Estimada Blanca:
Disculpa que me tome estas libertades pero ya no aguanto tu indiferencia hacia mi persona.
Es parte de tu fuerza y libertad, lo sé, y me subyuga aún más a tus encantos, mas ya va siendo hora de que me tomes en serio.
Como puedes comprobar por ti misma no tienes que lidiar con el morlaco de la calumnia en mis escritos, ni con ningún cotilleo astifino.
No, no me gustan esas partes, sólo emulo al gran Cervantes
que al escribir su Don Quijote creó la mayor de las artes.
Aquel fue el momento literario más memorable, también para ti, intuyo.
Al igual que esos guantes negros alzados por puños más negros marcaron tu rebeldía, la mía es más llana pero igual lucho contra la cobardía e injusticia, la personificada en mí, que nunca será abolida.
Toda mi obra a tí, que eres mi mayor pequeña elegía atemporal, no decaerá, aunque se siga vertiendo en una escudilla sin romero, me temo. Y más que el cantante de jazz se volviera no sonoro, no pararé de avisarte: "cuidado mujer, ¡corres entre lobos!"
Nunca releas esto tampoco, no vaya a ser que cuaje en ti el poso de mi yo literario.
Seguiré trabajando sin cesar aunque me toque la bonoloto, cuyo premio no sería más que derrochado en ayudar a quien lo necesita, como tú.
Nunca me excusaría por no querer ir a tu encuentro aunque me tentara invocar a alguna bruja, tal como algunos niños, o niñas llamadas Blanca, hacían.
Sé que te hubiera gustado ser escritora y viajar desmaquillada por el mundo, descansar en islas soleadas y al fin poder llorar un réquiem por un sueño, un día, antes de iniciar tu periplo por una blanca luna emanadora de jazmín en cuyas mareas de olas espumosas saborearías el sabor inventado de la menta.
Tu camino sin embargo ya es otro, mejor sin suda, y no incluye ver bodas de príncipes y paganas paisanas por la tele, ni moverte de tu tierrina caigan o no las torres más gemelas, y ya no esperas gran cosa de este mundo hasta que perpetúe la condena de todos los pedófilos y sean erradicadas las patadas de todos los racistas.
Te has vuelto muy grande con tu amor de madre y sólo descontrolas de manera esporádica, y curiosa, y siempre con Méjico de por medio.
Aún vacilas ante la desnudez si es física, pero en tus letras te abres de par en par y lo que se ofrece al presente es inabarcable humanamente, y así se siente, todo el sosiego de tu corazón razonado, y que sea así eternamente.
O no, es indiferente.
Pues aunque
ya ves que me esmero Blanca Romero
en aspirar tu fragancia cual farlopero
me es fácil cambiar el tono
y jurar que te lo haría como un mono.
Por tanto basta de ya de ignorarme y dame las gracias por publicitarte.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Quien fuera Blanca!
¡Quién no fuera negro!