Minou era un gato guapo, de los de antes, como un galán de los años cincuenta si me permiten la comparación. Portaba con orgullo su pelaje perlado y brillante. Ojos claros como el mar caribeño y orejas negras como las noches nórdicas, igual de oscuras como sus fauces y en derredor de las mismas, y su aterciopelada cola, más albinegra que otra cosa si no falto a la verdad, rígidamente pétrea prácticamente a voluntad o requisición cual columna milenaria, o por contra tan sedosa e imperceptible y capaz de unificarte con el éter que derretía a quien se dejaba acariciar por ella, la cola. Hasta hace bien poco era así de guapo, seductor, viril, digámoslo a lo humano, pues fue enviado letal y químicamente más allá de la duermevela onírica hacia la negritud del instante eterno de justos e injustos, aquélla aún sería demasiado consoladora como limbo, en la clínica veterinaria de un precioso pero sobretasado pueblo pesquero del Levante español, hace unos pocos días.
En realidad devenía triste hacía tiempo ya. Sin gana, apagado, flaco-flaco, roto volvía últimamente a la que fuera su madriguera de buen vivir. La vida en la calle no era para él, aunque lo vio nacer, porque fue sacado de allí por ella, su ama. Con ella engordó y creció para ir desarrollándose poco a poco y, ésta era la idea debía pensar él, transformarse en un león que salvaguardara a quien le rescató de una dura vida entre basura, sobras y desmanes de género propio.
Y fue tirando para adelante la cosa. Ella también ganó peso contenta en apariencia de la compartida felicidad. Las vacas gordas parecían que pastarían al menos durante siete años en su jardín, por donde Minou se paseaba orgulloso y seguro de si mismo, ya que no olvidemos sabía, bueno, hasta que dejó de saberlo, que aquél era su terreno y debía someterlo con suficiencia, tanta, que ni se inmutó cuando su ama trajo a casa una pequeña bola negra de pelos, en Uruguay ni siquiera llegaría a la definición de boludo esa cosa, y que apenas respiraba. Al principio aclaro, que ahora debiera ya, por su propio bien, estar preparado para bufar cosa mala.
Minou, en su afán de subyugar todo el terreno del frondoso aún seco jardín de lagartos, ratas de tierra y hasta, tan valiente era, perros sarnosos que pululaban a sus anchas por donde los dominios de su dueña, fue dejando de lado su cometido principal como animal de compañía. Y ésta es precisamente la única tarea que no debió desatender a costa de la seguridad de su hogar. Los sueños de dominación mundial no pegan con un gato doméstico.
Y con su vida lo acabaría por pagar, entregado al infierno del sinsentido de una vida primitiva llena sólo de instintos primarios en la, otra vez su casa, calle.
Sólo el hambre vencía su orgullo de haber sido desterrado por otro más nuevo, más pardo, más gracioso y de maullares más exóticos. No mostraba rencor hacia el joven, sólo generosidad con el nuevo al que dejaba comer primero, como para demostrar su señorío único y convencido de su innata capacidad de seducción y reseducción. También ella comía antes que él, aunque insaciable, repetía los mismos platos con Minou.
Las variables y cambiantes apetencias, y de gusto, de la ama era una hecho sobre el que estaba avisado nuestro gato, ya que el propio Minou forzó a la ama, esto Minou lo recordó demasiado tarde, a enviar al exilio a otro gato que ronroneaba tranquilo y sereno, o no tan tranquilo ni sereno, por esos mismos jardines a la primera llegada del ahora fenecido.
SIDA, sin más, diagnosticó la doctora, gatuno, vale, pero SIDA, conque fue sentenciado a dormir eternamente bajo unas veinte paletadas de tierra a tres palmos de la misma.
A mí lo que más me jodió en realidad fue que mientras lo enterraba en el jardín, sin pico, bruto que es uno, sólo con una pala, primero se formó una ampolla en mi dedo anular derecho que luego reventó antes de terminar la labor de soterramiento del encorvado por rigor mortis debido pero tieso cadáver.
Y es que gatos puede uno llegar a tener muchos, pero dedos sólo tengo diez y me hacen falta para escribir ésta, ahora ya muy desapasionada necrológica, por ejemplo.
O también podría hablarles del día en que para mí nació un nuevo estilo musical latino bilingüe y/o un padre le desveló a su hijo que todo el sufrimiento de este mundo tiene su fin:
"¿Parará papá?"
"¡Parará Pachín!"
Adiós gata, perdón, gato: ya estuvo.
"Ya estuvo. Yo estuve."
"Ya estuvo, ohh, ya estuvo."
Aquí va un vídeo de una canción que hoy en día pervive en mi memoria como si fuera mil novecientos noventa todavía, cuando no había gatos ni ninguna otra mascota más, igual que hoy curiosamente, que mi soledad (mi peluche no cuenta como tal, él es otra parte de mí).
no quiero distraerte de tu pararápachín del entierro de tu gato...
pero te comunico que fusa, luego te la presento, si aún no la conoces, ha compartido conmigo un premio y yo lo comparto con mis favoritos entre los que el señor del gato, mejor oso farero, se encuentra.
un barco que brilla...un poco de luz para este azul marino, puedes traerlo, dejarlo en dique seco...
sólo comunico que comparto también contigo.
Gracias por compartir, eso es de gente grande.
Ya me había enterado y de hecho iba a comentarlo enhorabuenadamente cuando el trabajo (sí, esta noche también estoy currando) me lo impidió. Después se me olvidó, la verdad.
Aunque no sé qué haría yo con un barco de esos, probablemente lo capitanearía hacia el precipicio del horizonte y caería sobre el mismo sitio en el cual estoy ahora.
La gente buena sí se merece estos y muchos otros premios.
¿A todo esto Fusa es guapa? Como tiene nombre de gata había pensado que... bueno, con esto de Minou... tú ya me entiendes. Sí se venía a mi faro a hacerle compañía a L'Oso, vamos.
fusa, es guapísima y escribe muy bien, no sé lo del faro porque lo de ella es el show...y allí siempre es fiesta.
Oye, yo ya he votado.
Que tengas una buena noche, yo sigo con mi ronda, y sin barco.