8. La última noche en el parque

Curiosamente, no sintió otra cosa que alivio, no tanto por el hecho de haber sido abandonado, cosa que a su entender tarde o temprano iba a suceder impepinablemente, a instancias de uno u otro, sino más bien porque esperaba de su, en su opinión, proverbial presentimiento, más tino a la hora de hacer su aparición, y esto que había ocurrido se le antojaba poca cosa a estas alturas.
Recordaba a menudo aún la primera aparición de esa sensación siendo muy niño, aquella llamada telefónica, a horas nada intempestivas de una tarde primera de otoño, apacible y aún de cierto calor en la cual, mientras merendaba tardíamente con su hermana y madre unas tostadas de mermelada, de fresa, siempre era de fresa, en casa, resonó con una para él tan inusitada fuerza el campaneo del timbre del teléfono que en ese mismo momento su pequeño interior, lo que él mismo a partir de entonces no supo más que llamar alma, pegó un revolcón tal que provocó que exlamara un grito de un 'no' tan agudo, primitivo a la vez que sostenido, que su madre tuvo que darle varios sopapos para que se tranquilizara antes de poder ir ella misma a contestar la llamada, ante la atónita mirada de su hermanita.
Dicha llamada acabaría por anunciar la muerte de su padre.