7. La última noche en el parque

Cuando volvió a alzar la vista, a Juan le pareció que habían pasado horas, quizá, un par de días, pero nada. No había recibido ningún aviso en su móvil, y seguía de pie preguntándose qué carajo había pasado.
Una vez más su necesidad dirige la mirada al teléfono. Una suerte de presentimiento estremece su ser cuando oye el politono de Kill Bill en su móvil. ¡Cómo le gustó aquella película!
Las dos, y eso que Tarantino le parecía un aprovechado listillo de la peor calaña, que había triunfado irremisiblemente por la apatía de los grandes directores durante los noventa, no por talento propio. Pero Kill Bill era de lo mejorcito que había visto en los últimos años.
Permitió al silbido que llegara hasta las notas más agudas, ésas que perturbaban a cualquiera que las oyera, no podía remediarlo, a pesar de los avatares de esta noche, era superior a él. Y de repente cesó de sonar.
Se maldijo a si mismo antes de destapar el teléfono.
El teléfono reflejaba un número desconocido, aunque pudiera ser que lo conociera, puesto que recientemente le habían robado el móvil, y aún no había recuperado toda su agenda de contactos, aparte de que su memoria era la de un ajolote desde hacía años ya, cuando la memoria de los teléfonos sustituyó a la de las personas, al menos en lo que a números de teléfono se refería.
Era el número de un fijo que le sonaba de todas maneras, pero no logró saber cuál hasta el instante en que leyó el sms proviniente de Elena, unos treinta segundos después de apagarse la inconfundible sintonía.
El número que le había llamado antes era el de su suegra, estaba claro ahora, y es que su novia le decía lo siguiente en el mensaje: "m ido de casa ya n soy feliz contigo y m mresco ser feliz".

El relato invisible

Estoy escribiendo esto con los dedos de mis dos manos.
No es muy difícil.
Ahora se complica un poco, porque sólo lo hago con los dedos de una mano.
Pero voy a rizar el rizo.
A partir de ahora

Posible definición de amistad

Un amigo es alguien que te pide dinero prestado para invitarte a una copa.

6.La última noche en el parque

Su estúpido perro, postrado en la hierba, y él de pie, ante los jóvenes salvajes.
De algún modo pues, tuvo que ocurrir lo que ocurrió, aunque él ahora mismo no tenía muy claro lo que realmente había pasado, y ahora no hacía otra cosa que mirar su móvil constantemente.
Juan es bastante freak en el sentido moderno de la palabra. Todo lo que tenga que ver con tecnología punta de uso doméstico ha de ser suyo y cuando hace poco tiempo al fin tuvo la opción de disponer de correo electrónico en su móvil no se lo pensó dos veces.
Y ahora, preocupado por ni siquiera recordar bien lo sucedido hace sólo unos pocos minutos, mira la pantalla del teléfono móvil absorto, y como esperando alguna revelación, o para ser exactos, parece como si esperara las indicaciones de alguien, y que esas indicaciones le llegaran a través de un sms o incluso un e-mail.

A mis lloricas tristes (1ª estrofa)

Ay, que te duele el alma,
ay, que no queda almax.
Sufres tanto al máximo
que lloras cante por dentro.

La vía lacrimal
orina donde tu genital.
Una vida, tanto mal.
Ah, tu alma abismal.

No hay palabras ni versos
que sacien tus cuentos.
Ni ópera o, (en español) roca
que sangre en tu copa.

A la joven bella vuelves vieja;
no abarca tu única grandeza.
Y la siguiente huida acaba:
otra más se vuelve fea.

Nada es bueno solo el frío,
por las esquinas de tu barrio,
que no es el mío,
triste llorica, falso y desagradecío.

Extra, extra. De viaje (...siempre juntos tú y yo, y estar siempre juntos tú y yooooooo...)

Voy en un autobús mientras escribo esto.
Es decir ahora mismo circulo a unos cien kilómetros por hora, aunque la velocidad de mi conexión es de casi un gigabyte, lo cual debe ser bastante más rápido que lo primero aunque no me pregunten sobre qué científica base me apoyo para estimar esto. Es un suponer solo.
Generalmente suele suponer bastante esto de suponer.
Sin embargo sé seguro que este viaje es mejor (sí así, mejor, ya está) que el primer trans-ibérico que realicé por mi cuenta, con esta misma compañía por cierto, allá en el noventa.
Aquél no tenía ni váter e iba más petado que unas alcantarillas que ví una vez en Valencia (en las alcantarillas sólo había cucarachas, no vayan a pensar).
Quince horas en la Ruta de la Plata, tocándole una teta de estrangis a mi vecinorra de entonces, que seguro sólo se hacía la dormida por miedo, gusto o vete tú a saber, y que ahora no sería capaz de realizarme un empalme aunque se lo montara con tres gorilas ante mis propios ojos, no por nada, si no porque lo supongo yo (¡lo ven!).
Me acaban de servir un bocata de chorizo y una cervecita, he léido el 'AS' y 'La Razón' (cosas de los autobuses, y no voy a hacer el chiste fácil, que les veo venir, como decir que me llevó más tiempo leer el primero que el segundo, ¿vale? ), además de agenciarme un ejemplar de 'Las Naciones' que pienso fangar como está escrito, escucho "En el jardín de la duermevela" en mis auriculares (por tercera vez) y escribo en mi blog a un gigabyte y cien kilómetros por hora, en un asiento individual, dejando atrás Albacete camino del centro de mi universo, en el cual a todo esto nunca he estado más que para ver un par de partidos de la antaña Copa de Europa. [¿Hay vida fuera de Madrid? (quien dice Madrid dice BCN, peculiaridades lingüisticas al margen)]
En algo hemos mejorado, o al menos yo, creo, aunque no sé en qué realmente.

En resumen, concluímos: el progreso del hombre es el del mundo, y es inevitable desde nuestra perspectiva, porque ésta es nuestra.

Aquí suena ya "Gang-bang", después vendrá "Stanislasky" y casi acaba con "Historia de un perdedor", aunque antes a mi gemelo Ezequiel lo suicidarán.
Parece ser que (va a llover cuando pase el Pajares, seguro) este es mi disco preferido de Nacho Vegas.


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ALSA-Grupo Enatcar,
Limbo Starr
y
mi bolsillo & insomnio

Conversaciones con A (para V)

-¿Cómo estás bicho? ¿Echabas de menos a tu tío?

-Sí. Quiero ser escritor.

-¿Y eso?

-Mamá me ha dicho que tú lo eres.

-Para ser escritor hace falta algo más que tu madre lo diga.

-Pues...para ser como tú.

-Mira. ¿Lo ves? Éste fue escritor.

-Es muy viejo y muy feo.

-Ya no. Está muerto y lo llamaban Jank.

-El perro del vecino se llama así. Mamá dice que está loco.

-De éste también decían que estaba loco. A veces ladraba.

-¿Tú ladras?

-A veces, ¿tú?

-No, no ladro. Soy un niño.

-Ya veo, ya. ¿Ya no quieres ser futbolista?

-Sí también, pero después, ahora no. Mamá dice que los escritores son muy listos, pero que nunca están contentos. Yo a veces tampoco estoy contento. Cuando me pongo el jersey que pica no estoy contento, pero no le digo nada a mamá.

-Pues los escritores sí se lo dicen a sus mamás. No aguantan nada que no les gusta.

-Pero si se lo digo a mamá a lo mejor se enfada o se pone triste, porque es un jersey muy bueno y me lo compró para Reyes. Y el traje del Sporting también. Es mejor no decir esas cosas. ¿Por qué dicen esas cosas los escritores?

-Es porque creen que es mejor decir las cosas, y creen que así ayudan a sus mamás o a quien sea que se lo digan.

-Entonces los escritores siempre dicen la verdad.

-Bueno, no siempre. Muchas veces mienten para contar después una verdad más importante para ellos que las pequeñas mentiras.

-Ya entiendo. Como cuando le digo a Raúl...

-¿Quién es Raúl?

-¿No te acuerdas? ¡Si estuvimos jugando al fútbol cuando viniste la otra vez, hombre! Ese que llevaba la camiseta del Madrid.

-Ah, vale, vale.

-Pues a Raúl le digo a veces que le voy a pegar porque me hace de rabiar en el patio, pero se lo digo porque no me gusta que me haga enfadar. Una vez me empujó aposta y me caí y me hice daño en el culo. Y se fue corriendo porque sabía que lo iba a pegar.

-Sí, sí. Eso es lo que hacen los escritores, se defienden de los que los hacen de rabiar.

-¿Aunque sean sus amigos o sus mamás?

-A veces.

-Vaya, vaya.

-¿Que pasa?

-Pues no sé si yo quiero hacer eso a mamá. Mamá me quiere mucho y yo también. ¿Tú haces enfadar a la abuela cuando no te gusta lo que te regala?

-Ahora que lo dices...pues no, claro que no.

-Si fueras escritor se lo dirías, ¿no?

-Ya te he dicho antes que no soy escritor.

-Pero no te enfades, tío, que ahora te pareces a ese del libro.

-Es mejor que seas futbolista, ¿sabes? A ellos el entrenador no los pone si se entrenan mal.

5. La última noche en el parque

No estaba a gusto con Elena.
Jamás se hubiera imaginado acabar hasta las pelotas de esa chica que tanto tiempo le llevó conquistar. Ésa que tenía que caminar con el mayor de los cuidados cuando se bajaba de la tarima de la discoteca donde bailaba cuando la conoció, para tratar de no resbalarse en los rastros de baba que se acumulaban a sus pies como decía él, en los buenos y, decididamente, lejanos tiempos, cuando la pasión entre ellos se desbordaba noche tras noche.
Tampoco con su trabajo de jardinero estaba contento, jardinero industrial se llamaba muchas veces a si mismo, puesto que ni siquiera era un jardinero de verdad, sólo trabajaba para una subcontrata del ayuntamiento en la que cuidaba de los jardines de la capital de su región de manera nada artesana, que es como él consideraba era el modo ideal en que habría que proceder siempre en este oficio.
Ni con su coche o piso, pendientes ambos de ser pagados, y si se ponía a pensar tampoco estaba a gusto con su propio ser, pero bueno, durante la mayor parte del tiempo lo tenía asumido como inherente a la existencia del actual ser humano. Era generalmente de la opinión que en realidad casi nadie se encontraba conforme consigo mismo o su vida, si exceptuaba a los futbolistas o actores de éxito, a los cuales tenía en alta estima por poder dedicarse, y ser ampliamente remunerado por ello en metálico y en especie del género femenino, a aquello que más les gustaba en la vida. No concebía la realización personal a través del trabajo, del amor, hijos, posesiones, solidaridades o asuntos parecidos. Eso para Juan eran comecocos que mantenían a la gente distraída, mansa y complacida. Aunque cuando escarbaba, cosa que por alguna limitación de su entendimiento no le agradaba en absoluto y aún así le resultaba imposible de evitar, un poco más en su análisis de la situación, incluso vislumbraba lejana pero visible, la conclusión de que ni aquéllos, futbolistas, actores y demás farándula, sus héroes, debían estar contentos del todo a pesar de sus hembras, lujos y demás privilegios, según él.

4. La última noche en el parque

En ese momento se dio cuenta de que en realidad él ni siquiera soportaba a su perro, puesto que no sintió absolutamente ninguna pena por el animal cuando fue golpeado. Es más, casi sintió alegría.
Lo había adquirido de su amigo Antonio no por otra cosa que, según pasó el tiempo se fue dando más y más cuenta, tener un pretexto por el cual poder salir larga y distendidamente a pasear por las noches y fumarse un porrito en el ínterin. Luego descubrió este parque a unas ocho manzanas y dos descampados de su casa donde el perro lo dejaba en paz durante un buen rato dejando de ser una carga necesaria que llevar encima para proporcionarle esos momentos para sí mismo que tanto necesitaba, y así Juan podía meditar reposadamente, en casa no podía ni por asomo, acerca de su vida. Más bien, meditaba acerca de todo menos de su vida, en un estado digamos feliz, aunque, a pesar de la agradable sensación que provocaban en él los efectos propios del buenísimo chocolate que solía consumir y sus consecuentes pensamientos evasivos sin el lastre del perro, acababa habitualmente por deprimirse un poco hacia el final. No podía evitarlo.

Trastornos mentales y de comportamiento debidos al abuso de cocaína

Un pie.
Otro.
Ella se arrastra hacia el baño. Él sigue dormido. Se durmió mientras lo hacían.
Ha llegado hasta el lavabo. Se enjabona la cara.
Un vistazo al espejo que refleja lo obvio: "esto no puede seguir así", rumia a sus adentros.
Alcanza el sofá. Se enciende el penúltimo cigarrillo.
Sobre la mesa del salón dos ceniceros colmados, dos vasos de tubo vacíos y el mando del televisor. También hay una bolsita blanca abierta.
Aún queda un poco.
Lo suficiente.
Él se ha despertado.
"¿No queda?"
Montan en el coche. Conducen veinte minutos. No se dicen nada.
"No nos fía más". Sobran palabras entre ellos.
Ahora entra ella. Sale tras media hora.
Vuelven.
Él habla.
Ella no dice nada.

3. La última noche en el parque

Juan, un tipo recio y joven aún, aunque ni mucho menos de la misma quinta que los jóvenes delincuentes, mantuvo la calma y serenidad a pesar de vérselo venir encima, ayudado por la relajación en que le había sumido el THC. Y bueno, los chavales actuaron conforme a lo previsto por él, empezando con preguntas insidiosas buscando ridiculizarlo, como preámbulo, partientes sobre todo de uno de ellos, que parecía el mayor. Pero nada se hubiera complicado más de lo debido pensaba ahora, encendiéndose otro Chester, de no haber sido por la venida apresurada del Fritz que menos le gustaba, el ladrador agresivo, propio de su raza, y que, Juan no lo evitó, se llevó una considerable patada en su pequeño pecho de uno de los chicos que se vieron ridículamente amenazados por la súbita aparición del cocker rubio y su ladrido tirando a agudo. El perro fue aventado unos tres metros más allá en la misma dirección de donde provenía, e inerte, yacía inconsciente sobre el incipiente talud. Inconsciente como poco, le pareció a Juan.

2. La última noche en el parque

Quizás, no obstante, los hechos previos acaecidos, no debiera Juan de considerarlos extraordinarios.
Sí, en el tiempo que ha estado viniendo a este parque sólo se había tropezado a lo sumo con un par de personas, hoy han sido seis de golpe, y siempre había sido en los límites del mismo con lo que denominaríamos zona residencial, no como hoy, en su rinconcito preferido escorado en la loma central, pero aún así, no hay nada raro en encontrarse a seis jóvenes a medianoche en un espacio público en una ciudad como ésta. Y que le pidan tabaco estos jóvenes pues tampoco es de extrañar, ni ahora ni antes ha sido algo inusual, con crisis económica o no, además vio claro desde el principio que no restaba mucho tiempo para ser desplumado, sobremanera, cuando fue rodeado estudiadamente por los jóvenes elementos, aunque trató de ignorar este último pensamiento con el fin de reprimir el inevitable pánico nervioso que acechaba en aquel instante en su cuerpo.

Eslogan definitivo del "briefing" matutino de la unidad psiquiátrica del centro de Salud Mental que hay en mi cabeza

La realidad es la meta.

(se impuso tras dura pugna a "la meta es la realidad" y "no hay nada que hacer, aumentemos las dosis")

1. La última noche en el parque.

La luz de la farola proyecta la sombra alargada de Juan sobre la enladrillada acera salmón que empedra el sendero, limpio, a pesar de la ausencia de lluvia de los últimos días.
Son seis las colillas de cigarrillos Chester las que hay dispersas en el suelo alrededor de Juan.
La séptima aparece cuando da un pasito hacia atrás y apoya la planta de su pie izquierdo en el tronco de la farola, que es el único foco de luz en veinticinco metros a la redonda, sobre el cual reposa la espalda primero y luego, la cabeza.
Esta última colilla en realidad, es la única que debería denominarse como tal, puesto que el resto ha sido consumido únicamente hasta la mitad de la usual vida útil del cigarrillo.
Este recoveco del sendero que serpentea en subida hacia la loma central del parque, donde sobre el firme sólo se encuentra el típico banco de respaldos de madera y armazón de hierro forjado, donde la farola está inserta en la tierra a un par de palmos del bordillo que delimita el espacio natural del urbano, ha estado bien concurrido hasta hace unos minutos.
Juan suele pasear con su perro, desde hace un par de meses, por este coqueto parque de tamaño mediano por el que hasta corre un arroyito artificial que un par de puentecitos como de juguete hechos con tablillas agracian bastante, aunque por lo demás es un corriente parque de extarradio de una ciudad norteña, en el que casi nunca ha coincidido con nadie, puesto que es una nueva urbanización de la reciente periferia de la ciudad y por tanto una zona poco habitada por nuevos adquiridores de viviendas, sin tener en cuenta lo tarde que suele ser cuando Juan saca a su cocker Fritz. El perro puede corretear por las verdes laderas, casi siempre húmedas, ya a partir de medianoche, sin tener que preocuparse de gran cosa por él. Hoy se había retrasado un poco más de la cuenta por la prórroga y los penaltis del partido. Los suyos no habían tenido suerte esta noche.
Pero ahora prefería que su equipo hubiera sido eliminado ya antes, en el tiempo regular, así no hubiera llegado más tarde que de costumbre al parque. Al parque que desde hoy no volverá a considerar como su pequeño rinconcito de esparcimiento. Este lugar ya no será para él el mismo lugar. Nunca más, probablemente.

El fin de otro amor. Corta versión

¡Cataplúm! (sonido que se produjo al cerrarse la puerta del copiloto de un Golf D del 89)

El mejor cuento del mundo

(esta entrada ha sido borrada por un tipo de lo más envidioso que conozco, es decir, yo)

Ocurrió un domingo

Jamás se recuperará de aquéllo.
Aquel domingo fue uno con el mundo, pero a la vez quedó fuera del mismo.
Los pensamientos de quienes le rodeaban conversaban en su propia cabeza.
El alma parecía escapársele por la boca. Su cuerpo trataba de retenerla físicamente, con espasmos que le recorrían la espina dorsal.
¿Por qué nadie le había contado de qué trataba todo esto?
A pleno sol de julio la vida se le postraba a sus pies, aunque era tan real que no se lo podía creer. Le era imposible dominar las sensaciones.
Una de las chicas le deseaba. Ella lo estaba, ¿pensando?
El se preguntaba cómo era posible.
No entendía nada, dudaba de su propia existencia; ¿en qué mundo había estado viviendo?¿Siempre fueron así las cosas y en estos momentos lo estaba descubriendo?
Ese día, en aquel parque que le parecía tan, tan verde, dónde las hojas de los arbustos y la hierba crecían, se desarrollaban ahí mismo, ante él, se asomó al azul abismal del cielo que le caía encima. Colores rojos del sol ardían en su vista y le quemaban las entrañas.
De pronto apareció un perro tan grande como él, de exageradas fauces y negro como el final de los tiempos.
Espeluznantes ladridos lanzados desde el mismísimo infierno martilleaban su oído mientras la gelatinosa baba del can goteaba en el rostro de su cuerpo ya vencido.
"No soy tan malo", comenzó a sollozar, de haber podido hubiera gritado, mientras se retorcía sobre la tierra.
"No sabía lo que hacía. ¡Perdón Dios, perdón!"
A su cabeza llegaron pensamientos de las gentes pobres de Africa diría después, durante la primera y única visita que le hicieron en el sanatorio los compañeros de aquella mañana, sus amigos de toda la vida.
Ese acto de contrición le salvó, cree él.
Su madre ya hace tiempo que me deja ir a verle.
Sólo sale de casa con ella.
Si puedo, voy cuando ponen baloncesto. Nos gusta.
Suele caer en domingo.
Fue hace 6 años. Tiene 25.
Jamás me recuperaré de aquello.

Una historia de amor proletario. Un clásico de nuestros días, en cuatro actos y un epílogo.

Ella era una chica trabajadora.
El era un chico trabajador.
Juntos fueron felices.
Hasta que dejaron de poder pagar la hipoteca.

No continuará.

Metáfora del yo, o metonimia afásica de mi mismo

Todo.

Canción del aspirador orgulloso, ma non troppo (sin dedicatoria, que conste)

Y,
no entiendo
qué me propongo.
Ni lo que conseguiré
o por qué lo hago.
Sólo una más y me iré.

Bueno, vale, otra y otra.
Y sigo y sigo y no paro,
la mano temblando,
la pinza soltando.

Una vez más sobrevivivo
manejando los estribos
de pensamientos enloquecidos:
ser es simplemente nocivo (seres simplemente nocivos).

Sí me importa mi vida.
Nunca más en la vida
olvidaré qué es la vida,
sino decir no, mi vida,
aunque sólo sea una vez en toda esta puta mierda de vida, mi vida.

Pero ahora me trae sin cuidado
acabar al cuidado de tipos en bata.
Cuidado,
cuidado con tanto cuidado.
No hay más alimento aquí
que sardinas en lata,
no da para más chata,
lo gasto todo en el chino y su plata.
Así es Agujerito con patas.

Confusa ahora te irás
hacia: 'click'
"Atrás".

Esto podría ser alguna que otra cosa, pero no un lipograma

Érase una vez un ser tan extraño que nunca nadie jamás supo nada sobre él (o ella o ello o aquello).
Ni color, ni forma, ni tamaño; ni tan siquiera su aproximada ubicación.
Sólo se conocía su afición a gritar en el idioma aún hoy típico de Wiesbaden: 'kaputt, kaputt'.
Y, no es que se le eche de menos, pero me caía bien así como era, tan propio.

Vaya faena realizada en una de esas plazas donde se lidia de noche. Casi entro a lo grande por la puerta chica.

Hasta el rabo todo fue vaca.

Divagación de uno rondando algo demasiado complejo para ese uno. Un relato de Karl Kirchen

Y llegará el momento en que nos redima a todos.
Mas ahora...
Aún así me imagino el final y será apoteósico.
Todos y vosotros estaréis allí,
y yo os miraré a los ojos y comprenderé al fin el porqué.
Pero ahora no puedo con mi parpadear,
inducido por esos pajarillos que me cantan a vislumbrar
y comprender un poco más.
No, no puedo, lo admito.
Es un querer y no poder, mi inteligencia me lo impide,
todo esa Mierda imbuida en mí a través de estos años,
sufrimientos incompletos de la Nada,
tendrán que transportarme hasta el final del sendero oteado ya muchas, demasiadas veces.
No sé si podré.
No quiero caer en la tentación del pusilánime.
De nuevo.
Tómame y acaba con esto Destino
que un día de éstos Sino
acabaré muy mal.
Tan mal como ahora.
Como siempre.
No puedo, y además no quiero.
Dum-dum. Dum-dum. Dumdumdum. Dumdumdumdum. Dumdumdumdumdumdumdumdumdumdumdumdumdumdumdumdumdumdumdumdumdum-dum...

Haciendo feliz a la gente

"Venga, Nacho, que tú puedes."
Nacho estira los brazos, abre los puños, pero no consigue atrapar el balón de playa que se le escapa entre los dedos.
Carlos lleva toda la tarde lanzándoselo a pesar de que los cuidadores le han advertido que es inútil, que ya lo habían intentado ellos miles de veces y nunca lo agarró.
Pero Carlos no se rinde fácilmente.
Él consigue lo que se propone y con tan noble objetivo no iba a desistir de buenas a primeras.
"Espera a que bote y entonces juntas las manos."
Le lanza el balón muy suavemente,
éste bota y Nacho trata de agarrarlo acercando las palmas de la mano. Tarde.
El balón le golpea en la cara. Nacho se la abofetea con rabia.
"No te enfades hombre. Ya verás ahora."
Carlos recoge una vez más el balón. Se arrodilla a dos metros de Nacho que está sentado en el suelo frío y gris de aquel aula.
Se inclina y tras un ligerísimo balanceo de sus brazos suelta el balón.
El balón va por el aire tan despacio que no parece avanzar. Toca el suelo justo delante de las piernas estiradas de Nacho y asciende de nuevo.
Nacho cierra los ojos y aparta el rostro a la vez que sus manos llegan al balón.
"Bien Nacho, bien" grita Carlos y se abalanza sobre él a darle un abrazo. "Lo hemos conseguido. Sabía que lo cogerías".
Carlos, realmente exultante, grita y da saltitos junto a Nacho, que también ríe desatado, contagiado del éxtasis de Carlos.
"Qué pena que éste sea mi último día", les dice a los cuidadores.
"8 semanas pasan volando. Tenía que haber trabajado con Nachete mucho antes, ahora habría progresado un montón, seguro. Tenemos feeling, lo sé. El lunes empiezan los exámenes, pero cuando terminen me pasaré por aquí a haceros una visita."
Se despide de todos en la puerta principal, donde suelen hacer las despedidas.
"Un placer haberos conocido a todos."
Se funde en un prolongado e intenso abrazo con Nacho.
"Hasta pronto."

"Vamos, Nacho, seguro que puedes".
David lleva toda la tarde lanzándome un balón de playa.