La verdadera inmanencia según una obra de arte de andar por casa

En mi hogar se ve mucho la televisión. La ve uno, la ve otro. Yo siempre la veo. Estoy colgado frente al televisor. Diría que llevo así toda la vida. Pero no es verdad. La tele siempre está encendida, de día y de noche. De día la ve uno y de noche siempre la ve ella. Se duerme con ella y por la mañana sigue encendida, y entonces la mira él. Hasta que ella vuelve por la tarde a casa, hace sus cosas y se pone a mirarla, junto a él. Así hasta que se hace de noche y ella hace la cena y cenan juntos ante el televisor. Hablan, poco. Luego él se va al dormitorio, enciende la otra tele, la más pequeña y la ve hasta que se duerme. Muchas veces también esta se queda prendida toda la noche. La oigo desde aquí. Yo fui creado para hacer de algo así como televisor, de algo más que eso en realidad, pero hace mucho que nadie no solo no me mira sino que no me ve. Se darían cuenta que he perdido color, viveza. Que la bruma que estalla a las faldas del pueblecito pescador abandonado entre valles ha perdido vigor. Que mi cielo azul con vetas blancas y algún ingenuo tono rosado ha palidecido como jamás se hubiera imaginado mi creadora. Que la gaviota que vuela más alto casi se ha perdido en el horizonte turquesa casi ya no de ese color; un verde moho, es bastante preciso. Me resquebraja la humedad y el humo, porque fuman, sin parar, en esta habitación pocas veces ventilada, siempre oscura, con la persiana abajo. Nunca pretendí ser gran cosa, ni mi madre, sinceramente, me hizo con esa intención pero era capaz de dar alegría, de quedar bonito, de hacer sonreír y hasta, sí, soñar a quien me mirara sin prejuicios. Mi función era la de evocar, sin grandes aspiraciones. Podía haber cumplido con mi cometido pero aquí estoy: mustio, blando, embrutecido de tanta televisión. Alguno de los programas me gusta. Alguna película. Al principio, en la otra casa, en el otro país, esta sensación de abandono me era desconocida. Fue llegar aquí y encaminarme, en verdad, todos los habitantes de esta casa emprendieron ese camino, hacia la disolución, como decía mi hermana, aun de cuerpo presente en la pared contigua, cuando podía conversar con ella. Ella no pudo soportar más tiempo la situación y comenzó a rajarse, pasando incluso esto hasta hoy inadvertido a nuestros dueños. Era más delicada que yo, de un trazo suelto y cariñoso y desde luego mucho más sensible. Estaba predestinada, en realidad éramos hermanastros de la misma madre (no llegué a conocer a mi padre, creo que no lo tengo), a alcanzar mayores metas envuelta en su modernidad tan simple que era grandiosa sin salirse de ningún plano de la realidad. Sus metas fueron fijadas en 800 marcos hace muchos años. Siempre supe que fui de relleno en aquella transacción aunque mi hermana lo negara, queriendo con ello animarme y darme valor. Pero de quien se enamoraron fue de ella cuando fuimos ofrecidos por aquellos estudiantes de arte. Lo sé. También sé que ellos antes estaban enamorados. Pero algo pasó, fue mal, al poco de llegar a este sitio que por lo poco que pude ver y recuerdo de cuando se abrían las cortinas blancas, ahora amarillentas, es mucho más pobre que aquel del cual procedemos y donde fuimos creados. Aún recuerdo nacer. Mi base texturada, mi primer esbozo, los cambios con los juegos entre los colores, lo que fue mar calmo embraveciéndose, el jugoso detalle del portón entornado en la casita de piedra de arena en primer plano y muchas cosas más. Fue hermoso ver la luz al final y reposar un tiempo viendo a más hermanitos nacer, fui el primer hijo de mi madre, muchos de ellos teniendo que ser abortados nada más concebirse por su propio bien. Más tarde llegaría ella, a cuatro manos porque ella tuvo también padre. Me pareció extraña al principio, tan diferente a mí y a todo lo que había visto antes. Están discutiendo otra vez, que es un vago le dice ella, que bebe. Entiendo que mi delicada hermana no soportara esta vida. A veces yo también me encuentro exhausto de mostrarme y quiero desgarrarme pero mantengo la fe, Dios sabe cómo. Nuestras peripecias con ellos, una vez desenrollados, comenzaron con el enmarcado, tan indigno, sobre todo para con mi hermana, pero por entonces no le dimos mayor importancia pues parecían felices, sí, aunque ahora cueste creerlo. ¡Ah! Me han dado. ¿Qué es? Un cenicero, como la otra vez, y lleno de colillas. No sé de qué pasta estoy hecho pero tampoco ahora han conseguido dañarme. Me han ensuciado con ceniza nada más. ¡Vaya tela tengo!

Pressing TAB


Cuando rompió el mosaico de dos colores llovía afuera.
De ahí que esa composición desapareciera.
Habría bosquejado algo hermoso, posiblemente.
Ya no se sabrá pues son esquirlas de fuego que siguen cayendo desde más allá del conocimiento asumible en un frío día como hoy que hace arder un alma que se creía ignífuga en su distanciamiento con todas las cosas que no son cosas en sí ni son nada, como esto.

Ahora viene una canción de uno de los discos del año:


Y recuerden:

Im Hintergrund, die Schriftstellung

El tabaco persa se combustiona en columna desde el ébano de la pipa de Ledigow hacia el techo alto del salón de la calle Rosarina 8, 2º piso. El aroma lo vicia simpáticamente la mezcla de manzana dulce contenida en lo que arde en su último regalo de cumpleaños. 44, su mujer. 48, ella.
De tan inmóviles sus miembros podría decirse que parece un tallo auténtico, un tanto difuminado, lo que se escapa de su mano hacia arriba y se expande a lo ancho y hacia abajo ya deshecho en el pintado, e intensificado así por las marcas de nicotina extendidas desde hace años, techo amarillo. Esa acción del humo conforma un árbol, que no sería un manzano. Un Platanus orientalis, enanísimo, quizá.
“Ahí sólo encontrarás poesía”.
La voz de Heinz, de acento marcado, ha sonado desde lejos, mitigada por las alzadas solapas marrón oscuro de su batín de raso por lo demás azul marino.
Su mujer trata de que mantenga sino el porte, al menos, y aunque sea para andar por casa, los vestigios del estilo prusiano un tanto rebelde, a la berlinesa moderna, con que la conquistó.
Su mujer no está en casa. Es a Marta a quien se ha dirigido. 21 años y pico más joven que su mujer y una alumna del centro de idiomas Hofmannsthal, además.
El matrimonio Heinz Gerhard Ledigow y Eva María Sánchez Rojo se yergue desde hace 17 años sobre un firmamento de inamovibles basas constituidas de confianza, rectitud y cariño, con sólo una grieta reciente compuesta de total falta de pasión achacada por Ledigow a la menopausia de su señora, no al paulatino e inexorable decaimiento de su propia libido para con su mujer.
Había conocido a su esposa cuando ella era una estudiante de posgrado, él estaba a punto de licenciarse en Estudios Hispánicos, en la Freie Universität de Berlín, cuya celebrada tesina en la Complutensis de Madrid, allá por el año '89, “Literatura reciente de compromiso en las islas británicas y sus consecuencias sobre el libre mercado audiovisual de allá” habían catapultado a Eva María hacia una beca completa, sin apoyos sospechosos, inaugurada ese año en ese centro alemán, y para la que había únicamente dos plazas para extranjeros. El posgrado en cuestión, impartido íntegramente en inglés, convertiría a Sánchez Rojo en doctora en Psicología Social, desviándose ligeramente, "cual hugonote" según ella, de su licenciatura original en Ciencias de la Comunicación.
Ya comprometidos, viajes, y un proyecto solidario, por la desmoronada Europa del Este y Sudamérica después, respectivamente, ella obtuvo plaza en una nueva cátedra creada prácticamente ex profeso para ella, tentáculos de la conservera Sánchez&Sánchez (papi, tito) mediante, en el Centro de Estudios Universitarios San Pedro, de Oviedo, por sí mismo con apenas tradición.
“Voy a cambiar el sistema desde dentro” era su mantra cuando al fin claudicó ante el redil familiar de rancio abolengo asturiano, por parte paterna, si bien con amplias ramificaciones sureñas. Su familia siempre supo que una vez casada, o al menos comprometida como estaba cuando surgió aquella oportunidad, la hija única, desde aquel trágico accidente de caza en que murió el primogénito de Pepe Sánchez Sánchez y María Dolores Rojo Matute, ella ahora también recientemente fallecida, Juan José, acabaría por dejar de lado su modus operandi tan poco práctico de trabajo de campo in situ, como la aventura en Ecuador, si bien en el consejo de adminstración de Sánchez&Sánchez se llegó a debatir, vista la productividad que causaban las subvenciones y donaciones particulares unido al proyecto sobre la imagen de marca, acerca de la posibilidad de no sólo mantener sino ampliar aquel proyecto de explicativo eslogan “Agua limpia. Adiós a muchas infecciones”.
La casa y manutención, eso sí, la mantendrían ella misma y su enseguida convertido en marido Heinz, este oportunamente colocado, previa baja voluntaria bien remunerada de su predecesora, como jefe del departamento de Biblioteca de su universidad privada. La directora saliente, por cierto, montó una pequeña librería de viejo en el centro de Gijón que se mantiene a duras penas a flote (Heinz va mucho por allí desde que se instalaron, al poco de estar casados, en esa ciudad costera, mucho más habitable que Oviedo).
“La literatura está al fondo.”
La falda roja de algodón y poliéster, hasta la rodilla, donde empiezan a descender unas calcetas verde y negras en horizontal, de innumerables pliegos, se eleva a la velocidad debida al gracioso giro que Marta da volviéndose hacia Heinz, Herr Professor.
El bamboleo de sus desnudos pechos que se asoman alternativamente a derecha e izquierda tras su espalda desnuda parece acompasar la popular melodía de un aria del Turandot que Marta silba perfectamente.
“Tienes mucho oído. Silbas bien. Sehr gut.”
Ni ahora Ledigow ha sido capaz de mover algo más que sus labios, amén de sus pestañas; sus pestañas que le recuerdan que no está en una ensoñación sino simplemente aletargado.
“Mi novio la está sampleando con drum&bass. Dice que va a hacer un disco y todo.”  
Che bambola, atravesó la mente de Heinz.
Dado que los compromisos, y cometidos, de su mujer siempre se extienden, y ascenso tras ascenso han ido ampliándose más y más, mucho más allá de los suyos en su centro de trabajo, Heinz acabó por buscarse un sitio en Gijón donde poder impartir alemán por las tardes de entre semana, tres días.
Por lo general, cuando su mujer no estaba de viaje, ya era directora adjunta hacía unos años, comían juntos siempre a las dos, a dos pasos de la universidad sita a principios de la Correduría en Oviedo. A las dos en punto siempre. Ella recalcaba, cómicamente, de vez en cuando, impersonando una imitación mitad acento bávaro mitad berlinés, puede incluso que haya algo de “hessisch”, aquello de: so preussich wia uns gibbet's ja net, wua Heini?
A poder ser comían platos típicos, casi siempre con prisas, por los compromisos de ella. A Heinz le encantaba la cocina asturiana, tan pesada y con tanto sabor que la hacía digna, a su paladar, de un “imperio”. No le extrañaba que esta tierra hubiera sido siempre tan difícil de conquistar y lo achacaba a la manera de comer de sus habitantes. Estaba convencido de ello y aunque lo dijera siempre en tono jocoso, en el fondo lo pensaba, al menos en lo que se refería a tiempos predecimonónicos, cuando, y lo podía argumentar cuando era requerida por alguien una explicación más exhaustiva, el desarrollo tecnológico desplazó casi por completo a los arrestos y arrojo como elementos decisivos en las guerras. “Sobre la obsolescencia de la infantería en los ejércitos contemporáneos de los estados modernos del primer mundo ” podría ser un tratado interesante de abordar, elucubraba en ocasiones, pero forzosamente a realizar bajo el andamiaje de un corpus teórico que no iba mucho con él. Se percataba de ello, tampoco es que fuera un ingenuo.
Tras la comida se despedía de su mujer, ella volvía al trabajo, y llegaba a Gijón en tren más allá de las tres y pico de los lunes a viernes lectivos, y con paso acelerado al bajar del tren caminaba hasta el principio de Cimadevilla, el barrio alto de Gijón donde habitaban, para llegar, casi siempre justo a tiempo, a ver Saber y Ganar, un concurso de preguntas y respuestas de Televisión Española “de nivel”, decía él, que nunca se perdía.
Se enfadaba muchísimo y hasta perdía la compostura, ahí, en el mismo sillón en que ahora se encontraba, en modo que no puede calificarse distinto a pétreo, sentado, cuando encendía el televisor, esto solía ocurrir en lunes, con las pantuflas rápidamente puestas nada más cruzar el umbral de casa, y, sorpresivamente para él ya que jamás leía la sección de deportes de los cuatro periódicos matutinos (uno de ellos alemán, el TZ berlinés, pero del día anterior hasta hace poco) que leía en su puesto de trabajo, iban perfilándose tanto las siluetas de unos ciclistas esforzados como las voces de unos locutores narrando empáticamente esos esfuerzos en el televisor.
No le gustaban nada los deportes y daba la razón a su esposa, inexplicablemente para él, una de las pocas personas que conocía de este país, fuera del ámbito universitario, aunque ella también formara parte de ese ámbito, que veía las cosas de la misma manera que él en ese aspecto. “Opio no, heroína en vena”, decía ella, y Heinz asentía cada vez que oía su propio lema en boca de la mujer con la que estaba casado.
“Soy el gato que está triste y azul con la mirada puesta en el hombro ausente del tiempo”, comenzó a leer Marta en su clara voz de cara a él con sus dos pechos redondeados y a la vez puntiagudos al aire mirándole fijamente.
”Pero, ¿no es poesía esto?”, inquirió ella.
“La prrossa poética la guardo con la naggatifa. Ya sabes, cuestiones formales.”
A veces, le parecía ocurrente, forzaba lo teutón de su voz. Seguía sin moverse. El humo continuaba ascendiendo.
Barruntaba que Marta no podría seguir sus razonamientos implícitos pero un profesor siempre ha de aparentar serlo y puede que, no lo tenía del todo claro aún, Marta formara parte de las personas que se impresionan ante personas cultivadas, y eso no le venía nada mal a Ledigow de cara a equilibrar las pasiones, ya que él estaba de un modo profundo impresionado por las formas de Marta desde el mismo instante que comenzó a formar parte de su reducido grupo de alumnos en la planta baja de la calle San Romualdo 87, bastante cerca de casa. A lo tonto eran siete cursos, siete años, ya. Más o menos el tiempo que tarda un iceberg en deshacerse flotando a la deriva, dependiendo de la temperatura del mar, claro.

Última actividad cultural del Encuentro Interestelar Blogger con Leo

Esta vez espero no tener que llegar a las mil palabras, que me salen muy caras.
Me encantó la actuación de Juan Mal-herido en el Encuentro Interestelar Blogger del que vengo hablando estos días y que se celebró el fin de semana pasado en Gijón (una ciudad, costera).
Es uno de mis bloggers preferidos. O el más, para qué mentir.
Conjuga óptimamente lo que Alvy Singer definió el día anterior como los dos pesos pesados temáticos circulantes en la blogosfera: el yo literario y la crítica (literaria, cultural, social, sexual, estomacal, etc.).
Y como tal heavyweight, claro, no tiene rival.
Él es como...no sé... pero imagínense a dos Mike Tyson en uno, pre-tiempos de Don King, imbatible aquél de por sí por entonces, y llegarán a mi misma conclusión, la de que no es inimbatible sino sencillamente imbatible dos veces, o algo así, supongo, si es que esto de ser blogger tiene que ver con pegar duro, que no se sabe.
Nunca le agradeceré lo suficiente a mi hermano carnal que me consiguiera una entrada gratis por la puerta lateral de la discoteca donde se celebró el concierto.
Lo que ocurrió allí fue genial. Habría unas doscientas o 250 personas allí.
Tampoco el poder de convocatoria de Mal-herido es superable por otro blogger.
Apareció disfrazado de Tote King con una sonrisa de oreja a oreja en medio del escenario y comenzó con esto: Luego siguió una oda justificada al consumismo:

Y tras hora y media tuvo que volver a casa,


a casa (2),
a casa (3),
a casa (4),
a casa (5),
a casa (6),
y
a casa (7).
Dispérsense, aquí no hay nada que ver que no se sepa, y no es que estén molestando:

La act. cult. def. del Encuentro Interestelar Blogger con Leo (2ª parte)


Antes de que la cena propiamente dicha se sirviera se dio cuenta en el espacio más o menos blanco habilitado como comedor de unos aperitivos que no eran gran cosa, la verdad (tiras de zanahoria, patatas fritas de bolsa, o chips, y poco más). Había, por suerte, gracias a LAB, cerveza en botellines, gratis por supuesto, de la que al principio, en la primera tanda, al menos a mí me dio un poco de corte servirme.
Luego ya se me quitó la tontería.
Entre primer y segundo plato de plástico, con la utilización de sus correspondientes cubiertos de plástico (por favor LAB, que somos bloggers, no animales) reaparecieron en escena Fdez&Fdez.
A mi izquierda sentado en una silla de plástico plegable desplegada, como casi todos los demás, no podía ser de otra manera, estaba otro infiltrado mindundi como yo pero que también tenía blog según me confesó, o sea que no sería tan poca cosa como yo puesto que yo no tengo un blog sino una venganza.
A mi derecha el poeta David González (lo conocen, ¿no?) y enfrente, entre otras chicas, Laura Rosal, que nos hizo esta foto
 y también esta otra, sólo que con la cámara de David (la que se tapa la cara, posiblemente avergonzada por, o de, nosotros, es Luna Miguel).
Al de mi derecha viendo que habían vuelto Fdez&Fdez, o Fdez&Fdez, le comenté que iba a ver si me podía firmar Afterpop (ese libro) Eloy Fdez Porta a lo que me contestó David G. que a mí qué me cuentas y se metió un chute de insulina.
Fui hasta donde estaban los eletrodomésticos, y Fdez&Fdez, junto a la puerta de entrada del comedor, que mantenían a temperatura ideal las viandas a servir por la señora Abitita (atención, publicidad: Abitita. Cocina tradicional para TELEHIJOS. ¿Echas de menos la comida de tu madre? Teléfono: 610 38 39 39. abititatelemadre@gmail.com).
Me dirigí a Eloy, que llevaba una camisa Rykiel de corte y caqui militar mu' chula.
“Perdona, Eloy, ¿me firmas Afterpop, por favor?!
“Claro. ¿Cómo te llamas?”
“Hmm, Leo. Pero es un seudónimo. Dedícaselo a Leo.” Estaba un poco nervioso, o un poco borracho, no sé.
“Me gustó mucho Nocilla Lab”, esta afirmación fue para el otro Fernández de la que Eloy se afanaba en la dedicatoria para Leo a realizar con mi Parker (el amarillo).
“Muchas gracias.” Es mogollón de agradable Agustín, no sé si lo saben. Desde luego que mucho más agradable que yo porque no se me ocurrió otra cosa que proseguir el diálogo con él más que espetándole lo siguiente:
“Los dos anteriores, Dream y Experience, no tanto.”
“Son escrituras muy diferentes.” Él, supermajo, en serio.
“Pero Lab sí me gustó, y mucho, y me pareció muy bueno”, traté de arreglarlo para de nuevo cagarla:
“Una cosa que sí que querría saber.”
“Dime.” Creo que no estoy siendo muy hábil en esto de transmitir mis impresiones, lo sé, pero de verdad que juro que es un tipo de lo más agradable, no como yo, ya dije, y dije:
“¿De verdad que escribiste los tres del tirón?”
“Sí.”
El otro Fdez mientras tanto había terminado con lo mío (“Gracias.” “De nada, hombre.”). Otro tío grande. Me dibujó unos corazoncitos e hizo una grasia andalusa y todo:
No recuerdo si nos dijimos algo más pero sí que Agus (casi lo considero mi colega ya) me preguntó, con sumo interés:
“Tú eras Teo, ¿verdad?” Más majo.
“Leo”, pausa, “Leo.”
Y así terminó mi segundo contacto con ellos pero me quedé por ahí porque tenía ganas ya de hincarle el diente a la carne con setas a la jardinera, lo cual se demoró aún un poco porque por lo que se veía había algún problema con esa especie de fogones de Abitita. Problemas que acabó por solucionar un chico con camiseta roja y barba negra que me sonaba de algo.
De vuelta a la gran mesa rectangular modular, haciendo una paradita para ver el partido de fútbol 1X1 que estaban echando al fondo del salón-cocina los a su vez muy majos Fruela Fernández y Camilo de Ory, u otros blogueros, le dije a David refiriéndome a los Fdez:
“Son muy majos los dos.”
“Sí.” Más majo él también.
Y acabó la cena, tras unos cigarrillos, que yo por mi parte había finiquitado con el arroz con leche caliente que me gustó muy poco como ya saben pero del que no dejé ni un granito.
Antes de abandonar la mensa me quedaba un asunto pendiente. 
El asunto iba con Luna, Luna Miguel, quien unos minutos antes se las había visto a mis espaldas, justo a mis espaldas en las que yo tengo antenas, con la chica de LAB, Lucía, que la interrogó acerca de ciertos intrusos en todo este asunto blogueril, capeando Luna, por lo que se vio, el temporal Lucy (esto va por Becky, chavalines/-nas).
Pero mi cuestión con Luna era otra. Así que antes de irme de allí para presenciar junto a los demás invitados el espectáculo Fdez&Fdez que estaba a punto de comenzar me dirigí decidido a decirle lo que tenía, necesitaba, y era mi deber para con mi bienestar mental, que decirle a Luna.
Ella estaba de espaldas, charlando con más gente, su novio andaba por ahí, y ni corto ni perezoso osé interrumpirla.
Toqué su hombro, o algún otro punto neutral de su deseable anatomía, y de la que se giró y me clavó sus intensos ojos verdes, o no tan verdes, eso da igual, le dije, sin cortarme un pelo:
“Soy Leo del Mar. Gracias por la cena.” Ahí quedó eso. Con dos besos.
Cualquier día de estos envío a Gaviero un par o tres libros de poemas que como sean tan majos como Luna seguro que me publican.
El show de F&F me agradó, como ellos mismos, bastante, a pesar de las indeseadas y (e) imprevistas interferencias informáticas. Sin duda LAB, o algún chill-out similar, es un buen marco para el espectáculo que ofrecen aunque seguro que no es para todos los gustos, especialmente gustos poéticos. Tuve que felicitarles por el show y advertirles de que oirían hablar de mí. Creo que dije esto porque bullía un poso envidioso en mi fondo.
De Mal-herido, a priori mi mayor aliciente bloguero allí, ni rastro. Alberto Olmos vio a Fdez&Fdez sentado a mi lado, un poco atrasado a la derecha, eso sí.
Me comenta mi procesador de textos que he vuelto a pasar de las mil palabras o sea que ya mañana, o pasado, cuento el segundo día del Encuentro Interestelar Blogger de Gijón en el que me las podría ver, al fin, con Juan Mal-herido.
I am, intrinsically, gilipollas. Lo sé.
(Bass) How low can you go?:

La actividad cult. definitiva del Encuentro Interestelar Blogger con Leo


Llegué al encuentro interestelar blogger un poco pasado. Pasado en cuanto al horario, me refiero.
Ya habían comenzado las presentaciones de los bloggers participantes.
Hablaba Camilo de Ory, que hacía reír, cuando me acomodé en uno de los incómodos sofás dispuestos en la blanca sala designada para las mismas del Centro de Arte y Creación Industrial de Cabueñes, Gijón, esa ciudad de la que Kiko Amat dice que es una de las mejores ciudades del universo. Allá él.
Para saber dónde se encontraba la dichosa sala, puesto que estaba un poco perdido al entrar, tuvo que preguntarme una guardia de seguridad si iba yo a lo de los globbers. Globbers dijo la señora, sí.
Las presentaciones, bien, paraditas pero bien. Salvo la última, del primer tramo, la de Superwoman (no encuentro enlace, no sé por qué, sorry), que se extendió demasiado a mi parecer. Interesante me pareció la de Alvy Singer, que intentó, en una analogía afortunada hasta donde pueden serlo, comparar las vicisitudes de edición de los diarios de John Cheever con los inicios de la blogosfera.
Pero como aquello de las presentaciones, en general, iba un poco sin chicha y uno de los organizadores (camiseta roja y barba) al anunciar el descanso reveló que Juan Mal-herido no iba a presentar su personalidad tampoco en el segundo tramo de la puesta en escena del primer día, viernes, en que nos encontrábamos, decidí llamar por teléfono, de la que echaba fuera del recinto un cigarrillo natural liado, a un poeta de mi barrio, por si le apetecía subir a Cabueñes, y de paso recoger un libro que se me había olvidado.
El poeta era David González (aquí en su nuevo blog narra a su manera el Encuentro Interestelar Blogger) y le apetecía subir más que nada por ver el espectáculo de Spoken Word de Eloy Fernández Porta, de quien era el libro que me había olvidado y el cual en extraño detrimento había sido sustituido por Matadero 5 de Vonnegut en un bolsillo de mi chaqueta de nobuk con forro de piel de borreguillo marca Quiksilver, junto a Agustín Fernández Mallo.
Eso sí, tenía que ir en coche a por ellos. Y eso hice.
Agarré mi Honda HR-V 4x2 Full Equip, año 2004, de un rojo fuego metalizado, con cinco puertas, de 105 caballos, con la correa de transmisión recién cambiada, unos 130.000 kilómetros recorridos, radio-cd-mp3 de reserva y un par de rayones a la altura de la puerta trasera derecha (se vende, razón: leodelmar@gmail.com, también pueden interesarse por la chaqueta, está guapa, y abriga) (y ahora mismo suena esto. Se recomienda abrir pestaña nueva y regresar a la lectura sólo si apetece) y fui a Cimavilla y volví a Cabueñes, ya con poeta incluido, y libro (Afterpop, Berenice, 2ª edición).
Llegamos a LABoral, yo por segunda vez, y dado que David conocía a Eloy y no sé bien si también a Agustín, nos sentamos junto a ellas (perdón por lo de ellas, es una errata sin ninguna mala intención que simplemente no he corregido) en otro de esos sofás raros a los que había que habilitar, como había instruido previamenta el chaval aquel de barba y camiseta roja, pasando el elástico que unía los extremos de los respaldos de cada sofá por debajo de la parte acolchada bajo nuestras posaderas. Todo era, a todas luces, un mobiliario de ascendencia soviética en lo funcional, pero en plan molón.
Resultó que nos habíamos perdido la presentación, exposición o lo que fuera que había hecho I. Berlin, quizá por entretenernos en exceso pidiendo unas cervezas en la barra de la antesala a la sala en cuestión, antesala que luego sería sala, y donde actuarían Fdez & Fdez posteriormente. Puede también que el tiempo que me faltó para ver y oír a Ibrahim B., como hubiera sido mi deseo, se nos fuera ya antes, cuando tomamos una cerveza en Cimavilla de la que recogía a David y a Afterpop. En todo caso el tiempo no se nos fue por culpa de Sofía Castañón (blogger de Gijón invitada) que en la antesala de antes, y sala de después, dubitativa, y ciertamente sorprendida, vino, tras separarse quizá por primera vez en toda la tarde de Alberto Olmos (otro invitado) a saludar y a charrar un rato con David G.
Ya dentro otra vez, estaban Nacho Vigalondo, quien ya en una anterior visita a Gijón había hecho bien el payasete, & Crew (Ignaco Escolar también estaba por ahí) dando la nota de nuevo como ya habían hecho durante las primeras presentaciones que presencié, valga la redundancia, para ellos. Hay que decir que el alboroto estaba justificado viendo algunos de los dibujos que mostraba el de Fauna Mongola.
Y así dio fin esa parte del primer día del Encuentro Interestelar Blogger, como bien hizo saber a todos los presentes el chico de marras ese, el de camiseta y barba roja, o al revés.
Los presentes, no creo que huelgue decirlo, quitando a los invitados y contándonos a David y a mí, no superaban el número de diez ni de coña en aquellos momentos.
El chico del T-shirt rojo y barba negra, venga, vale, lo voy a decir, que se llamaba Iván, al parecer (Tobalina, creo, un beso), de la que dio por finalizada esa parte del encuentro también indicó a los bloggers invitados (“id hacia la luz”, un puntazo) dónde se serviría la cena.
Camilo, quien conocía a David, se tomó la libertad de invitarnos al poeta y a mí, Fdez&Fdez habían desparecido, a cenar con los blogueros con tal mala suerte que de la que nos adentrábamos en el pasillo con mucha luz [de ahí el puntazo de antes del chico de barba rojinegra y camiseta indefinida, Iván (foto de Luna Miguel, comisaria de todo el asunto)] fue interceptado, él, de Ory, por una de las encargadas de LABoral (Lucía se llama, creo también aquí) por no sé qué cuestiones y a los dos pasos que seguimos dando David, poeta, y yo hacia el apropiado espacio de retiro, meditación y reponedor de fuerzas destinado a las estrellas blogueras fuimos interceptados a su vez por otra persona que no era otra que el tal Iván.
Que si esto es sólo para bloggers invitados, que no se puede pasar a cenar así como así, que no sé cuántos le dijo a David González. A mí no me dijo nada pues está claro que no soy nadie. Pero las explicaciones que iba dando no debían convencer mucho siquiera a Iván (el de la camiseta roja y barba negra, ya saben), de modo que un poeta, y blogger, y un blogger, no poeta con jeta (por aquí hay una fotografía de ambos hecha por Laura Rosal, muy maja ella), acabaron cenando junto a lo más estelar de la blogosfera.
El menú consistió sobre el papel de, leo: Dip de aguacate y gambas con crudités y tostadas, de primero, y carne con setas a la jardinera con suflé de patata roja y patatas chip de segundo. Arroz con leche como postre. El arroz con leche se sirvió caliente, lo cual no me gustó nada.
Van más de mil palabras dice mi procesador de textos, y creo que mejor será que lo deje por hoy. Y lo voy a dejar con el vídeo de la canción que antes he recomendado, que sé que ustedes no han tenido las ganas de escuchar, y que termina con un: “And you don't know me yet”.

The day the bloggaz took over (esto no es un panel de anuncios)

Hoy: Actividades culturales blogueras X con Leo

Creía que llegaba tarde al encuentro interestelar blogger y así era.
Lo primero que vi cuando entré en la gran nave sobre uno de los escenarios fue un tío semidesnudo, que, luego me enteraría, no era un blogger más sino un "simple" voluntario, tumbado con un consolador en la boca penetrando así a una bloguera totalmente desnuda, salvo por unos taconazos, sentada a horcajadas sobre el tipo. La música dance atronaba sobre los murmullos de admiración del público que no obstante se filtraban por entre los intersticios sincopados del ritmo repetitivo. Le daba caña la bloguera al miembro artificial que de hoax tenía poco.
Cambiaba de ritmo narrativo con una facilidad pasmosa, y el estilo de la susodicha, si bien no era algo que no hubiera vista antes, manifestaba el savoir-faire literario de la misma.
No carecíó tampoco de lirismo la actuación de la estrella blogger y así quedó patente una vez despedido el voluntario, cuando la artista (no cabe otra denominación) en vista de su ya muy jalonada por el respetable, y fotografiada y grabada, performance inició un ritual solipsista, y en consecuencia onanista, que terminó, a la vez que con su actuación, en una explosión de líquidos vaginales que salpicaron a los más cercanos al escenario dejando a estos últimos embadurnados del más divino néctar y muy cerca de lo que los letraheridos desde épocas inmemoriales vienen llamando parnaso.
Gracias a mi habilidad innata me había logrado colocar entre las primeras líneas de los blogueros aficionados y unas pocas de esas celestiales gotas acabaron por extenderse sobre mi rostro, obligando con ello también a mi, predispuesto, criticismo a admitir que aquello simplemente era la gloria de la literatura, obviamente.
Sin apenas tiempo de expresarle a la autora nuestro entusiasmo (yo ya era uno más de los entregados asistentes) al terminar su exhibición, por los altavoces fue requerida la presencia del público para la siguiente demostración de habilidades escriturales en otra localización del pabellón.
El propósito de esta actuación era la traslación a las letras hispanas, virtuales o no, de lo que en EE UU goza de gran reputación, especialmente en los circuitos poéticos, y que es conocido allí como Fucked Word (palabra hablada, o jodida).
Para los duchos en este género, como yo, se presupone que estas actuaciones ya alcanzaron su cénit en la época hippie del siglo pasado pero no...
Lo que se vio sobre el decorado preparado al efecto rebasó todo lo alcanzado hasta ese punto histórico (así será recordado a partir de esa noche gijonesa por los memorialistas literarios, sin duda). La bloguera y el bloguero en cuestión sobrepasaron los límites literatos, y sería injusto tratar de describir aquello que sucedió con mis simples palabras. Aquello fue amor.
El amor se exhibió en mil posturas, bajo prismas de penetración en la gloria inauditos y con una dedicación y profesionalidad solo al alcance de los seres superiores, entre los que, sin objeción posible, se encuentran no solo estos blogueros, sino, en general, el resto de los bloggers participantes, puesto que también los demás espectáculos que presencié aquella noche del fin de semana pasado en LABoral Centro de Arte y Creación Industrial no bajó ninguno de ellos del olimpo en el que siempre deberíamos hallar toda expresión de la literatura.
Mención especial cabría hacer del stand de la editorial Cumlouder en el que se animó a los presentes a participar en sesiones de escritura orgánica, y con mucho éxito.
En especial lanzo aquí un recordatorio a una chica del público que dejó anonadados a todos los presentes, incluyendo a los representantes de la editorial cuando, ni corta ni perezosa, procedió a ejecutar una oratoria inapelable sobre uno de ellos (nuevamente el amor, siempre el amor, claro que sí, fue protagonista) y concluyendo su viva demostración artística con la inserción en su orificio madre del micrófono de la editorial, ejemplificando con ello que si se pone todo el abecedario en el ordenador incluso quienes no creemos en nuestras excelencias literarias podemos, al menos, llegar a rozar el cielo literario, que es, en resumidas cuentas, de lo que se compone la vida.
No creo que la feria erótica que se celebra en Gijón el próximo fin de semana me vaya a satisfacer tanto como este encuentro interestelar bloguero, pero, por si acaso, también allí realizaré una actividad cultural.
Feliz y amorosa semana a todos.
Up the bloggers!

Hoy: Actividades culturales más bien pulp antes que sci-fi con Leo. Encuentro interestelar de Bloggers

Salí silbando, así: fififi-fifi. Pero no silbo muy bien por lo que comencé a tararear: la-lara-lala.
En fin, estaba contento pues me dirigía al encuentro interestelar bloguero del universo universal en Cabueñes, Gijón, esa ciudad, a las afueras de esa ciudad, más bien no, mejor.
Como creía que el seguro cúbico de mi nave había caducado y no me apetecía utilizar algún transporte público de los que disponemos, como un 3Conchas, decidí teletransportarme hasta Cabueñes.
Una vez rehecho allí inhalé el verdor de los montes, colindantes pero a lo lejos, que preñaba el no demasiado puro aire frío que se filtró hasta mis pulmones llenando esos elementos renegridos en mate de mis nuevos órganos (me había agenciado una naturaleza fumadora por saber qué era eso, más que nada), con el vigor que da encontrarse, más bien menos que más, en plena naturaleza, que es una cosa que yo desconocía absolutamente.
Pasé un poco de miedo nada más aparecer allí en medio de un prado, precisamente por estar en medio de la hierba, antes de reanudar mi respiración, lo de la respiración (inspiración-espiración) viene porque viajo con una máquina un tanto obsoleta, de los primeros modelos, ya se pueden imaginar, pero el susto se me quitó enseguida cuando vi que estaba a tiro de piedra de la majestuosa construcción nacional-catolicista de hace siglos de la Universidad Laboral y que conocía por fotos antiguas tresdigitalizadas. El péndulo Kriek de orientación magnetoscópica, gracias a Dios (lo de Dios igual no lo saben ustedes pero es que ahora se vuelve a creer en él, en serio, eso sí, tuvo que venir en persona desde la molécula primaria a decírnoslo), no falló como la última vez. Vez que no quiero recordar puesto que tiene que ver con un tarro de mermelada, una niña, un perro, Ricky Martin.... ¿recuerdan? Yo tuve la culpa, sí. No importa, es agua pasada.
A otro tiro de piedra se suponía, y bien, que estaba LABoral Centro de Arte y Creación Industrial, mi destino.
A dos pasos del prau, como sé que se dice por aquí, hallé asfalto y sacudí con fuerza contra el firme mis katiuskas de un amarillo retro, casi decimonónico diría, y distintos dibujitos circuloides, desprendiendo así el barro de la tierra empapada que pisaba unos instantes antes y para a su vez también deshacerme de los restos del tiempo que me pisaba los talones durante el picosegundo que duró mi viaje de hacía un ratito.
Llego a la entrada y me piden el carnet. Sabiendo que esto me iba a pasar, ya que me lo había advertido mi efectivo regenerador particular, me bajo los pantalones y muestro, con poco disimulado desdén, mi nalga izquierda, y con ella, claro, mi código de barras de carbono optimizado (numeración: 22-32-357-500), recibiendo, sorpresivamente, un importante puntapié en mi ya mismísimo culo de humano pretérito.
Pasé de explicarle nada al tipo de verde y me hice invisible primero e inmaterial después para poder entrar sin problemas donde pretendía (entrar).
Floté un poco por allí, traspasando paredes y demás, invisible todavía para no llamar la atención de esta especie de ancestros míos, es decir, seres como ustedes, hasta que me tocara hacerlo (llamar la atención). Se ve que mis unos y ceros no se habían restablecido del todo del tránsito desde donde fuera que vengo yo, pues sin querer, de repente, cuando el evento estaba presto a ser inaugurado, por lo que me pareció, sufrí una bajada de corchos cayendo con tan, buena, he de decir, fortuna, dentro del cuerpo de una señora mayor que estaba de pie sobre unos tablones formadores de algo así como una tarima flotante, denominación que me da un poco de risa, eructando a un micrófono y poniendo cara rara. Lo de la cara rara me vino bien por eso de la transcorporización cuyo mecanismo activé nada más percatarme de hacia donde me dirigía mi caída.
“Seres y seras,” comencé, con la voz y todos los torpes gestos de la ya totalmente mimetizada en mí señora, “aquí falta alguien”.
Murmullos, chiflidos, algún pedo y ruidos varios cruzaron el eco de mis palabras. Los pedos venían de detrás de mí, y también el resto de los sonidos, de parte de los que identifiqué enseguida como bloggers invitados. Aparte de que no podían venir de nadie más pues no había nadie más que un par de bedeles, que vete tú a saber lo que se supone que hacen, rascándose sus partes en las esquinas de la sala, equilátera o no. Bueno, sí que había alguien más. Un tipo friolero que se calentaba con una gorra y orejeras la cabeza, y con un plumífero el torso, y toqueteaba algo en un tipo de mesa. Vamos, lo que ustedes creo que llaman DJ o encargado de poner música, pero música no había, al menos no lo que yo ni nadie de donde sea llamaría música. Da igual.
Me di la vuelta dispuesto a hacer justica al fin a una voz única e imperecedera, como hemos captado al fin en el futuro tiempo y espacio, y que es la de: Leo del Mar.
Miré a la vez a los ojos de todos, pero de todos los bloggers invitados y los...

Desperté. Y al momento de adquirir conciencia de dónde estaba caí en la cuenta de que aún queda una semana para el encuentro interestelar bloguero para el cual no estoy invitado, ¡cagüenmimantu!

Simón, te doy esquina 2 de noviembre. A mero mero dale tú chon chon