El hecho personal más destacable del año 95 después de lo del Maine

Ella no debió entender una sola palabra de lo que le dije, ni yo recuerdo alguna de las ingeniosidades que seguramente le solté. Si al menos fuera capaz de evocar siquiera una vulgar sílaba suya dedicada a mis oídos. No, nada.
Sí, hembras y señores, hablo de la segunda conversación mantenida cara a cara, y hasta hoy última, con la mismísima Blanca.
Un domingo de invierno a la tarde del noventa y dos. ¡Qué gran año para Madrid y su capitalidad cultural europea!
Yo, borracho como un dieciseisañero hinchado de cerveza y pacharán, vamos, exactamente como a quien describo, osé hablarle tras gozar lo mío reinterpretando una coreografía aprendida en mis años aún más mozos en los arrabales del centro financiero europeo de la mano de Marco Ruppel (pueden preguntar al autor original por los pormenores de la danza escribiéndole a este mail, preferentemente en alemán) bajo la base del Infinity de Guru Josh que aquí sigue:



De Guru Josh por cierto, decir que unos años más tarde cruzando yo que estaba la avenida Mediterráneo de Benidorm a altas horas de la madrugada, él, y su mastodóntico acompañante, en un Porsche 911 Carrera (no se pronuncia PORCH) casi me atropellan. Les pedí explications, of course, pero a estos descendientes de otra estirpe también incomprensiblemente dominadora del mundo en su día, es mejor golpearlos antes de razonar con ellos, y se alejaron tras un par de voces sin más, no sin antes, no me van a creer mas mucho me da igual, subir el volumen del radiocasete o CD del cual todo el rato, ahí caí en la cuenta de quien era ya que sus pintas eran las mismas que acaban de ver, sonaba el audio del arriba visionado vídeo.
Al caso.
Había hecho las pertinentes adaptaciones necesarias a la coreografía con el fin de sincronizarla con el Kiss de Prince, que no me pregunten por qué, estaba sonando en la discoteca de la Guía de la cual era así, así, asiduo en las lluviosas tardes de domingo de esos, sin ser hijoputas del todo, jodidos inviernos de Norteña, y disfrutaba llamando la atención sobre la pista vacía a pesar de las risas de mis coleguitas, cuando la descubrí sonriéndome.
Sus amigas se descojonaban despatarrada y abiertamente de mí, al igual que el resto de los tardíos presentes, pero ella no, ahí estaba, de pie y sonriendo como sólo a otra persona lo he visto hacer (siendo el destinatario mi bajeza, me explico).
Una pena que mi retentiva sólo sea visual y musical pues les juro que no sé de qué hablamos Blanca y yo en aquel oscuro reservado.
La memoria no me da para nada más que esto y para admitir que esta película de Bud Spencer y Terence Hill que están dando por la 2 la he visto antes.