Nada más verlo salir por LLegadas Internacionales me llamó la atención. Los pasos firmes y pausados denotaban seguridad en si mismo, del tipo de ir sobrado, en plan cosmopolita viajado con su traje negro correspondiente encargado de ensalzar su, todo hay que decirlo, excepcional porte.
Posé mis ojos en él y le atraje, creí, a mi lado de la barandilla. Pero pasó a mi lado; su mirada fue lo que me traspasó, lo cual no soporto en absoluto, pues es bien sabido que a nadie, y menos a alguien como a mí, le gusta que no reparen en él cuando es lo deseado. No iba a dejar de intrigarme por ello y le seguí con la mirada hacia el bar 24/7 adonde se dirigía decidido. Sobre su hombro descansaba el maletín del presupuesto portátil y con la mano del mismo lado arrastraba una pequeña maleta de piel negra. Doblado sobre su antebrazo, el del otro lado, el izquierdo, portaba su abrigo, cuyos pliegues rebotaban sobre sí mismos a cada paso del andar, y pude distinguir, cada dos batidas de tacón, como un libro asomaba de entre ahí, de un bolsillo.
Conocida por mis conocidos es mi afición a la literatura y, aunque un poco inexplicablemente, sigo considerando a cierto tipo de personas como no objetos finales de la misma. Este hombre había sido catalogado por mí como tal, como diré, injustificadamente. La curiosidad y la previsible, ya sólo faltaban por aterrizar un par de vuelos esa noche, falta de material humano mejor hicieron interesarme por el tipo de libro, o el tipo del libro si dijera mejor, que pudiera llevar tal semejante consigo, y me dirigí como despistado al bar.
Su abrigo descansaba sobre el taburete más próximo a mi escogida mesa mientras él se proveía en el expositor. Había descubierto al autor del libro, no quise meter mano y levantar sospechas del resto de escasos y cansados parroquianos para quedarme también con el título del libro, cuando regresó provisto de un Balisto verde, el de sabor muesli, y una Mirinda.
Mientras me hacía el interesado en las llegadas pendientes, trataba de recordar algún título que hubiera leído del afamado escritor, pero sólo había sido uno en realidad, y su título se le escapaba a mi memoria en esos momentos.
No se sorprendió para nada cuando entablé conversación con él en su propio idioma, sólo podía ser uno, interpreté a causa del autor, equivocadamente, lo sé, pero certeramente esta vez.
Me dijo que siempre que volvía a Alemania trataba de evocar sus tiempos de infancia -sí, casi a primeras, me hizo esta confesión-, y lo lograba, según él, en especial con la naranjada mencionada. Trabajaba para un hotel de una gran cadena y viajaba bastante. Los próximos cuatro días iba a ir de ciudad en ciudad vendiendo su producto en plan Blitz, y por lo que parecía disfrutaba con estos viajes, llenos de hoteles de lujo y gentes políglotas.
La conversación decayó al rato y ya se iba cuando me pidió que vigilara un momento su abrigo para ir al aseo. El portátil, la maleta y su agenda electrónica las llevó consigo.
No robé el libro, ni mucho menos.
Fui tras él una vez desapareció de mi vista. Entré en el aseo y con un par de puñetazos y una patada noqueé de un modo muy efectivo y aceptablemente silencioso a un vagabundo que bebía en apariencia de forma necesitada agua en la zona de lavabos. Atranqué la puerta de entrada hacia allíá con su mismo cuerpo, por si acaso.
La expresión de la cara del ejecutivo cuando me vio entrar por la siguiente puerta mientras solitariamente aún se sacudía su pene tampoco aquí fue de gran extrañeza. Él conocía bien todos sus atractivos y así lo constaté cuando se giró totalmente y me mostró su miembro goteante y algo hinchado entre las manos.
Su pene respondió al instante a mi primer palpo a la vez que hundía mi lengua en su boca. Sus nalgas endurecidas respondían a la cadera que iniciaba su bamboleo en deseo de penetrar un orificio receptivo. Comencé la genuflexión para descender hacia su sexo dejándole lamer los apéndices de mi otra mano cuando corté este arrebato homosexual incorporándome de repente para sofocar el grito de dolor que le proporcionaba una mano con la otra. Enseguida, tras el volteo, el repetitivo golpear de su cabeza contra el gres del suelo lo desmayó, o algo más, porque yo no he vuelto a saber nada de él, y casi mejor, pues esta vida que llevo desde hace días, como él bien decía, no está nada mal, y podría llegar a gustarme. Se me da tan bien su vida que en cuatro días he conseguido llenar el hotel para los próximos meses de enero y febrero.
El autor del libro por cierto era Vila-Matas y el título 'Una extraña forma de vida'.
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No había otra versión diferente de este texto?
Sí. Ligeramente modificado formaba parte de una... y tal.
Creo que aún es temporada de nécora. Me gustan las nécoras con limón.
Je, je... Vaya titulito... El tuyo, digo.