300

Allí estuvieron 300.
Madres y padres de familia, hijas e hijos, incluso un perro.
En los llamados Pórticos, bajo las mismísimas banderas de La Manga Club que marcan el inicio de los territorios a mantener y reconquistar, se dispusieron a partir en busca de la gloria.
Los dioses fruncieron las más grises barbas sobre las cabezas de los caminantes, sorprendidos por la gallardía de estos hombres y mujeres envueltos sin desmayar en una lucha desigual contra el enemigo, y les encapotaron el angosto camino de negros augurios.
Los dioses no entienden de buenos ni malos.
Quien sobrevive a sus designios prevalece, desee lo que desee.
Y bajo el cielo negro y un viento de cuchilla que cortó a todos estos que dieron la cara se inició la marcha. Sus estandartes fueron rojos, verdes y hasta blancos y formaron un mosaico colorido que hizo palidecer de vergüenza los imponentes terrenos colindantes a cada paso propio en pos de lo improbable.
Hombro con hombro calentaron esa gélida mañana con sus deseos.
A los ausentes les continúan subiendo los colores el fuego de sus brasas en el calor del hogar, inconscientes de que son los que marcharon los que arden en un candil y azuzan sus veneradas hogueras.
Nadie recordó a los que no estuvieron pues si no están no son, sean lo que sean, y a paso lento, el paso lento de los firmes, recorrieron metro a metro bajo la atenta mirada de los guardias servidores de la ley civil que los escoltaron para ninguna otra cosa que dejar constancia a estos 300 del poder contra el que día a día se enfrentan.
Pero estos guerreros no ansiaron ayer, y aún, cosa que les honra a ojos de muchos, la sangre del enemigo, pues saben que su lucha también va más allá de lo material, más allá de lo que se puede ver o tocar.
Esta lucha también es metafísica.
Y eso que la dignidad humana se podía perfectamente palpar entre los cuerpos que estuvieron presentes.
Estos 300 caminaron ayer y seguirán caminando mañana.
Es ahora cuando tienen que arrebatarles las espadas a sus verdugos y a sus víctimas, y ser dueños de su camino y destino, pues son suyos y nadie se los puede marcar.
Nadie. Ni los verdugos, ni las víctimas.