Salí silbando, así: fififi-fifi. Pero no silbo muy bien por lo que comencé a tararear: la-lara-lala.
En fin, estaba contento pues me dirigía al encuentro interestelar bloguero del universo universal en Cabueñes, Gijón, esa ciudad, a las afueras de esa ciudad, más bien no, mejor.
Como creía que el seguro cúbico de mi nave había caducado y no me apetecía utilizar algún transporte público de los que disponemos, como un 3Conchas, decidí teletransportarme hasta Cabueñes.
Una vez rehecho allí inhalé el verdor de los montes, colindantes pero a lo lejos, que preñaba el no demasiado puro aire frío que se filtró hasta mis pulmones llenando esos elementos renegridos en mate de mis nuevos órganos (me había agenciado una naturaleza fumadora por saber qué era eso, más que nada), con el vigor que da encontrarse, más bien menos que más, en plena naturaleza, que es una cosa que yo desconocía absolutamente.
Pasé un poco de miedo nada más aparecer allí en medio de un prado, precisamente por estar en medio de la hierba, antes de reanudar mi respiración, lo de la respiración (inspiración-espiración) viene porque viajo con una máquina un tanto obsoleta, de los primeros modelos, ya se pueden imaginar, pero el susto se me quitó enseguida cuando vi que estaba a tiro de piedra de la majestuosa construcción nacional-catolicista de hace siglos de la Universidad Laboral y que conocía por fotos antiguas tresdigitalizadas. El péndulo Kriek de orientación magnetoscópica, gracias a Dios (lo de Dios igual no lo saben ustedes pero es que ahora se vuelve a creer en él, en serio, eso sí, tuvo que venir en persona desde la molécula primaria a decírnoslo), no falló como la última vez. Vez que no quiero recordar puesto que tiene que ver con un tarro de mermelada, una niña, un perro, Ricky Martin.... ¿recuerdan? Yo tuve la culpa, sí. No importa, es agua pasada.
A otro tiro de piedra se suponía, y bien, que estaba LABoral Centro de Arte y Creación Industrial, mi destino.
A dos pasos del prau, como sé que se dice por aquí, hallé asfalto y sacudí con fuerza contra el firme mis katiuskas de un amarillo retro, casi decimonónico diría, y distintos dibujitos circuloides, desprendiendo así el barro de la tierra empapada que pisaba unos instantes antes y para a su vez también deshacerme de los restos del tiempo que me pisaba los talones durante el picosegundo que duró mi viaje de hacía un ratito.
Llego a la entrada y me piden el carnet. Sabiendo que esto me iba a pasar, ya que me lo había advertido mi efectivo regenerador particular, me bajo los pantalones y muestro, con poco disimulado desdén, mi nalga izquierda, y con ella, claro, mi código de barras de carbono optimizado (numeración: 22-32-357-500), recibiendo, sorpresivamente, un importante puntapié en mi ya mismísimo culo de humano pretérito.
Pasé de explicarle nada al tipo de verde y me hice invisible primero e inmaterial después para poder entrar sin problemas donde pretendía (entrar).
Floté un poco por allí, traspasando paredes y demás, invisible todavía para no llamar la atención de esta especie de ancestros míos, es decir, seres como ustedes, hasta que me tocara hacerlo (llamar la atención). Se ve que mis unos y ceros no se habían restablecido del todo del tránsito desde donde fuera que vengo yo, pues sin querer, de repente, cuando el evento estaba presto a ser inaugurado, por lo que me pareció, sufrí una bajada de corchos cayendo con tan, buena, he de decir, fortuna, dentro del cuerpo de una señora mayor que estaba de pie sobre unos tablones formadores de algo así como una tarima flotante, denominación que me da un poco de risa, eructando a un micrófono y poniendo cara rara. Lo de la cara rara me vino bien por eso de la transcorporización cuyo mecanismo activé nada más percatarme de hacia donde me dirigía mi caída.
“Seres y seras,” comencé, con la voz y todos los torpes gestos de la ya totalmente mimetizada en mí señora, “aquí falta alguien”.
Murmullos, chiflidos, algún pedo y ruidos varios cruzaron el eco de mis palabras. Los pedos venían de detrás de mí, y también el resto de los sonidos, de parte de los que identifiqué enseguida como bloggers invitados. Aparte de que no podían venir de nadie más pues no había nadie más que un par de bedeles, que vete tú a saber lo que se supone que hacen, rascándose sus partes en las esquinas de la sala, equilátera o no. Bueno, sí que había alguien más. Un tipo friolero que se calentaba con una gorra y orejeras la cabeza, y con un plumífero el torso, y toqueteaba algo en un tipo de mesa. Vamos, lo que ustedes creo que llaman DJ o encargado de poner música, pero música no había, al menos no lo que yo ni nadie de donde sea llamaría música. Da igual.
Me di la vuelta dispuesto a hacer justica al fin a una voz única e imperecedera, como hemos captado al fin en el futuro tiempo y espacio, y que es la de: Leo del Mar.
Miré a la vez a los ojos de todos, pero de todos los bloggers invitados y los...
Desperté. Y al momento de adquirir conciencia de dónde estaba caí en la cuenta de que aún queda una semana para el encuentro interestelar bloguero para el cual no estoy invitado, ¡cagüenmimantu!
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