Esta mañana me asomé al patio a buscar a mi gato Bruno. Como vivo en una planta baja y a los únicos vecinos a quien les podría molestar les cae simpático, no tengo problemas en hacer de aquello su propia vivienda con cama y váter, aunque por lo general hace vida en casa.
Según asomé chisté por él pero huyó como si hubiera visto al propio diablo y cruzando el patio entero, de un brinco saltó por la ventana abierta del vecino, cuya mujer tiene la sana costumbre de ventilar la casa durante la mañana, y desapareció por a través del ladrillo visto de la pared izquierda del patio de luces.
Con esfuerzo trepé al alféizar. Me costó más de la cuenta por el dolor que me causaba mi pie izquierdo, dañado al levantarme con el ímpetu habitual sólo que en el lado equivocado de la cama del cual, claro, yo no suelo dejar zapatos de tacón de doble aguja, y el costalazo que me dí tras resbalar sobre toda la sal que derramé al prepararme las tostadas pues, tampocó facilitó la labor de encaramarme a la ventana. El cuidado que empleé al deslizarme sobre piso firme de nuevo, ya hacia el interior del patio, no fue óbice para golpear mi hombro contra la escalera, que los técnicos de gas ciudad llevan semanas paseando de un lado a otro, con la suficiente fuerza como para arrojar a mis pies, tras sesgar un precioso mechón de mi leonina melena y probablemente despertar con mi grito al resto de vecinos, unas tijeras de tamaño considerable que quedaron despatarradas en el suelo.
Ahí decidí que le dieran por saco al gato. Llámenme supersticioso si quieren.
No sé en qué momento mi querida compañera de cama de anoche, no se dio cuenta, o fue tan perra como entre mis sábanas, y me cerró la ventana, pero el caso es que allí estaba yo mirando mi reflejo potenciado por la luz del despejado cielo.
No me interesó en absoluto si fue broma, descuido o perrería lo de Cat, ya me creo que así se seguirá llamando aún después de lo de hoy, cuando de un codazo reventé el cristal para entrar de nuevo en mi propia casa.
No había barrido aún los pedazos de cristal cuando mi novia empleó mal el juego de llaves con el que la había provisto para casos de emergencias, y corriendo por el pasillo ya comenzó:
"Cariño. Cariño. Ya tengo los pasajes del barco como te había prometido. A ver si te ayuda a decidirte de una vez con lo nuestro. Así podemos alejarnos por un tiempo de tu familia y ver si de una vez nos casamos. ¿No es genial?"
Les juro que el lunar junto a su boca era más grande que de costumbre, como si se lo hubiera vuelto a tatuar.
"No seas feliz, niña. No me lo puedo permitir. Sabes que el próximo trece de febrero me voy a la calle. Y será viernes además. ¿Qué día es hoy por cierto?"
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