Juan, el autor, físicamente recuperado del golpe, pero moralmente tocado, ni llega a tocar la comida, y ante el asombro del resto de su familia, se levanta de la mesa nada más sentarse y vuelve a la habitación de su hermano.
No hay más pósteres, objetos o sensaciones que provoquen su genio creativo en ese cuarto. El patio es de luces y nunca le han inspirado ese tipo de vistas, en el mejor de los casos, voyerísticas, más que ganas de saltar por la ventana, que en esta planta baja no le serviría de mucho aunque se tirara de cabeza. Si acaso lograría una brecha, mellarse algún diente. Poco más.
Tiene ganas de volver a ver a su chica, para no echarla de menos, sino de más, lo cual sin embargo significaría el fin de sus correpondientes vacaciones, que a su vez, y por otro lado, le están resultando de lo más aburridas.
Aburridas por la habitualidad, como siempre que vuelve al lugar donde permanece su familia, y eso que adora esa, ahora ya, esa, ciudad: Xixón, el chiquito Londres.
No hubo nada que hacer, incapaz de crear más, espera hasta
esta noche en la que se aburre horrores en su puesto de trabajo, sin ninguna tarea en concreto que realizar, sin darse cuenta de que esto último es una bendición, si se dispone, como es su caso, de las suficientes herramientas de distracción.
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