Yo los veo a ellos, con ellas,
no están domesticados.
Me miran, me persiguen,
aún con ellas de la mano.
Me desnudan,
mientras plantan besos en sus mejillas.
Me desean,
por creerme más puta que las suyas.
Yo sonrío más que miradas.
Siembro esas dudas;
activo sus resortes,
ellas lo,
me,
lo ven,
y, sí:
permanecen siempre mudas.
Y las dejan en casa.
Ellos vienen a buscarme,
deseosos de encontrarme.
Me hallan,
y todo es fuego
e infierno
y sucio como la calle.
A ellas no les importa.
Acaso tener que cambiar de acera,
Y volver a ser esas que yo soy ahora.
Las mismas que ellas,
una por una, fueran.
Hace no mucho,
allá,
de la mano,
en la otra acera.
Somos ella.
Charlotte de l'Église
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