Volabas un vestido verde
en una nebulosa tarde.
Julio el mes, Oasis un lugar.
Los catorce rondabas
con tu sonrisa solar.
Caracoles negros caían
engarzados uno al otro
como un poema gitano
que se dice cantar.
Fue la primera vez
en que sentí Norteña
obviar el ser gris,
aún en verano.
Mas no sólo para mí,
sí para todos los ellos,
trituradores de cañas;
ilusionaste fácil el amor:
que a mí al que más.
Acerqueme a balbucear
rígido para sin lengua bífida
ni una palabra rememorar.
Recuerdo sólo tu mirada.
No olvido el color de cada cosa
sólo el de los ojos, hasta el tuyo.
Será que muestran nada,
pero me vieron por dentro,
y juro que esos brillaron.
Pero ahí quedó, como casi todo,
en nada, en la nada de unos versos,
futuros como esos besos
que ni llegan ni se aparecen
donde tú caminas o golpeas.
Sin embargo allí me hallé
el comienzo descorazonado
de un anhelo inasible.
Desde entonces adoro el romero en mi sopa.
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