Despacio miró a su derecha. Ni una palabra. A la izquierda. Gestos, sin llegar a muecas, por ese lado. A su espalda nada había. Pero enfrente...
Al mismo tiempo le preparaban la cena. Una tortilla de coliflor hinchiendo la sartén en casa. En su casa. Alguien tuvo que esforzarse de no salarla con sus lágrimas. “Es imposible con un teclado en correcto estado manipulativo cometer el error de escribir parkinson en vez de Paris' son”, pensó. “No creo que me dé tiempo a aprender inglés a estas alturas”, previó. Luego, luego en la nadación que quiere decir otro día, en los almacenes que él seguía denominando así a pesar del arcaísmo en un movimiento de manos inesperado por su rapidez cogió el libro marca Vox que quería del estante y trató de ocultarlo con creído éxito por dentro de su chaqueta. En la otra mano portaba un diccionario de sinónimos que sí estaba dispuesto a pagar. “¿Abuelo, es que no tiene intrené?” Discurrió para sí: “Mierda, haberme jugado una falta administrativa en un régimen democrático no es propio de mí.”
Enfrente: madre mía lo que había enfrente.
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