Tomó aire, su opérculo vibraba.
La gelatina protectora en pleno resquebrajo daba miedo verla. De la madera en tratos sobre la que se
sustentaba en ese mismo momento no cabría posibilidad alguna de esperar nada bueno una vez surtido el
efecto diríase deseado por no se sabe qué instancias. Temblaba la roca por el húmedo material orgánico,
ensartado con una fuerza descomunal en sus pretéritas entrañas. Cedería. Sin duda. Clamaba el
abono de una tierra sin penuria verdadera hasta entonces. Una repetición más que circular abierta sucedía.
Se desconocía desde las eras de Ek Thien Bos semejante reflejo de dolor. Vino el agua. Hebras de la
Se desconocía desde las eras de Ek Thien Bos semejante reflejo de dolor. Vino el agua. Hebras de la
misma enredaban y enredaban la espaciosidad con el momento intuido. Hubo frío y hubo calor.
Lo dulce se acabó. Oídlo, se acabó.
Mario Bellatin, L'herbe et les plantes et les arbres, Éditions Gallimard, Paris, 2010
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