Segismundo, ni toxicómano ni el de de la Barca, sino Freud, espirando eclécticamente

No creo superfluo, ni mucho menos injustificado, intentar aquí la demostración de que nuestro actual conocimiento de los procesos anímicos, conquistado por medio del psicoanálisis, puede procurarnos ya la comprensión del papel desempeñado por el deseo homosexual en la paranoia. Investigaciones recientes han atraído nuestra atención sobre un estadio de la evolución de la libido, intermedio entre el autoerotismo y el amor objetivado. Tal estadio ha sido designado con el nombre de narcisismo, y consiste en que el individuo en evolución, que va sintetizando en una unidad sus instintos sexuales entregados a una actividad autoerótica, para llegar a un objeto amoroso, se toma en un principio a sí mismo; esto es, toma a su propio cuerpo como objeto amoroso antes de pasar a la elección de una tercera persona como tal. Esta fase de transición entre el autoerotismo y la elección del objeto es quizá normalmente indispensable. Según parece, muchas personas se estancan en ella durante un espacio de tiempo habitualmente prolongado, y perdura, en gran parte, en los estadios ulteriores de la evolución. En el propio cuerpo elegido así como objeto amoroso pueden ser ya los genitales el elemento principal. El curso posterior de la evolución conduce a la elección de un objeto provisto de genitales idénticos a los propios, pasando, pues, por una elección homosexual de objeto antes de llegar a la heterosexualidad. En consecuencia suponemos que los ulteriores homosexuales manifiestos no han logrado libertarse de la condición de que el objeto elegido posea genitales idénticos a los propios, conducta en cuya determinación ejerce intensa influencia aquella teoría sexual infantil, según la cual los dos sexos poseen órganos genitales idénticos.


Sigmund Freud: Paranoia y Neurosis obsesiva. Dos historiales clínicos, Alianza Editorial, Madrid, 1974, pág. 71 y subsiguiente