Jamás dijiste patata

No tengo ninguna foto suya.
Al menos ninguna en la que se le distinga. No fui capaz, a pesar de intentarlo en bastantes ocasiones, de retratarle como es debido. No se dejaba.
Alegaba, entre bromas, que él era medio indio y que le robaría el alma si yo lo lograba.
Desistí, tras cansarme de que saliera enfocado de espaldas.
Cuántas fotos de sus manos sobre el objetivo no deseché.
Casi acabé por suponer que simplemente era verdad lo que me decía, que no le gustaba verse ni que le vieran en fotos; no quería salir junto al señor Perenne, como llamaba a un pequeño grano que desde hacía muchos años se había enquistado en su nariz. Esto último siempre entre risas, cómo no.
Más en serio, pensaba entonces, que quizá fuera demasiado melancólico y le diera pena recordar buenos momentos pasados cuando, sí, llegado el caso, hubiera terminado lo nuestro, aunque en realidad no lo conocía lo suficiente, nos conocíamos desde hacía relativamente poco tiempo, como para llegar a esa conclusión. Pero a mí me hacía sentir cómo si nos tratáramos desde siempre, mejor dicho, como si hubiéramos estado esperando conocernos desde siempre.
No sé, en el fondo tampoco me pareció tan raro el tema de las fotos, hay gente así, ¿no? Ni tan importante desde luego.
Con el tiempo he podido hacerme media idea de por qué no quería y es que sabía muy bien que lo nuestro no iba a durar.
Lo hizo por mi propio bien, estoy convencida.
Sin duda conocía su enfermedad, no sé hasta qué punto era consciente de lo grave que estaba, pero bien sabía lo que le ocurría.
Me imaginaba triste, suponía yo, recordándole, recordándonos, llorando sobre nuestras fotos y no quería eso para su recuerdo.
Al principio le echaba en cara, ya demasiado tarde para que me oyera, que no me hiciera partícipe de ese dolor y angustia.
Quizá, he pensado, ya últimamente, ni tenía esa angustia o miedo a morir. Se enfrentaba a ella en paz con su espíritu y con el mundo y de ese modo se comportaba, y, a lo mejor no era su amor por mí lo que me hizo tan feliz, sino su amor a todo aquello que dejaba atrás. Su familia, sus amigos, su equipo de fútbol, su perro, sí, yo también pero...
Y por ello seguramente, fue capaz de entregarme todo ese, su, amor cómo nunca he percibido ese concepto que es el amor, antes o después de él en ninguna otra persona.
Permítanme decirle desde aquí que podía haberse hecho tranquilamente esas malditas fotos puesto que nunca habría llorado por él. He llorado, y sigo llorando, por mí.