24 de febrero, según J.L.C.

Me puntualiza Virginia que se asomó a ser achuchada y a charlar pero 
dio conmigo en el suelo con los vaqueros resbalados, como muerto, 
desencajado y lívido, empuñando mi pene con las manos y unas 
gotitas entre amarillentas y blancas sospechosas en la cúspide, con
lo cual ella ponderó que habría sucumbido a un orgasmo laborioso 
y fulminante. Nos reímos ahora porque podemos reírnos sin moles-
tar a nadie que si no… Ella, desnuda como lo suele estar en el relax 
que media entre cópula y cópula y barullos, los barullos de Virginia 
son ecuánimes, puso a la Casa putas arriba y recurrió con despar-
pajo a un Samur. Laura, campechana y feliz, no se lo creía. Charlotte 
únicamente exclamó ohlalá que estamos apañadas… Betty, deshecha en 
llanto, observaba con lágrimas sinceras el paisaje y tuvo el aplomo 
de jabonarme los devueltos y arreglarme el pantalón. Me daban por 
difunto todos, incluidos los clientes de mis casquivanas que cedieron 
en la rudeza del flirteo al avistar la batahola y los del gas ciudad. Más 
adelante, ya en esa casa de locos que tildan de Residencia Sanitaria 
Virgen Blanca, le notificaron los doctores que el fatal desenlace, tal 
como ella les aseguraba y ellos confrontaron, no se había producido. 
No se demorará, descuida. A grandes rasgos fue este el argumento 
de Virginia. 
 
Elogio del proxeneta, Luis Miguel Rabanal
Colección Trayectos, Ediciones Escalera, Madrid, 2009