Sin funicular


Baja de la montaña, descálzate antes.
Pisa la ladera, rápido, un descenso vertiginoso te aguarda.
De lodo hasta las rodillas, corre a abrazar la sombra que te abandonó al elevarte.
Tírate de cabeza a por ella, sin titubear, la caída no será más dura que aquélla 
que te esperaba allá arriba al siguiente paso en falso. 
Ibas a darlo. 
No lo dudes. 
No hay sitio para todos.
Proyecta por una vez a la vez que para siempre lo que merece la pena. 
Se lo debes a muchos, incluso a ti.
Que en la meseta no termine tu caída, tampoco ese es tu terreno. Más abajo te has de rebajar.
Al mismísimo pie donde todo comenzó, ahí te hemos de ver desencajado y exhausto, descoyuntado por dentro. Como una vez fuiste.
Entonces, por favor, piénsate muy bien lo de volver a subir, porque querrás ascender de nuevo de tan renovado, puro y santificado que te sentirás. Si merece el esfuerzo dejar todo atrás, abajo, porque a alguien oíste decir en cierta ocasión lo bien que se debe estar en una cima como esa.