Una mañana en Gijón

Una vieja me mira desde su ventana al otro lado de la calle.
Parece interesada en mí. Debo ser lo único que capta su atención en esta extrañamente soleada mañana de febrero en Gijón.
Llevo una semana aquí y no ha llovido ni una mala gota. Apenas he atisbado alguna nube en este tiempo.
Cuando vivía aquí no paraba de llover.
De haberse criado en estas condiciones constantes Nacho Vegas no sería ahora el más grande escritor musical de este país, apostaría mis Air Force edición limitada a ello.
En fin, los tiempos, cantaban, están cambiando, los tiempos meteorológicos supongo, y con ello el resto de nosotros.
Prosigo mi escritura mañanera desde la planta alta de un café que permite contemplar la iglesia de San Pedro, el paseo de San Lorenzo y un Cantábrico manso como el puto Mar Menor. Esto ya no es lo que era.
Guajes con gorra saliendo del Santo Ángel.
Allí estudiaba ella.
Ni que fuera a salir por el portón dispuesta a que le robara un beso.
Me dice una abuela que a las faldas de San Pedro solía haber bígaros y llámpares. No veo a nadie remangado.
Por fin amainó sobre Gijón.
Yo me lo perdí.
No recuerdo haberme emborrachado con Nacho, ni haberme pegado con él, aunque todo fue posible por entonces; y es que no me recuerdo en esta ciudad.
Ya no tengo miedo.
Voy a echar a andar por Cimavilla. Espero que sea la última vez.
Ayer enterramos a mi ¿madre?

2 espiraciones

  1. Anónimo Says:

    Permíteme decirte que no creo que te perdieras mucho.La verdad es que sólo lo dicen...Dicen que amainó..!!
    Y,aunque puede que esto ya no sea lo que era,todavía quedan noches en las que puedes emborracharte de la grandeza del Cantábrico,si te dejas..Y todavía hay quien sí te recuerda por aquí,casi nítidamente,sólo con algún hilo de humo

  2. Leo del Mar Says:

    Permito que se me diga casi todo, y ahora no voy a hacer una excepción. Poco camino ando ya por allá, pero cuando voy me resulta delicioso ver llover. Otra cosa fue calarme hasta los huesos día tras día, año tras año, sin días de sol, aunque muchos de vino, pero éstos venían sin apenas rosas, y cuando éstas pocas me atrevía a colectar no tardaban en pincharme. La tierrina tira mucho no obstante, pero no tanto. Me he lanzado varias veces pero ninguna nube de humo de ésas que forman el cielo cantábrico me atrapó, y como si fuera un bumerán de nuestros antípodos primigenios vuelvo al lugar de orígen. Seguiré yendo de visita de todos modos, en la esperanza de participar en los reencuentros de esos ojos que, aunque con la visión marcada por el tiempo, siguen reconociéndose y pasan un buen rato mirándose de frente mientras apuran la penúltima cerveza entre volutas de humo color plata que forman espirales centrifugadoras del tiempo, o remolinos según qué poeta. Saludos a todos los chigreros, que alguno seguro que me echa de menos.
    Muchísimas gracias por leer este blog y por realizar un comentario. Hasta pronto anónimo.