún ingenuo tono rosado ha palidecido como jamás se hubiera imaginado mi creadora. Que la gaviota que vuela más alto casi se ha perdido en el horizonte turquesa casi ya no de ese color; un verde moho, es bastante preciso. Me resquebraja la humedad y el humo, porque fuman, sin parar, en esta habitación pocas veces ventilada, siempre oscura, con la persiana abajo. Nunca pretendí ser gran cosa, ni mi madre, sinceramente, me hizo con esa intención pero era capaz de dar alegría, de quedar bonito, de hacer sonreír y hasta, sí, soñar a quien me mirara sin prejuicios. Mi función era la de evocar, sin grandes aspiraciones. Podía haber cumplido con mi cometido pero aquí estoy: mustio, blando, embrutecido de tanta televisión. Alguno de los programas me gusta. Alguna película. Al principio, en la otra casa, en el otro país, esta sensación de abandono me era desconocida. Fue llegar aquí y encaminarme, en verdad, todos los habitantes de esta casa emprendieron ese camino, hacia la disolución, como decía mi hermana, aun de cuerpo presente en la pared contigua, cuando podía conversar con ella. Ella no pudo soportar más tiempo la situación y comenzó a rajarse, pasando incluso esto hasta hoy inadvertido a nuestros dueños. Era más delicada que yo, de un trazo suelto y cariñoso y desde luego mucho más sensible. Estaba predestinada, en realidad éramos hermanastros de la misma madre (no llegué a conocer a mi padre, creo que no lo tengo), a alcanzar mayores metas envuelta en su modernidad tan simple que era grandiosa sin salirse de ningún plano de la realidad. Sus metas fueron fijadas en 800 marcos hace muchos años. Siempre supe que fui de relleno en aquella transacción aunque mi hermana lo negara, queriendo con ello animarme y darme valor. Pero de quien se enamoraron fue de ella cuando fuimos ofrecidos por aquellos estudiantes de arte. Lo sé. También sé que ellos antes estaban enamorados. Pero algo pasó, fue mal, al poco de llegar a este sitio que por lo poco que pude ver y recuerdo de cuando se abrían las cortinas blancas, ahora amarillentas, es mucho más pobre que aquel del cual procedemos y donde fuimos creados. Aún recuerdo nacer. Mi base texturada, mi primer esbozo, los cambios con los juegos entre los colores, lo que fue mar calmo embraveciéndose, el jugoso detalle del portón entornado en la casita de piedra de arena en primer plano y muchas cosas más. Fue hermoso ver la luz al final y reposar un tiempo viendo a más hermanitos nacer, fui el primer hijo de mi madre, muchos de ellos teniendo que ser abortados nada más concebirse por su propio bien. Más tarde llegaría ella, a cuatro manos porque ella tuvo también padre. Me pareció extraña al principio, tan diferente a mí y a todo lo que había visto antes. Están discutiendo otra vez, que es un vago le dice ella, que bebe. Entiendo que mi delicada hermana no soportara esta vida. A veces yo también me encuentro exhausto de mostrarme y quiero desgarrarme pero mantengo la fe, Dios sabe cómo. Nuestras peripecias con ellos, una vez desenrollados, comenzaron con el enmarcado, tan indigno, sobre todo para con mi hermana, pero por entonces no le dimos mayor importancia pues parecían felices, sí, aunque ahora cueste creerlo. ¡Ah! Me han dado. ¿Qué es? Un cenicero, como la otra vez, y lleno de colillas. No sé de qué pasta estoy hecho pero tampoco ahora han conseguido dañarme. Me han ensuciado con ceniza nada más. ¡Vaya tela tengo!