En otros tiempos las islas de posibilidades que hubiera hundido en mí el tener enfrente a Nacho Vigalondo (bien, gracias, salao) y Joaquín Reyes (gracias a Dios aún quedan gentes de provincias) escoltando a Jordi Costa mientras este último se pone voluntariamente en evidencia, ignoro si con ironía, tratando de justificar, teorizando, la risible acuñación de un nuevo término con prefijo antiguo modernizado (a saber: post-humor; alter titulum: “Lo que faltaba”. Sisplau Don Jordi, sisplau) que como dijo una asistente en el turno de preguntas no tiene mucho de nuevo una vez te tomas la molestia de, no ya de leer, bastaría con evocar, La Celestina, serían inconmensurables, pero no, parece que no estoy por la labor, y que una señora, borracha como Asturias y desquiciada como todos deberíamos estar, previa a esa mesa redonda, acompañada de su hijo adolescente (inenarrable el poema que vi en su cara cuando cruzó su mirada, justificadora de todos los parricidios del mundo, tras la espantada de su madre, con la mía), exhortara a voces a una jovenzuela alegre y vivaz cacareadora a que se callara, “¿quies parar de hablar ya, chavalina?”, le dijo, y algo similar pero peor sonante, la segunda vez, antes de abandonar airadísima la sala, provocara las risas de la audiencia, que, dadas las características públicas del invitado estrella Joaquín Reyes, supongo que fue por esa predisposición, creyó que formaba parte del espectáculo, también, en otras circunstancias anímicas de mi ser, hubiera dado para varios posts (aquí utilizo el plural de post como anglicismo para lo que llamamos entrada o aporte en el mundo internetero, que conste, esto no es un post poético, ni mucho menos), pero ya digo que no hay manera.
Estoy así como hasta la polla. ¿Será porque hace tiempo que no me la tocan?
¿O porque el puto David Carradine se ha muerto de manera tan parecida a un personaje de una ya ex-futura especie de proyecto de novela mía?
Leo Quo vadis, en serio, ¿quo vadis?
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