¿Y quién es ese hombre joven en un traje gris, de cabellos grises que lee lo gris que está el mundo en Le Monde Diplomatique en la sala de espera gris, y sucia, de un aeropuerto gris un miércoles gris cualquiera y que de vez en cuando levanta la mirada de su lectura de un artículo de Ignacio Ramonet del cual entresaca, entre otras conclusiones, acojonantes semejanzas entre un telepredicador extremista, valga la redundancia, llamado Pat Robertson y un baloncestista americano cuyo nombre no será dicho y que escribe, o escribiera, para El País (y de paso demuestra que un baloncestista puede ser igual de gilipollas que un futbolista, o incluso más) y ve pasar sobre sillas de ruedas de un gris metálico a viejos decrépitos, guiados por ancianos o ancianas no menos grises que aquellos a quienes empujan, de camino a un gris y seguramente maloliente autobús que los llevará a pasar una temporada de grises, que no dorados como les quieren vender, días en la Costa Blanca (¿dónde estás?) mientras espera que te espera para hacer de chófer de una dama de las de media alta en la nueva sala de espera de ese aeropuerto muy cercano a un pueblo gris aunque soleado en el que vivió durante año y medio?
Pues soy yo, ¿quién iba a ser?
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