“Buenos días, Ernesto.”
Ahí se quedó de pie. Sin decir más. Calzaba botas marrones de piel. Se habían humedecido probablemente al pisar un charco ya que afuera llovía como de costumbre por esta época. También los dobladillos de los bajos del pantalón estaban húmedos y más oscuros que el resto de esa prenda. Estoy seguro que había pisado un charco. Algo inevitable, por otro lado, debido al irregular estado del pavimento del barrio viejo. De nuestro barrio viejo. Algunos adoquines de la calle del mismo estaban separados entre sí por la longitud de dos y hasta tres palmos. En mi opinión, y en la de muchos convecinos, era denunciable esta dejadez en la que nos tenían las autoridades. Las obras de recanalización, pagadas por la comunidad de vecinos, que se llevaban a cabo desde el portal de enfrente hacia este portal, el portal 1, también podía ser la causa de que se salpicaran sus botas y pantalones, ya que los operarios habían convertido ese patio exterior en toda una zona de obra mayor y las baldosas estaban sueltas cuando no directamente rotas por la presión ejercida por la maquinaria de los obreros estos días atrás. Habíamos hecho bien en asegurarnos mediante una claúsula adicional, a la hora en que contratamos a la empresa, que cualquier desperfecto ajeno a las propias labores de readecuación de las tuberías y vaciado iba a tener que ser reparado por la propia empresa. Yo, como presidente de la comunidad desde hace tres meses, había insistido ante los demás propietarios que más valía prevenir que curar en estos casos, y que era preferible aumentar el coste total en únicamente cinco puntos porcentuales por puerta que echarse las manos a la cabeza después. Y créanme, de cuentas, gastos e ingresos y números en general sé un poco, que no son pocos los años que llevo sin fallo los balances en mi empresa. Cuando a los de la contrata les hice la primera visita había visto el tipo de maquinaria que iban a emplear en el trabajo y de ahí que forzara un nuevo pleno vecinal para reevaluar todo el asunto. Y ayer, durante la última reunión mensual, me felicitaron incluso los, llamados con cariño, que conste, tozudos del portal 3, 1º C y del portal 2, Bajo A, el “viudito”, como lo llamaba mi mujer, y las hermanas Garbí Meléndez, respectivamente, que se empeñaban en rotundo a subir su aportación más allá de lo convenido en la segunda reunión que mantuvimos acerca de este asunto. No era de extrañar viendo las condiciones en que vivían, sobre todo las hermanas. Opino así aunque las hermanas nunca me han invitado a entrar pero me he formado mi opinión debido a que lo he observado con mis propios ojos. No lo hice con ánimo de cotillear ni nada por ese estilo, sino que me es inevitable ver al menos el pasillo en su totalidad, parte del salón y toda una pared de la cocina cuando me abren la puerta, ya saben. Se podrán imaginar que en ocasiones el presidente va a casa de sus vecinos a llevar copias de las actas de las reuniones, a notificar algún asunto o simplemente a interesarse por su estado y entonces es cuando, qué remedio, observo el estado de sus casas que es, al igual que la cara, un espejo más del alma, o así lo decidimos mi mujer y yo en una ocasión, no sin ciertas risas, en que nos bebimos las dos botellas de vino tinto que recibe cada puerta de su vecino invisible en el día de Navidad. Este juego, ya casi tradición, lo instauré durante mi primer mandato hace ya veinte años, veintiuno, para ser exactos. Los vecinos que viven, o vivían en alquiler, que en todo este tiempo que llevamos mi mujer, mi hija y yo aquí en realidad nunca han superado el número de tres, se han mantenido al margen del juego, cosa lógica por otra parte, ya que su vino lo siguen recibiendo los propietarios propiamente dichos a través de la presidencia. Incluso los hijos de los Iglesias Iglesias-González Simón, que fallecieron tristemente hace seis años en aquel avión que los iba a llevar a un merecido, bien lo sabe Dios, retiro temporal a Santo Domingo, quisieron mantenerse en nuestra pequeña tradición. Los que se fueron abandonaron no sin tristeza nuestra pequeña comunidad cuando por circunstancias afortunadas de la vida tanto al matrimonio Iglesias Iglesias-González Simón como a los simpáticos, aunque algo atolondrados, Madrid Caño-Yañez Álvarez, les sonrió la suerte en forma de lotería y herencia, respectivamente. Hecho muy comprensible y de entender. El caso de los Ortego Flores-Martínez Sabino fue distinto. Ha sido nuestra mayor desdicha en todo este tiempo de armonioso convivir, digamos, comunal, pues desde que ocurrió aquel malentendido con aquella derrama del demonio ellos son los únicos propietarios que se han desvinculado tanto del juego como de la propia comunidad. Mis tres visitas, una vez los Ortego Flores-Martínez Sabino se fueron de nuestra vecindad, junto a la presidencia de turno que en aquel año recayó en el señor Hinojós Llorente, del portal 2, 1º B, no dieron los frutos deseados. En realidad opiné enseguida, y mi mujer opinó igual, que los problemas se dieron entre ellos dos, y que el problemilla con la derrama fue un pretexto para irse de aquí y finalmente separarse, como comprobaríamos todos poco después (un simple descuadre, engrandecido, sí, por no haber sido comprobado dos veces por el administrador de la finca antes de ser enviada a Hacienda, pero subsanado a tiempo, al fin y al cabo; además, en descargo del presidente de entonces el señor Borbalán Íñiguez del matrimonio Borbalán Íñiguez-Novoa Senén, del portal 3, 1º B, a quien yo le presté todo mi apoyo durante el affaire he de decir y constatar que él no hubiera sucumbido a la tentación de cambiar de administrador a mitad de su presidencia si no hubiera sido por la intromisión, sin duda sin mala intención, de la señora del señor Madrid Caño, la señora Yañez Álvarez, a instancias de éste, que mirando por el bien de los gastos y como forma de preparación para el siguiente turno de la presidencia el cual le correspondía a él, que finalmente no llegó a hacerse efectiva por el golpe de la diosa Fortuna en nuestra comunidad que he comentado antes, quiso simplemente ayudar a reducir los gastos de nuestra comunidad, y la intención, y eso fue lo que le dije al señor Ortego Flores nada más iniciar nuestra primera visita al bloque de apartamentos en el cual, ahí lo tienen, vivía solo tras abandonar él y su señora, la señora Martínez Sabino, nuestra comunidad aparentemente aún como matrimonio bien avenido). Nos enteramos a través de un amigo del “viudito”, que trabaja en Sanidad, en altos puestos burocráticos, que el padre de la chica era un eminente cirujano en la capital, el Doctor Martínez Villamil, y que se había enterado por parte de otro amigo en común que también había sido amigo del “viudito” en su día, que la hija del Doctor Martínez Villamil, del famoso Doctor Martínez Villamil, se había separado y andaba en compañía de un entrenador de fútbol de un equipo recién ascendido a primera división, allá por la capital. Una verdadera pena todo el asunto aquel, sólo doy gracias a Dios de que ya pasó todo. Quizá cuando solucionen sus diferencias que estimo serán de índole económica, al fin podamos dar la bienvenida a unos nuevos inquilinos, y a poder ser, ya que pedir es gratis, que sean propietarios y también inquilinos, ya que la integración con arrendatarios nunca será igual de estrecha. De la que empezamos con el juego del vecino invisible todos los vecinos éramos propietarios y los cuatro nuevos propietarios de la última fase, la del portal 1, único por motivos de lindes con una sola planta, que se finalizaron, y ocuparon, claro, con dos años de retraso, también se sumaron con naturalidad a nuestro juego. Obviamente sabemos casi siempre quienes son nuestros vecinos invisibles pero no cuesta nada disimular y mantener ese inocente espíritu, más que infantil, diría yo, humano. Hay una regla transmitida, inocentemente transmitida si quieren, pero regla al fin y al cabo, de presidencia en presidencia de que cuando el número de vecinos es impar, y esto desde el incidente con los Ortego-Flores-Martínez Sabino ha sido así, es el presidente, o presidenta, en su caso, aunque ninguna fémina haya ejercido tal cargo debido a la renuncia en su día de las hermanas Garbí Meléndez, quien ha de hacerse cargo de regalar dos veces el vino.
“Buenos días”, repitió. Hablaba distinto. Había envejecido. Y quién no en este tiempo, pregunto.