En estas oscuras horas los miembros del comité ejecutivo se reúnen en casa del director general, el Señor Bowling for La Manga, y juegan al amigo invisible. Beben Jumilla, ríen y se lo pasan pipa hablando en idiomas diferentes. Son los mismos momentos en que la mayoría de los afectados por el expediente de regulación de empleo, o más bien despido colectivo, se quiebra por enésima vez la cabeza pensando en cómo salir del atolladero en que se hallarán de aquí a unas semanas.
En la villa alquilada a cuenta del hotel, nada les preocupa salvo desentrañar quién habrá sido su amigo invisible. Fuera de la peaso casa hace frío, viento y está la cosa negra.
Colaso, el autor de gran parte de la fatídica lista de gente a desemplear, no ha podido acudir por razones de peso, pero ya lo ausentaron esta mañana sus compañeros. Nadie de la gente importante de la casa está preocupado por su ausencia. Las féminas incluso se sienten aliviadas de no tener que esquivar su mirada de un lascivo nada cómico y desvergonzado incluso para ellas acostumbradas al sexo más duro e inmoral.
Antes de iniciar el ritual de aquelarre habitual en el que invocan al dinero macho cabrío, se dan el gusto de degustar el postre a base de mermelada de pétalos de Amapola sobre entrañas de Colaso, pero ya comienzan con lo más esperado de la noche, ya que esta noche habrá algo más que la simple invocación.
Un señor bastante dañino y llanito al que le dicen Señor de la(s) Raya(s) en medio, ocupado generalmente en dar por culo profesionalmente a todo aquel bajo su cargo de Rector (de recto, se entiende) de Cuchitriles, comienza a desvestir al transexual menopaúsico, sin carga de hijos indeseados pero con cargo de Directora de Mercadeo Absurdo, a base de dentelladas dignas de babuino gibraltareño. La trans(también génica)sexual no se enoja al verse amputada de un pecho por la voracidad de ese señor, pues de todos formas ella, con la maldad que atesora, no habría tardado en desarrollar ese cáncer que la acompaña a todos lados.
Mientras, el resto rechina los dientes al haber olido sangre, aún de su propia calaña.
Un tipo de lo más bizco, el señor Antonio Dios de las Finanzas, se cojea hasta el tocadiscos de la para ellos duradera época dorada sobre los raíles de su tren de vida enlucido con billetes de los de dos ceros. Su última desfachatez ha sido darles a elegir a los trabajadores si quieren cesta de navidad o no. O no, en serio, ha dicho o no.
Pone a sonar "Sympathy for the devil" y estas otras satánicas majestades caen todas juntas en éxtasis. El señor ya no mandamás por obra y gracia de unos jueces, el mismo que cree ejercer su cargo de director general, que se emborrachó a cuenta del hotel en el bar con piano de allí por valor de 412 € en el transcurso de la mismísima primera noche tras ver la luz la lista de afectados junto a su mujer y el director del centro de las Pelotas, ese que se llama como el sol cuando a la luna se le canta Catalina y quien para mayor desgracia suya tiene como mujer a El Enanito (una señora histeriquísima y con menos dedos de frente que yo probablemente), inaugura el baile ritual con un pedo grandioso en mitad del salón.
En aquella otra mismísima noche también les acompañaba una cosa larga y francesa que aunque despedida a mes y medio vista no se la vio, a la cosa esa larga y probablemente con polla (pero sin huevos) y al que se conoce, casi tocayo mío, por el nombre de De le mar, le, no la como dije, notaron demasiado feliz con la situación, cosa poca sospechosa esta en realidad, pues ya le encontraron cobijo en otro hotel sobrecalificado. Pero volvamos a la noche de hoy.
El que hace de abogado del diablo, apreciado en su día por su falsedad y cercanía de procedencia, que trabajó cuarenta horas seguidas para que la famosa lista le cuadrara a él y a sus familiares, como siempre en un segundo plano lejos de los demás, observa y se masturba analmente con su cuello girado en ciento ochenta grados desde la distancia que le da su cuerpo cara a la pared. La espuma borbota de su boca como cuando da los buenos días a por ejemplo Secretakia, mamporrera habitual de día y también presente esta noche en sus funciones habituales.
Secretakia, con sus diez tentáculos que tiene por dedos capaces de alcanzar lo que se le ponga a la vista o fuera de ella, sujeta a la vez ahora todas las enormes pollas de los supermachos presentes y estas, estén donde estén sus bárbaros miembros, son guiados por Secretakia hacia el mismo orificio defecador del desproporcionadísimo becerro dorado que domina la estancia del salón principal del palacete.
Es tan grande el animal inanimado que en él caben tres campos de golf, ocho campos de fútbol, veinte bares o restaurantes, veintiocho pistas de tenis, trescientas sesenta y tres viviendas de alquiler diario, seiscientos empleados y dos mil metros cuadrados de Spa.
Los guiadores tentáculos también permiten a los no presentes en la casa-palacio Golfo de Camisas de Mantel de Mesa y Julio Esteroides sodomizar esta noche al becerro de oro.
Y a la vez todos se lo follan sin ninguna pizca de amor. Lo hacen al unísono en una coreografía mil veces ensayada. Esta noche con una fuerza inusitada e insoportable de la que da medida los terremóticos gemidos de la concurrencia.
Inevitablemente el orificio cede totalmente desgarrado cuando todas las mayúsculas pollas, bajo el chorro de los dos inmensos coños, están a punto de eyacular.
Ahí, del agujerísimo culo roto del becerrro de oro asoman las cabezas de los casi seiscientos empleados de La Manga Club, y sobre ellas recae una de las mayores corridas que nadie ha narrado jamás por estos lares. Parece ser que a estos últimos esto les gusta, puesto que se lo tragan todo. Todo, todo, todo.
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Oh dioses,
menos mal que vivo en el otro extremo del mundo,
donde también cuecen habas
a paletadas.