"No Michi, ¡no!"
Ni caso. Este gato que viste como si fuera de la Juve es un poco ciego. No ve un pijo en realidad. Su patita debe golpear en jabs velocísimos los objetos que se va encontrando en su camino. Lo llamo Michi Panero Suputamadre Carter. También es un poco sordo a estas alturas, por los gritos que le pego. Me hace reír a menudo, como cuando con la puerta cristalera corrida lo llamo para que salga al jardín y el infeliz se estampa a doce kilómetros por hora contra el cristal. Menos gracia me hace si 0omjnnnnnnnnrtyyy6essxz asalta el teclado cuando escribo y tengo que volver a empezar a escribir y tengo que volver a empezar a escribir lo que borraron sus pasitos.
Ahora descansa cual feto feliz en la inopia, acostado en la silla que tengo a mi lado, con las orejas tiesas, intuyendo las volutas de humo. Debe ser duro vivir entre tinieblas. Debe ser duro vivir. No soy consciente de ello, sólo vivo para dormir, comer y correr, según mis posibilidades. Ahora que puedo salir, salgo por donde quepo y apenas oigo lo que me dicen desde casa. Sigo a lo mío.
Piso lo verde,
y se me aviene la luz.
Me fundo en negro.
"No Michi, ¡no!"
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