Noche de encuentros

Terminó la tarde tras dos películas peores imposibles y comenzó la noche con tres conciertos de tres tristes bandas asturianas de jovenzuelos; algún bajista sonaba como Hooky, que conste. La media de edad de músicos y asistentes es de unos catorce o quince años menor a la mía. Me importa un pepino. Me animo, aún así o a pesar de así, tras tres Mahou cinco estrellas. Es un decir lo de animarme. Quiero emborracharme, fiesta, equis, triple equis a poder ser (todo son piernas depiladas en faldas y hot pants azules con lazos rosados en esta noche, werthianamente también muchas camisetas amarillas en los hombres). Llamo a Pee Wee sin respuesta; el otro currando, mis grandes nuevas amistades lejos, muy lejos. Nadie más. Qué poca gente trato en Gijón. Ni eso que llamaba 'mi amor' está. Estará de fiesta y muy lejos de mi, de aquí, de todos.
Me acuerdo de David G., de los bares que suele frecuentar y voy. Con suerte, si lo encuentro, puedo decirle que tengo traducidos tres o cuatro poemas más de Loser al alemán y después nos iríamos de fiesta a pasarlo en grande porque sí, porque somos de Gijón, porque el es más poeta que yo, porque estamos vivos y es de noche o por lo que sea.
En el primero, el XIZ, no tengo suerte. David G. no está. Un pintor bohemio me tira los trastos para compensar. Echo tres euros a una máquina tragaperras. Juego al Trivial Pursuit. Logro el récord en la última partida. Aún puede ser mi noche y eso que tuve que cambiar a A.K. (August Kuentzmann) Damm, la cerveza que sacó la casa Damm por sus ciento veinticinco años.
Doscientos sesenta años cumpliría Göthe hoy viernes veintiocho de agosto dos mil nueve, porque le fueron propicios los astros, decía.
Werther por ahí andaría en el Wirrwarr que fue el Sturm und Drang dirigido contra el tedio vital que suponía la novela de por entonces en los reinos, principados y palatinados germanos y que me recuerda a la de la España de hoy en día.
Ayer leí las desventuras del joven Werther, lo siento, ya que yo, como Göthe, tras probar el corte, él probó la corte, ahora quiero probar el ejército y así sucesivamente. Ahora caerán.
Ayer también leí Reza lo que sepas de David G. (Eclipsados, 2006), al que ya busco en otro de sus habituales bares, el 4.70. Tampoco. Ni pido nada (siempre pensé que algo pega más). Trato de acordarme de más sitios por donde para David G. pero sólo me doy cuenta de lo solo que estoy, porque quiero en última instancia, o eso me inculco, pero solo al fin y al cabo, y triste, ya ven qué cosas.
Decido irme a casa a llorarle por el prepucio que no tengo a un blog argentino recién descubierto (pregúntenle a mis chicas por el motivo de esta nueva fijación) y subo la cuesta de la Colegiata que no me lleva a tu casa sino a la mía, donde lo más estúpido que ha ocurrido recientemente es esto, cuando diviso Escocia, el bar, al final de esta primera cuesta de Cimavilla.
Chanca será mi salvación como otras noches en que como en esta iba tocado, estará allí currando, de buen rollo con todo el mundo, sirviendo copas, sirviendo humanidad y lo que haga falta. Entro al bar y me doy cuenta de lo borracho que estoy cuando veo a un maromo con gafas y sin gracia y a un par de camareras sosainas tras la barra del último bar de copas donde me encontré con Chanca, que por si no quieren pinchar en el enlace se lo ahorro con esto: murió en abril, el mes más cruel, pasado, y no por propia voluntad, amigo Werther.
Un rosario me apetece ahora (no confundir con rosarino, amiga de la plata) y hacia esa calle de Cimata me encamino. No sé si el TNT, donde descubrí mediante voces como de ultratumba a Los Suaves hace más de tres lustros, seguirá abierto. Ni me molesto.
Me repite el grasiento Döner Kebap, al nivel de los de Berlín, que zampé entre concierto y concierto hace un par de horas mientras recorro Rosario (la calle de Cimadevilla no la ciudad de Argentina) y en una de estas semiarcadas recuerdo a mi primo. Que digo primo, hermano, que trabaja en el Habana (otro bar, claro) y me apetece verlo. Una cara conocida, apreciada, de un ser que adoro y al que conozco desde que nació. Al que cambié pañales y convertí en zurdo de pierna a la fuerza. A ese quiero ver ahora para que me ayude, para que me diga que la mierda la llevamos todos dentro pero que hay papel, joder. ¡Coño ya, Werther!
No me percato de más y más piernas depiladas mientras cruzo la Plaza de la Corrada (pinchen y recuerden a Blanca Romero en esta plaza) hacia Olavarría y en un rodeo, para bajar la cuesta del Cholo del tirón, como si yo mismo fuera la lava incandescente de amor fraternal que baja del volcán hacia los aposentos de los hombres, comienzo a descender, tras doblar la esquina de El Planeta (un restaurante, para variar), el afamado sitio de recreo vespertino de tantos gijoneses en épocas no lluviosas. Al tercer paso he pisado, y roto, un vaso vacío y desamparado, al quinto casi caigo al resbalar sobre restos de sidra. Tres pasos más abajo, la entrada al Habana ya se ve desde arriba de la cuesta, observo como mi primo, mi hermano, con el dedo índice levantado recrimina, vete a saber qué, a un paisanón visiblemente borracho y de exagerados aspavientos. Intento arrancar, no fuera a ser que la cosa vaya a mayores, pero caigo, culpa a medias de mi embriaguez y de la del suelo. Según me levanto, nadie percibió mi ridículo, pues la gente, abundante, presta atención a las crecientes voces que se dan más abajo al pie de la cuesta, a la entrada del bar, e intento reemprender la marcha, veo como otro forzudo individuo, vestido al igual que mi familiar de negro riguroso y sin lugar a dudas compañero de mi primo, o hermano, sale por algún lado y encaja un directo digno de Kid Guadalupe en toda la cara del paisanón que se desploma del golpe mas no de golpe. Cae hacia atrás y los lados, ya digo, despacito y queda tendido sobre la carretera tras golpearse la cabeza con un coche que en esos momentos pasaba por ahí.
Doy media vuelta, apresuro el camino a casa, abro una bolsita blanca y escribo esto.
Ahora, creo que llueve. Aquí siempre es invierno (escuchar abajo) y hace viento (más abajo).




2 espiraciones

  1. leí Werther hace muchos años, me lo había regalado la que estaba proclamándose mi ex-novia. Se reía, me decía lee esto...
    Estoy precisamente escribiendo un cuento muy cruel donde este librito tiene un protagonismo esencial.
    Me ha encantado tu blog, lo enlazo y te sigo.

  2. Leo del Mar Says:

    El Werther en su época fue toda una sensación rosa. ¡Qué tiempos!
    Gracias por tus palabras.
    Te enlazo en tu vertiente más plástica.
    Saludos.